Una aproximación al trabajo de las científicas del CSIC
¿Cuál es la situación de las mujeres en el Consejos Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)? ¿Techo de cristal o asafalto pegajoso?
Isabel González
*Extracto del TFG titulado “Las Cientificas ya no investigan”.
En un barrio del noreste de Madrid se levanta un edificio enorme, de ladrillo. Se encuentra protegido con diversas medidas de seguridad y destaca por irradiar una luz blanca, casi mística. Al entrar, se ve un habitáculo donde se encuentran dos personas de conserjería “¿Tiene usted cita?, ¿a quién viene a visitar?”. La respuesta tarda unos segundos en llegar por la impresión que causan la amplitud de los pasillos y plantas. Se abre el torno de metal del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.
Al pasear por los pasillos casi no hay gente. Solo hay un par de personas, centradas en sus tareas, que distinguen el desconocimiento total de la que es extraña en el lugar. El ambiente imprime respeto, el silencio es sepulcral. Cada pasillo contiene decenas de despachos a ambos lados, algunos entreabiertos. En el primero, una mujer; en el siguiente, dos mujeres; en el posterior, un hombre y dos mujeres. Tiene poco sentido.
Y sin embargo sí que lo tiene, porque las mujeres son mayoría en la ciencia: en los puestos más bajos. El último informe de Mujeres del CSIC revela que hay un 58% de mujeres trabajando como personal investigador en formación (que de facto funcionan como becarias), frente a un 41,9% de hombres. En el puesto de mayor reconocimiento (profesorado de investigación) hay un 24,8% de mujeres y un 75% de hombres y, aunque el dato resulta positivo porque es mayor que la media de la Unión Europea, la gráfica tijera se encuentra lejos de cerrarse. La Comisión de Mujeres y Ciencia del CSIC, creada en 2003, ha tenido un papel fundamental en intentar mejorar esta situación (en el año 2005 había un 17% de profesoras de investigación, por ejemplo), pero como ocurre con las mujeres empleadas en I+D, los datos se han estancado desde 2010.
El término “gráfica tijera” lo emplean de forma reiterada todas las científicas para referirse a una situación en la que a medida que se sube de escalón en la carrera científica el número de mujeres es cada vez menor. Visualmente parece una tijera puesto que la línea de hombres se eleva y la línea de mujeres disminuye.
La filósofa Eulalia Pérez Cedeño,integrante de diversas asociaciones como la Comisión de Mujer,cia del CSIC y AMIT, tiene un amplio despacho que se encuentra abarrotado de libros, revistas, impresos y fotografías. Todas las científicas tienen eso en común: sus despachos o laboratorios se encuentran repletos de referencias a otras colegas científicas. Significa adentrarse en espacios con un espejismo de igualdad. Pérez Cedeño lleva muchos años intentando examinar de forma crítica las teorías que se han formulado en la ciencia sobre las mujeres.
Pero aquí nos vamos a centrar en la vida de las mujeres que ejercen la ciencia. A grandes rasgos, el panorama resulta devastador: “en las ciencias experimentales, es muy difícil […] ahora compaginar vida personal y profesional. Entonces como a las mujeres se nos educa desde pequeñitas para que primemos ciertas cosas frente a otras pues muchas mujeres abandonan”, sentencia Pérez.
Pérez asegura que la práctica habitual cuando se convocan plazas para las universidades e instituciones como el CSIC, es convocar teniendo en mente un ganador (normalmente un hombre), algo que no pasa en las enseñanzas medias en las que cualquier persona tiene posibilidades de conseguirla: “Son muy raros los casos en los que se convoca una plaza con un perfil y la saca una persona que no estaba prevista. Yo fui una de esas por ejemplo cuando saqué mi cátedra en el País Vasco”, asegura.
Mujeres en Universidades
Desde finales de los 90, la presencia de alumnas en las universidades supera a la de sus compañeros varones. Sin embargo esta representación no se traslada internamente al número de catedráticas (el puesto más alto en el escalafón de la universidad, que precisa de antigüedad y posesión de doctorado) y solo sutilmente en el caso de personal docente e investigador.
Los últimos datos facilitados por la Conferencia de Rectores (CRUE) cifran en 1.139.841 el número de alumnos matriculados en las universidades públicas españolas, tanto presenciales como no presenciales. De ellos, el 53,3% son mujeres y el 46,6% hombres. En cuanto al tipo de enseñanza, las mujeres gozan de más representación en ramas como Artes y Humanidades (61%), Ciencias Sociales y Jurídicas (60%) y Ciencias de la Salud (70%). Los varones predominan por poco en Ciencias (53%) y sí suelen escoger en más casos las ramas de Ingenierías y Arquitectura (73%).
