Cáncer de Mama: ¿el lazo rosa es por mí?
¿Cómo vive un 19 de noviembre (día de la lucha contra el cáncer de mama) una mujer que lo ha padecido? Esta lectora nos cuenta las sensaciones que ha experimentado y cómo se enfrenta a las campañas rosas.
Ana Muñoz
Mi número de la suerte es el 10. En el casino apuesto siempre al 20. Cuando miro la hora, a veces son las 11:11. Hoy es mi primera revisión médica, exactamente un mes después de mi última sesión de radioterapia. Exactamente cinco meses después desde que, también un día 19, salí del hospital con dos cicatrices nuevas: una en la axila y otra rodeando el pezón derecho. Buscamos sentido en los números, en el azar. Apuntamos algunas fechas en el calendario y contamos los días que faltan, los días que quedan. Conté 33, 32, 31… de lunes a viernes, hasta la última sesión. El 19 de septiembre le dije adiós por un rato a los hospitales, a pesar de que no me darán el alta hasta dentro de cinco años. Una pastilla en cada desayuno hasta entonces.
Me gustaría creer que los números quieren decirme algo –algo importante– pero probablemente no signifiquen nada. Probablemente, la numerología y el cáncer no tengan sentido. Pero hay fechas importantes. Hoy es mi primera revisión y también hoy, 19 de octubre, solo es el día internacional de la lucha contra el cáncer de mama.
Esta semana cuento los lazos rosas clavados en las camisas y en las chaquetas de las dependientas del supermercado. Es una suma fácil: póquer de lazos rosas en El Corte Inglés. También marcas de aceite de oliva virgen, de agua, de cosméticos; lucen uno dibujado junto a su nombre en la estantería de ofertas del mes. Todo el supermercado me recuerda que he tenido cáncer de mama. Quizá no haya una persona entre el pasillo de los congelados y el de la comida preparada a la que le sobren más razones para apoyar la investigación contra el cáncer que yo, pero esas marcas no me hablan a mí. Porque el cáncer no tiene vitaminas, ni minerales, y desde luego no huele bien. Más bien apesta.
No me siento representada en las campañas del lazo rosa y tampoco me siento cómoda con la etiqueta “superviviente”. No me siento cómoda porque no siento que haya sobrevivido a nada. Hace algunos meses me puse en manos de los médicos, mientras intentaba mantener la cordura: no creo que podamos llamar a ese “dejarse llevar” un ejercicio de lucha y resistencia. Tuve que tomar algunas decisiones como coger el siguiente vuelo a casa y no mirar atrás, sí, pero el adjetivo “superviviente” me viene grande. Quizá es porque no tuve dolor, y quizá también es porque mi memoria selectiva se puso a trabajar después de hablar con mi oncóloga y elegir no recibir quimioterapia. Así se sobrepone mi cuerpo a los reveses: se esfuerza en olvidar. A cualquier precio. Pero mis dos pequeñas cicatrices y mi tamoxifeno diario me obligan a recordar. También escribo. Por eso escribo: para no olvidar.
Y escribo también porque en las campañas de este mes contra el cáncer de mama sólo veo fotografías de mujeres que sonríen. El cáncer de mama afecta o afectará a una de cada 8 mujeres en el mundo. En España, 28.000 mujeres son diagnosticadas cada año. Es uno de los cánceres con mejor pronóstico: 80-90% de tasa de supervivencia a los cinco años. Pero ¿dónde está el 20% de mujeres que no están dentro de las buenas y sonrientes noticias? Son 6.000 mujeres las que fallecen cada año en nuestro país. Son las mujeres que no veo en la fotografía, porque del estadio IV del cáncer de mama con metástasis apenas se habla.
En algunos foros de internet, las pacientes comparten las dudas, el miedo y, a veces, sus consejos de estética. Algunas preguntan dónde comprar pañuelos y otras regalan sus pelucas cuando ya no las necesitan. Cuando te dicen que tienes cáncer, lo primero que piensas es que te vas a morir y lo segundo, que te quedarás sin pelo. Yo misma me teñí de rubia a medias -algo que llevaba años queriendo hacer- tres días después del diagnóstico, por si luego me rapaba. La imagen personal juega un rol específico en esta enfermedad y en el tratamiento de la misma que –cómo no– golpea más íntimamente a las mujeres. Nadie mira con sospecha a un hombre sin pelo. Una mujer sin pelo se convierte en un triste centro de atención.
Cuando durante estos meses he hablado por primera vez sobre “mi” cáncer, automáticamente añadía -a modo de disculpa por la carga que acababa de depositar sobre otros hombros-, que “mi” cirugía fue conservadora, que en realidad no es para tanto, que sólo guardo dos pequeñas cicatrices. Lo que realmente he estado repitiendo es: el cuerpo que tienes delante es un cuerpo normativo. Acéptame. Quiéreme.
El día del diagnóstico es una nebulosa en mi memoria. Pero recuerdo con asco cuando en la calle, de camino a casa, algunos hombres dijeron cosas que deseé no escuchar, o me miraron de arriba a abajo como suelen hacer, a menos que haya otro hombre agarrándote de la cintura. El tipo de experiencia que las mujeres conocemos bien. Solo que ese día, el día en el que supe que había un tumor creciendo debajo mi camisa, tuve ganas no sólo de enfrentarles sino de hacerles daño. ¿Me acosarías si te digo que tengo cáncer, idiota?
Que exista un día dedicado a la lucha contra el cáncer de mama es, para una paciente, reconfortante. Me siento acompañada aunque las campañas de marketing me resulten tan ajenas. Sin esta visibilidad, no estaría escribiendo estas líneas. Pero debemos recordar que no existe el cáncer sino las (y los) pacientes de cáncer de mama. Que cada caso es un mundo y que, a pesar de la visibilidad y de las estadísticas favorables, todavía queda mucho por hacer.