Te subís a un taxi
Te subís a un taxi y el tipo te mira por el espejo. Pensás que va a chocar si no se concentra en el tránsito. Pero sos una nena y eso lo desquicia. Lo desquicia que seas una nena y que tengas un agujero entre las piernas.
Dana Farina
Te subís a un taxi y el tipo te mira por el espejo. Pensás que va a chocar si no se concentra en el tránsito. Pero sos una nena y eso lo desquicia. Lo desquicia que seas una nena y que tengas un agujero entre las piernas.
Notás que se incomoda y que se pone cada vez más tenso. Tenés ocho, diez, doce, veinte años. No importa la edad que tengas, te puede pasar en todas. El problema es tuyo porque querés ir a lo de una amiga y deberías quedarte en tu casa. Mientras tu hermano juega a la pelota y vuelve a la noche sin avisar siquiera en qué lugar se encuentra. Pero vos no podés salir porque tenés un agujero entre las piernas y una cara de nena que pronto se convertirá en mujer.
Le insistís tanto a tu mamá que te deja ir a lo de tu amiga. Llama a un taxi y cuando llega anota la patente. Te subís y tenés miedo de que te violen. Aunque tengas siete, ocho, nueve, diez años, sabés que te puede pasar en cualquier momento y a cualquier edad. Sí, tenés un agujero entre las piernas. Tu mamá se despide de vos y ambas tienen en la cabeza el mismo terror latente.
Estás incómoda y lo ves por el retrovisor, tenés diez años y ya sabes algunas cosas sobre el sexo. En el colegio los chicos cuentan todo lo que aprenden en sus casas y lo que ven en la tele. Y como a la mayoría de las nenas de tu edad no te gusta hablar del tema. Te da vergüenza y si algún adulto hace algún chiste ponés cara de no entiendo para no despertar ninguna curiosidad peligrosa.
Pasan con el auto por la puerta de lo de tu amiga y el tipo no para. Te asustás pero no decís una palabra. Tenés diez años y cara de nena pero sos una mujer. Y ser una mujer implica que no importa la edad que tengas, ni el momento ni la circunstancia, vos siempre te vas deshacer por un pedazo de carne en tu boca. El tipo se abre la bragueta y te enseña lo que tiene. Sentís que te morís. Es eso, te está pasando lo que tanto temías. Lo sabés y lo escuchaste pero nunca lo viste y ahora un extraño acorta los tiempos metiéndose en una calle sin salida.
El tipo apaga el motor en esa calle sin salida, en esa calle sin nombre. Sale del auto y se vuelve a meter pero esta vez al lado tuyo. Vos todavía tenés una sonrisa porque no te enseñaron otra reacción posible. El tipo saca otra vez el miembro y te maneja con suavidad desde el pelo para asegurarse que lo veas.
-¿Te gusta?
Como no contestás, se enoja y se excita.
-¿Te gusta, putita?
Tenés diez años y le decís que sí llorando y te agarra la mano para que lo masturbes. Se moja tu mano y su pene viscoso con tus lágrimas.
-Abrí la boquita –te dice.
Tu boca cerrada supura moco y baba. Te agarra la cara y te clava el pulgar y el mayor en los cachetes obligándote a abrirla. Tus mejillas se incrustan en las muelas y tu boca se abre. El pene entra y él suelta un gemido.
-Te gusta, ¿no?
Vos llorás y pensás en tu mamá. Tu mamá se va a enterar y se va a morir. Le tenés que ocultar la verdad a tu mamá. Todo el mundo va a decir que ella tuvo la culpa y ella se va a suicidar. Y nadie se va a preocupar en encontrar al tipo que conduce la patente que ella anotó como única medida posible. Es que la abuela está enferma y no se
la puede dejar sola. Y papá se fue de casa hace poco menos de un año sin dar motivos.
La culpa es tuya, vos querías ir jugar a lo de tu amiga.
-¿Te gusta la pija?
El tipo te saca el miembro de la boca y lo refriega por tu la cara. El pene rebota en las lágrimas y las parte en mil pedazos. Las lágrimas se hacen trizas y caen con fuerza hacia el interior del auto. Llueve adentro de un Fiat Siena.
-No llores, tonta…Si está todo bien.
Cada palabra que sale de su boca te provoca un espasmo de llanto. Todo lo otro también te tortura y te deja sin aire. Pero las palabras te ensucian los recuerdos para siempre. Toda tu conciencia y tu inconsciencia va a retumbar hasta que te mueras su manera de decir “tonta”, “te gusta”, “abrí la boquita”. Toda tu mente regurgitará el sonido que hace cuando te viola.
-Tomá la leche –te dice mientras se le deforma la cara con un orgasmo.
El semen sale y la cara se te ensucia con pecado. El semen se hace acuoso por las gotas que caen a granel de tus ojos tristes.
-No llores –te dice el tipo y saca un pañuelo del bolsillo–. Tomá, limpiate –te da la orden y te apurás en sacar de tu cara la asquerosidad que tu piel absorbe. La cara te queda pegoteada. Querés degollarte ahí mismo.
-Llegás a decir una palabra y te mato –te dice mirándote fijo para asegurarse la inocencia–. Ya sé dónde vivís –se queda pensando un instante y retoma con saña: Ya sé dónde vivís vos y tu mamá. Llegás a decir una palabra y las mato a las dos. A las dos.
El tipo sale y tira el pañuelo en la calle. Se sube adelante y enciende el motor. Te lleva a lo de tu amiga. La mamá y tu amiga abren la puerta. Te ven la cara triste y se asustan.
-¿Qué pasó?
-Chocamos –responde el taxista a la mamá de tu amiga–. No pasó nada, fue solo un golpe. Pero como es una nena se asustó mucho. –Te mira a vos y pregunta: ¿Querés que te lleve a tu casa? Decís que no y la madre le agradece al taxista. Estás temblando. Suena el teléfono y es tu mamá para saber si llegaste bien. La mamá de tu amiga le cuenta lo del choque. Te pasa el tubo y le decís que estás bien, que la querés mucho, que no se preocupe.
La mamá de tu amiga le dice a tu mamá que ella te va a llevar de vuelta a tu casa cuando caiga el sol. Pero el sol ya cayó y vos solo ves una oscuridad negra noche en tu alma.
-¿Vamos a jugar? –te pregunta tu amiga que hasta hace un instante tenía los mismos diez años que vos pero ahora ya no son los mismos.
Van a la pieza y agarran unas muñecas. Las mueven y les inventan una familia. Vos olés la piel sintética de la Barbie buscando semen. Y le acariciás el pelo a la muñeca para que sane. “Ojalá tuviera un corazón de plástico”, pensás. Pero el latido que hay en tu cuerpo clava en lo profundo la muerte que sentiste.
Volvés a tu casa y tu mamá te sonríe. No es justo que le que arruines la sonrisa a tu mamá. Lo último que querés es que tu mamá se muera. Y el taxista sabe donde vivís y puede matarla. Te dormís preocupada y una pesadilla te opaca el sueño. Al otro día soñás lo mismo. Y al otro día otra vez. Y al otro. Y al otro. Te puede pasar a cualquier edad sin importar la circunstancia. La culpa siempre es tuya y eso es lo único seguro.