Estos datos sobre el acceso de las mujeres a las carreras de ciencias pertenecen al primer escalón del conocimiento superior, resultan positivos y no se pueden desdeñar. Hace unas décadas hubiera sido impensable que tantas mujeres optaran a la enseñanza superior. No obstante, los datos no resultan tan esperanzadores una vez vamos ascendiendo en la carrera profesional. De ahí que las científicas consideren la universidad como un espacio seguro, prácticamente libre del sesgo de género. Muchas creen que aunque las desigualdades puedan empezar a originarse en los últimos años de enseñanza superior (doctorados, becas, etc.) no son conscientes de ello hasta que llegan al mundo laboral.
En este sentido, Eulalia Pérez dibuja una realidad de feminización de la precariedad. Ella asegura que a pesar de que en general han aumentado la tasa de empleo de mujeres dos puntos en el último año, en el caso de funcionarias (con un contrato más estable) ha retrocedido seis. Es decir, cuando entran mujeres a trabajar como docentes en la universidad suelen hacerlo como asociadas, con contratos temporales y parciales. Significa que a pesar de que existe un amplio porcentaje de profesoras en las universidades públicas españolas (40%), sólo el 20% son catedráticas.
El inicio de la desigualdad de género en las cátedras es difícil de establecer: las expertas creen que en las ocasiones en las que se dirime entre la elección de plazas en universidades se coloca por encima a los varones. Como demostraba el “Experimento de Jennifer y John” de la Universidad de Yale en el 2012, el sesgo de género afecta negativamente a las científicas. “Por lo general se favorece más a los colegas varones que a las mujeres”, asegura Pérez.
Los datos del informe Científicas en cifras publicado por la Unidad de Mujeres y Ciencia del Gobierno en el año 2015 estipulaba que en la universidad hay una infrarepresentación de mujeres trabajadoras. En concreto, en la categoría de mayor rango (la de investigación) solo el 21% de los puestos en las universidades públicas lo ocupan mujeres. Resulta sorprendente que, sin embargo, para el caso de las universidades privadas la presencia de mujeres se eleva al 43% en la categoría de cátedra.
La educación familiar y escolar
A pesar de que las familias de las científicas entrevistadas no pusieron grandes inconvenientes a que estudiaran carreras de ciencias, tampoco se mostraban especialmente entusiasmadas ante la idea. “Mi padre prefería una cosa más apropiada para una chica”, comenta la doctora Pilar López Sancho, profesora de Física y presidenta de la Comisión de Mujeres del CSIC. “Pude elegir siempre que la carrera estuviera en mi ciudad natal que era Salamanca”, apostilla la doctora de Pablo.
Por suerte, parece que con el paso de las generaciones esta “suspicacia” por parte de madres y padres a que las jóvenes estudien ciencias se ha disipado. González Veracruz, con 38 años, siente que siempre la animaron a elegir según sus preferencias: “En ningún momento sentí impedimento alguno […]. Mi madre siempre quiso que estudiara ingeniería aeronáutica”.
La educación familiar como la reglada, constituyen una herramienta que puede tanto animar a las niñas como ponerles piedras en su vocación científica. Los estereotipos de género existen y ya hace unos meses publicó Science que la socialización empieza a afectar a las niñas desde los 3 años. Pérez confirma esta realidad con estudios que realizaron sobre el interés por la ciencia en la adolescencia madrileña: “Hacia los 15 años ya se empezaban a ver los cambios en las chicas, aunque les gustaran mucho las matemáticas o la ingeniería no lo estudiaban porque eso lo hacía raritas”, asegura.
Como ocurre en nuestra vida diaria, el día a día de la investigación científica no se encuentra exento de las cargas patriarcales o los llamados “micromachismos”. Aunque es normal que las investigadoras, cuanto mayor estatus tienen, menos los distingan. “Nosotros aquí la verdad es que vivimos en una burbuja. Pero sí lo noto sobre todo en la gente joven: los becarios no les tienen (a sus compañeras) ningún respeto intelectual, sobre todo si se dedican a áreas como la mía”, asevera Pérez.
Docentes investigadores de las universidades públicas
La siguientes gráfica muestra la distribución de Personal Docente e investigador (PDI) en las universidades españolas. Observamos el porcentaje de mujeres y hombres investigadores por edad en el curso académico 2014-2015 en todas las universidades de España.
Se distingue que sólo la presencia de las mujeres es mayoritaria en el sector de menos de 30 años con un 60,5%. En el resto de edades, las mujeres o se encuentran en paridad con sus compañeros varones (de 30 a 39 años) o están muy poco representadas. Se podría analizar que estos datos se deben a que las mujeres han empezado a superar en número a los hombres en las carreras universitarias hace pocos años. Sin embargo, estudios revelan que esta realidad –en mayor o menor medida- se ha mantenido desde los años 90 y no se observa más número de mujeres con edades de más de 30 años.
