Cuerpos en fuga: testimonios de la comunidad trans en Moldavia
Oxana, Yuki, Laura y Sasha construyen a través de historias su propia realidad y la de su país. La represión, la falta de aceptación familiar y social, la violencia estructural e institucional y el bullying son algunos de los muros a los que se enfrentan las personas transgénero, el grupo menos representado dentro del colectivo LGTBIQ+ en este país de Europa del Este.
Oxana fuma en la cocina de la novena planta de un apartamento en Chisináu. Son las tres de las tarde, domingo tres de septiembre. La ventana está abierta de par en par. Un filtro metálico transparente recubre el tragaluz para evitar el paso de los mosquitos. El paisaje detrás del cristal son torres de edificios, altos, apilados; modelos que se repiten por toda la ciudad. Oxana deja las colillas dentro de una estropeada cafetera italiana, a la vez cierra y abre los ojos con sus pestañas que parecen alas de mariposa. Fuma y bebe café. En el aseo Laura está cambiándose de ropa. Hace dos semanas que no se viste ‘así’, como a ella le gustaría hacerlo cada día. A los 20 minutos sale del servicio y un previet –‘hola’ en ruso-, sale de sus labios escarlata. Se sienta en la mesa de la cocina y sonríe a la vez que pinta sus uñas de malva. Oxana, de 36 años, y Laura, de 31, no viven en ese apartamento; no es su cocina en la que fuman y beben café.
“Haremos la sesión de fotos y la entrevista en mi casa, es un lugar seguro para ellas”, dice Artiom Zavadovsky, activista queer y coordinador del Programa de Desarrollo Comunitario en la oenegé GENDERDOC-M. (GDM), días previos al encuentro.
Oxana y Laura son dos mujeres trans, invisibles como el filtro que recubre la ventana. La comunidad transgénero es el colectivo menos representado dentro del movimiento LGTBQ+ en Moldavia. Esta falta de representación se debe a que las personas transexuales en Moldavia tienen internalizada su estigmatización y no quieren ser asociadas con el colectivo LGTBIQ+. La situación actual provoca la invisibilidad del grupo, la falta de activismo trans y de derechos.
El Ministerio de Salud de Moldavia, siguiendo la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), ha catalogado las identidades transgénero como patológicas y creado la Comisión de Disforia de Género cuya actividad principal se basa en examinar psiquiátricamente a las personas trans que buscan el reconocimiento legal de género. Para conseguir esta identificación se tiene que obtener un certificado médico autorizado por el Estado con un diagnóstico escrito: “transexualismo”.
Laura y Oxana
(Laura, del latín Laurus: la mujer victoriosa. Oxana, de origen ucraniano: la que acoge en casa)
Laura solo ha tenido la oportunidad de vestirse como mujer en contadas ocasiones. “Cuando salí a la calle ‘así’ era de noche. Es menos peligroso y violento”, explica. Ella empezó a entender su proceso cuando tenía 25 años, fue una época muy dura porque no había nada de información y además estaba casada. Ahora está divorciada, porque su pareja descubrió quién era; vive en la casa de su madre y de su padre. En este entorno familiar la vida de Laura no existe y todo lo que tiene que ver con ella está oculto. “No puedo ser como quiero porque tengo miedo. Solo puedo ser Laura cuando me aseguro que la casa está vacía”, señala. “Soy una profesional escondiendo toda mi ropa”, ríe. En ocasiones Laura es dj, pincha música en algunas discotecas, dice que su sueño sería hacerlo vestida de mujer.
Ni la familia de Oxana ni sus amigos conocen su transición, cada vez que visita a su familia oculta su pecho con ropa interior ajustada y camisetas amplias. Sin embargo Oxana suele salir en muchas ocasiones a la calle vestida de mujer: “Me siento muy bien cuando lo hago, pero sigo sin vivir la vida que yo quiero”. Trabaja como teleoperadora desde casa, lo que es una ‘ventaja’ porque no tiene que mostrar su aspecto físico y, al no disponer de contrato, no tiene muchos problemas con los papeles. Le gustaría poder cambiar el nombre en sus documentos de identidad pero piensa que es un proceso largo y no siempre accesible. Empezó a vestirte con ropa ‘de mujer’ cuando tenía 12 años, pero no se nombró mujer transexual hasta los 34. Y dice que lo más complicado son las relaciones afectivas. “Hasta los 34 he tenido relaciones solo con mujeres, pero tengo muchos problemas cuando ellas descubren que soy una mujer transexual. Por eso ahora también tengo relaciones con hombres, porque no me siento aceptada”.
