Peligro, Mujeres que se admiran

Peligro, Mujeres que se admiran

La difusión de la idea de que las mujeres somos malas y mentirosas -también entre nosotras- unida a la imposición social de tener la constante aprobación masculina para ser reconocidas; genera situaciones de poca sororidad, a veces, por una mera cuestión de supervivencia. ¿Qué pasaría con el Patriarcado si las mujeres dejaran de cuestionarse? ¿Tendría éste posibilidades de reinvención?

20/10/2017

Teresa Mollá Castells

Foto de Cortto | Título “Whisper” | Licencia Creative Commons | Vía Flickr

Esta semana escuchaba en boca de una mujer lo malas que somos en general las mujeres que -además de envidiosas-, somos mentirosas y muy egoístas. Comencé a discutirle pero estábamos en ambiente informal, entre gente amiga y al final comprendí que sólo quería escucharse a sí misma. Ya he comprendido que en esos momentos, retirarse de la discusión es una pequeña victoria, puesto que de lo contrario se podría entrar en un bucle infinito. Y la verdad, estaba demasiado a gusto como para seguir con una discusión estéril.

Pero era inevitable que le diera muchas vueltas al tema, porque no dejan de sorprenderme los ataques gratuitos que las mujeres nos dedicamos no sólo personalmente sino también como grupo mayoritario de la población mundial.

Una de las estrategias del patriarcado es reinventarse y no podemos evitar estar socializadas en un entorno patriarcal en donde los valores imperantes son los que dicta el sistema. Desde antes incluso de nacer ya se nos prepara para ser lo que se espera que seamos como mujeres u hombres y, además, sin salirnos “demasiado” de esa heteronormatividad impuesta.

De ahí que se intenten corregir, desde la más tierna infancia, las diferencias que se observan en las criaturas bajo el fin de que se integren y no tengan problemas en la comunidad a la que pertenece. Mi amiga Fran lo describe muy bien: “Para pertenecer a la manada, has de aceptar sus reglas, de lo contrario sólo te espera soledad y oprobio”. ¡Y cuánta razón tiene Fran!

A las mujeres se nos ha socializado para servir y obedecer a los hombres, por supuesto. Pero además también para que nos cueste respetarnos y admirarnos entre nosotras, puesto que nuestra unión sincera y honesta pone en riesgo el sistema patriarcal, que también conoce nuestras fuerzas colectivas. La estrategia del “divide y vencerás” siempre le funciona al patriarcado entre nosotras.

No es para nada nueva la persistencia del mito de que las mujeres seamos básicamente mentirosas y malas, puesto que esto es herencia directa de la Biblia a través de la manzana de Eva que, según ellos -los de faldas largas y negras-, causó la perdición de Adán y del resto de la humanidad. Pues eso. Y estos señores no son nada sospechosos de ser feministas. No, nada. En fin.

Desde los confesionarios y los palacios que siguen manteniendo, mandan a gobernantes de todo el mundo (pese a la teórica separación entre Iglesia y Estado) sobre cómo han de elaborarse las normas para que el “orden natural” (traducido quiere decir “patriarcal”) no cambie. Y así nos sigue luciendo el pelo a las mujeres.

Algunas hemos plantado cara a lo largo de la historia con resultados diferentes. Pero en cada movimiento o cada mejora conseguida, también el patriarcado se adapta a las nuevas situaciones.

Cuando las mujeres comenzamos a salir de los espacios privados para ocupar los públicos, se nos acusó de abandonar familia y casa. Todavía hoy se nos culpabiliza constantemente por este hecho. Somos, teóricamente, las culpables de todos los males puesto que, con nuestra salida de ese espacio en el que nos vendieron que éramos “las reinas del hogar” las criaturas están más tiempo fuera de casa y eso “les impide recibir todos los cuidados que merecen”. Nunca se habla de la función emocional de los padres, ni se cuestiona en absoluto su papel como sustentador familiar. El de las madres se cuestiona continuamente.

Cuando hay cambios en las plantillas laborales, casi siempre las primeras en salir son las mujeres bajo el argumento “el marido ya trabaja y la puede mantener” porque los hombres “han de mantener a sus familias”. Y si, por el contrario, se ha de ascender a alguien y resulta que la ascendida es una mujer, el comentario inmediato es “a saber que le habrá hecho al jefe para que la ascienda”.

Afortunadamente para nosotras, pese a que estas frases y situaciones que he comentado las he escuchado de boca de mujeres en el último año con la tristeza que eso provoca, algunas cosas van cambiando. Cada día somos más las mujeres y hombres (que los hay) que oponemos razón y corazón a estas situaciones patriarcales y hacemos pedagogía para que no se repitan. También decir que los éxitos son desiguales.

Abrir los ojos, ponernos las gafas violeta y denunciar al patriarcado y las situaciones que provoca a través de la sororidad y el respeto (a pesar de que en ocasiones no se esté de acuerdo con las opiniones de otras mujeres), es una buena herramienta para no dar tregua a quienes lo siguen defendiendo consciente o inconscientemente.

Es importante y vital que la máxima feminista del “cuando nos afecta a una, nos afecta a todas” se convierta en un mantra que nos permita recordarnos que somos las que  nos hemos llevado la peor parte de la historia de la humanidad y que es hora de aparcar diferencias y trabajar para alcanzar una igualdad plena que permita construir democracias paritarias, por ejemplo.

Desmontar el patriarcado en cada una de sus reinvenciones y metamorfosis para exigir social y personalmente nuestro derecho a una vida digna, libre de violencias y con equidad respecto a los hombres, no es tarea fácil. Nadie dijo que lo fuera. Pero no podemos cejar en el empeño de seguir luchando para que el patriarcado se vuelva visible a los ojos de quienes se siguen alimentando de él, aprovechando de él, sin entender que son herramientas que el sistema aprovecha para debilitarnos entre nosotras.

Esa reinvención que tiene el sistema para adaptarse a las nuevas realidades ha de ser desmontada día a día, situación a situación, porque insisto en que “cuando nos afecta a una, nos afecta a todas”.

Y ese es el camino que muchas hemos tomado ya y del que no existe retorno.

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