*Gráfico de Científicas en Cifras (2015)
Leyes suficientes, si se aplican
La situación reflejada en el último Informe de Mujeres Investigadoras del CSIC es muy similar a la de los últimos años. El avance que se registró en la década de los 2000 (por el impulso de las políticas de igualdad y el incremento de la oferta pública de empleo) se vio frenado por la crisis económica, cuyos efectos no han desaparecido. “Se ha aprovechado la crisis para quitar de en medio muchas medidas de igualdad que había antes. Y todo lo que adelantamos en los primeros años del siglo XXI hasta el 2010 se ha ido para atrás”, indica Pérez.
En este sentido, el principal problema radica en que las leyes existentes en el momento actual son buenas, pero no se están llevando a la práctica eficazmente. “El marco legal implica unos mínimos, hay que cumplirlos. Implementar eso necesita una dotación económica que se perdió en el momento en que llegó la crisis”, opina la doctora López.
González Veracruz siente que en el ámbito de la política, donde mayoritariamente ella se mueve, las leyes de igualdad están llevándose a cabo de forma satisfactoria: “yo no lo he sufrido (el techo de cristal) pero sí conozco empresas del sector químico, donde un hombre cobra más que una mujer por el mismo trabajo”.
“La diferencia en la investigación científica, […] lo que marcará el “repunte” en la crisis, será que la Ciencia tenga un ministerio propio, y no esté en una subsecretaría del Ministerio de Economía como ha estado desde el 2011 y seguimos estando”, considera la doctora Botella.
“La ley de Igualdad de 2007 es de las mejores de Europa y los epígrafes que hay en la Ley de la Ciencia de 2011 relativos a la igualdad de género fueron supervisados desde AMIT y desde la Unidad de Mujeres y Ciencia del propio Ministerio y son suficientemente claros como para, si se cumplieran, poder permitir un avance más rápido”, asegura la doctora de Pablo.
“Todo eso hay que cambiarlo […] hay un plan de igualdad y un plan estratégico para la Administración General del Estado, hay una serie de cosas pero falta comprobar cómo eso se va implementando. Y también hay que cambiar la mentalidad de la gente, eso es así. Tanto de mujeres como de hombres”, concluye la doctora López.
Así, se traduce en que desde la política hay que trabajar más por hacer cumplir la ley con la creación de mecanismos de control que al final significa dedicar más partida presupuestaria. “En la política hay voluntad a nivel teórico, sí. Otra cosa es que luego se evalúen esas políticas y se haga un seguimiento para ver si se han cumplido. Así que si eso se llevara a rajatabla y se monitorizara si, por ejemplo las empresas cumplen también los requisitos en las contrataciones y todo eso… Es decir, es más la práctica que la teoría lo que tiene que mejorar de todo eso”, asevera la doctora de Pablo.
González Veracruz presentó el pasado septiembre una proposición No de Ley para lograr mayor igualdad en el sistema científico español. En ella se analizaba toda la situación actual que padecen las científicas y se recomendaban puntos de acción para revertirlo.
Los datos que revela el último informe de Mujeres del CSIC
El análisis de los datos del CSIC sirve para aproximar la situación de todas las científicas en los organismos públicos del estado. Las cifras del último informe (datos del año 2016) de Mujeres Investigadoras indica que aún existe una amplia presencia masculina en prácticamente todas las áreas de trabajo y además un resistente techo de cristal.
“Más que techo de cristal existe un asfalto pegajoso que te mantiene abajo. Buena prueba de ello es que el CSIC no ha tenido una mujer presidenta en toda su trayectoria”, asegura Pérez.
La Ciencia y Tecnología de Alimentos es la única área en donde las investigadoras superan a los hombres, aunque por un porcentaje muy mínimo. En todas las demás los varones lideran ampliamente hasta llegar al caso extremo de las Físicas, en donde hay tres veces más hombres que mujeres. Esta tendencia se ha mantenido casi exacta en los informes de los últimos 10 años.
En cuanto al techo de cristal (Glass Ceiling Index) se trata de un índice relativo que en el caso del CSIC se calcula comparando la proporción de mujeres en las tres categorías investigadoras respecto a la proporción de mujeres en la categoría de Profesores de Investigación. Un índice 1 indicaría que no existe desigualdad y un índice superior a esta cifra indica la existencia de un techo de cristal para las científicas. El dato medio de todas las áreas de investigación para el año 2016 fue de 1,44.