*
Oxana vive con una mujer cisgénero y su hija. “Ella me entiende y nos apoyamos la una a la otra. Estoy muy feliz, porque es muy extraño y difícil que la gente te apruebe”. Uno de los problemas con los que tiene que lidiar la comunidad trans en Moldavia es con la socialización. Muchas veces se sienten solas porque no llegan a encontrar a una persona que sea capaz de aceptar quiénes son, independientemente de su pasado y género. “Estoy en contacto a través de internet con mucha gente en mi misma situación para socializarme. Aunque también tengo que tener cuidado en la red”. Oxana se ha enfrentado a casos de ciberbullying y a varias amenazas. “Yo también”, interrumpe Laura.
En el fin de la tarde, la amargura y el desánimo inundan las palabras de Laura y Oxana. Conversan entre ellas:
-Esta situación no va a cambiar. Requiere mucho tiempo y ese tiempo nunca llegará. Es una mezcla de todo: política, religión y tradición… Sobre todo tradición.
-Tampoco si Moldavia entrase en la Unión Europea cambiaría esta realidad. La gente solo piensa en Europa para conseguir un trabajo, no por los derechos trans, ¿entiendes?
Desde que Moldavia proclamó su independencia en 1991, la República ha atravesado severos periodos migratorios, según la Organización Internacional de Migración. Alrededor del año 2000, la migración hacia el exterior aumentó progresivamente en comparación con la población del país, siendo la migración laboral temporal la forma de emigración más extendida. El factor principal de empuje hacia el extranjero es económico: pobreza, falta de oportunidades adecuadas de empleo y salarios bajos.
Laura vuelve al baño. Guarda en bolsas de plástico todo lo que ha sido ella durante la tarde. Los restos de maquillaje y de sus uñas color malva se quedan en la basura en pedazos de toallitas y algodón.
Yuki
(Nombre neutro. En japonés significa nieve.)
“No quiero tener nada que ver con mi verdadero nombre y apellidos”, con voz entrecortada cuenta Yuki su historia. “A los 13 años supe que yo era un hombre. Una de las partes más difíciles fue lidiar con que no quería corresponder a ningún estereotipo de género. Quiero ser quien yo quiero ser, pero es difícil cuando en mi casa me están diciendo que soy una mujer y que me comporte como tal cada día”.
En el idioma ruso* algunos tiempos verbales en pasado tienen género, dependiendo de si eres hombre o mujer tienes que emplear en el final de la palabra una terminación u otra. La letra л (en castellano l) se utilizaría en el masculino, ла (la) para el femenino y ли (li) para formar el plural. Yuki empezó a utilizar las terminaciones masculinas en todas las acciones verbales. A los 17 años le dijo a su madre que se sentía un hombre. “Ella ya lo sabía. Me dijo todo lo peor que podría haberme dicho. Fue muy duro”, cuenta antes de tragar saliva. Su madre le prohibió hablar con las terminaciones masculinas. Ahora Yuki narra todas sus acciones con las variantes plurales, que carecen de género, para evitar una identificación. “Suena raro cuando hablo, pero voy a seguir haciéndolo”, afirma.
Su casa se ha convertido en una atmósfera irritante en la que Yuki no tiene intimidad ni si quiera en su habitación. Los conflictos familiares cotidianos para las personas transgénero en Moldavia son la mayor traba, sobre todo para jóvenes atados a una dependencia económica. “Ellos piensan que son tu propiedad por haberte dado la vida. ¿Cómo explicarles que no estoy loco ni enfermo? Hace unos días mi prima me preguntó que si me sentía hombre, ¿por qué seguía vistiendo prendas de color rosado?… o, ¿por qué me maquillaba?…”.
— ¿Ya has empezado las clases en la Universidad?
— Empiezo mañana.
—Ah, qué bien. ¿Tienes ganas?
—No, de verdad que no quiero pisar la Universidad.
Yuki tiene casi 20 años y estudia en la Universidad, donde cada día se enfrenta al bullying. Sus compañeros de clase, hacen que Yuki esté en un ambiente de tensión, siendo sometido cada momento a diversas preguntas sobre su aspecto físico. Tratan de herirle con sus comentarios y le dicen que lo que está haciendo no está bien. A veces ha tenido que lidiar con algunas situaciones violentas.
Al finalizar una de las clases de educación física, Yuki se dirigió al vestuario de hombres y mientras se cambiaba de ropa, dos compañeros le dijeron que se había equivocado de vestuario, que se fuera al de mujeres. Empezaron a hacerle sucesivas preguntas. Tuvo que decir que tenía problemas de salud para que le dejaran tranquilo. “Podía haber sido peor… Algunos compañeros son más agresivos que otros. Tengo que empoderarme mucho. Cada día es una lucha y no pienso rendirme. Al principio cuando empecé la etapa universitaria todo era normal porque era leído como cisgénero, pero luego la situación fue empeorando”, cuenta.
La identificación es uno de los principales problemas dentro del ambiente universitario, el nombre del pasaporte de Yuki no corresponde a su identidad. El profesorado se dirige a él acorde lo escrito en sus documentos. “Cada vez que un profesor o compañero me llama por el nombre familiar me hace rehuir más, no volver a ir a las clases”, narra. Yuki no cree que el nombre de una persona sea una marca de identidad o de género y piensa que los nombres son universales. “Siendo trans en una sociedad como ésta cambiar el nombre me ayudaría en el entorno universitario a llevar una convivencia más tranquila”, cuenta.
*
El silencio y los espacios entre palabras son afilados y cortan la conversación. Yuki no quiere pensar en el futuro, pero le gustaría irse a vivir a Moscú con su pareja, aun sabiendo que la situación en Rusia es peor.
Sasha
(Diminutivo de los nombres rusos Aleksandra o Aleksander. Persona que defiende la humanidad.)
Sasha, hombre transgénero y activista, comenzó a impulsar el activismo trans hace dos años en la organización no gubernamental GDM. Esta entidad es la única en todo el país que se encarga de promover y luchar por los derechos LGTBQ+ de las personas moldavas. Este espacio, fundado en 1998 en Chisinau, se definen como “un entorno jurídico, una sociedad legal y social para las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans; informar, promover los derechos y la prestación de servicios”. El trabajo de Sasha en la asociación es crear un lugar seguro donde las personas trans y no conformes con su género puedan hablar y contar sus historias de manera cómoda.
En el trayecto a la organización, mujeres venden en la calle fruta de temporada. Es la época de las uvas y todavía quedan algunas grosellas y arándanos. Otras venden pantalones vaqueros y zapatillas de deporte, calcetines, medias. Tres calles adelante, una bandera arcoíris ilumina el cielo gris. Para entrar a la oenegé, tienes que llamar a un timbre con cámara. En la primera planta del edificio hay una biblioteca repleta de libros en rumano y ruso, algunos también en inglés, sobre la historia del movimiento LGTB, salud sexual y derechos. Panfletos informativos, y diferentes publicaciones sobre la historia del pride en Moldavia decoran las paredes. Incluso en la tercera planta, hay un póster de Almodóvar. En el jardín, que está lleno de flores y pequeños arboles con frutos, Sasha fuma cigarrillos de menta.
“No sé si debería contarte mi historia… Yo no lo he pasado tan mal”, dice. Durante su infancia nunca percibió que era transexual, pero recuerda detalles, sensaciones, fijaciones diarias. “Me acuerdo cuando era muy pequeño que iba en el trolebús y ponía atención en la manos de los hombres, en el vello de sus brazos y en sus grandes relojes. Me gustaba. A los 24 años me dije: yo soy eso, un chico. Y ahí empecé a pensar que podía ser transexual y gay. Entonces comenzó mi liberación”, recuerda.
Para él la apariencia no es lo más importante. En el inicio de su transición pensaba que para ser aceptado como hombre debía tener músculos e ir al gimnasio, pero pronto comprendió que en realidad el género, y todo lo que le etiqueta, no era relevante. “Yo me liberé, salí de la caja que envuelve todo lo relacionado con la apariencia de mujer, pero tampoco me metí dentro de la caja del hombre. He comprendido que el género es fluido y no existe”, recalca.
GENDERDOC-M participa dentro del proyecto ProTrans promovido en 2013 por TGEU (Transgender Europe) junto organizaciones como: Gayten-LGTB (Serbia), Labrys (Kyrgyzstan), Red Umbrella (Turquía) y Transvanilla (Hungría). Esta iniciativa consiste en documentar y denunciar los casos de violencia hacia personas trans en Europa del Este y Asia Central. Acorde con el informe ‘For The Record’, publicado en TGEU, la comunidad trans en Moldavia es el grupo menos representado dentro del movimiento LGTBQ+. Esta falta de subrepresentación es el resultado de las pocas personas trans que acceden a GENDERDOC-M en busca de asistencia, un espacio seguro y servicio psicosocial. Esto es consecuencia de que la comunidad trans tiene internalizada la violencia y discriminación, y por eso que prefieren no involucrarse en la organización. Sin embargo, uno de los motivos principales por los que acuden a la oenegé es para solicitar información sobre los procesos de hormonación. En el centro cuentan con la ayuda de la única endocrinóloga del país que tiene conocimientos sobre la salud de las personas transgénero y que puede recetar hormonas según las condiciones individuales de cada paciente.
“Somos un grupo muy pequeño, unas 40 personas, y es muy difícil hablar sobre la situación en general. Hay muchos casos de discriminación pero no hay que olvidarse tampoco de la violencia estructural e institucional, no les deja ser libres ni entenderse a sí mismos”, explica Sasha. En el año 2012 Moldavia adoptó una ley antidiscriminación con una extensa lista de criterios protegidos. La Ley de Garantía de la Igualdad entró en vigor en el año 2013. Sin embargo, los criterios enumerados en el artículo 1 no incluyen ninguna referencia sobre la identidad, expresión de género u orientación sexual. La legislación no menciona la identidad o expresión de género. Las personas trans en Moldavia, a pesar de ser sometidas a diversos tipos de discriminación, prefieren no recurrir a organismos jurídicos, como el Consejo de Igualdad, por miedo a ser estigmatizados y por la falta de confianza en ellos.
Laura y Oxana aseguran que años atrás había muy pocos recursos e información sobre transexualidad, y más cuando solo se habla el idioma ruso. “La información siempre ha estado muy limitada”, dice Laura. Para Oxana y Yuki es muy importante acudir a la organización porque allí pueden documentarse. Yuki ha encontrado en GENDERDOC-M un abrigo: “Puedo leer mucha información por internet y tratar de entenderme a mí misma. Sé que muchas personas pueden convivir con la soledad pero yo no. En la organización todo el mundo me entiende. Trato de participar en todo lo que puedo y, a través de todo lo vivido, ayudar a otras personas”.
Sasha señala la importancia de hacer activismo, de empoderar a la comunidad trans. “Lo sé. Es posible que no hagamos una revolución trans en Moldavia, pero estar aquí hablando de ello es una evolución, y es lo más importante para ellas y ellos”.
*En Moldavia se hablan tres idiomas: rumano, ruso y gagaúzo. El rumano es el idioma oficial del Estado, así lo declaró la Corte Constitucional de Moldavia en 2013. A pesar de esto todavía sigue habiendo discrepancias, ya que a lo largo de la historia, el idioma de los moldavos y moldavas ha sido referido como ‘rumano’ o ‘moldavo’. Durante la época soviética el ruso estuvo más extendido que el moldavo porque era el idioma oficial de la URSS, hasta que en 1991, cuando Moldavia declara la independencia, pasa a llamarse rumano. En Moldavia, al ser una antigua república soviética, existe un elevado número de personas rusohablantes, al igual que sucede en países como Ucrania, Bielorrusia, Letonia o Kazajistán.