Teoría de conjuntos
Cuando algo no va bien, pienso en mi maestra Doña María, dibujando círculos en el suelo y en las paredes del colegio.
Doña María dibujaba en el suelo del aula muchos círculos y elipses con tiza, pero no se manchaba la bata porque era blanca, como su piel y su pelo. Era 1970 o así. El colegio no tenía clases multimedia con video, proyectores ni conexión a internet para tener a los chavales estimulados, pero Doña María lo inventaba cada mañana. Llegaba con su bolso enorme de piel y utilizaba todo el espacio disponible para pintar sus conjuntos. El bedel se enfadaba (“menuda loca, pintarrajeando por todas partes”). Pero el caso es que el suelo era de madera y todas las paredes tenían grandes pizarras negras (alguna tenía perennes, imborrables cuadrículas para hacer dibujos o gráficos, pentagramas para la clase de música, caminos pautados). Pero a Doña María le gustaba la libertad que le daba el suelo y se agachaba, se sentaba, se ponía de rodillas y dibujaba conjuntos. Algunos muy pequeños, casi un punto, y otros enormes que se extendían desde el suelo y trepaban hacia las paredes, como amebas gigantescas.
—Son diagramas de Venn.
Yo llegaba a casa y contaba que en clase nos explicaban los diagramas de Venn y mi madre, que era profesora de matemáticas, daba palmas de alegría al ver que con tres o cuatro años de edad, ya nos estaban metiendo en el mundo de las matemáticas modernas. ¡Qué suerte con Doña María!
Cuando había terminado de pintar los conjuntos que le convenían para la lección, empezaba a colocar dentro o fuera de ellos figuras geométricas de madera monocroma: círculos azules, triángulos amarillos, cuadrados ojos, segmentos verdes. A veces también nos usaba a nosotros y nos metía y nos sacaba alegremente de sus líneas de tiza. Pertenece, no pertenece. Esto es unión, esto es intersección. Este es el conjunto vacío. Y se emocionaba cuando al gritar ¡ahora os unís!, corríamos a juntarnos unos con otras, otras con unos. Doña María estaba feliz con su teoría de conjuntos (quizá aún no se había parado a pensar en esos conjuntos que no se contienen a sí mismos que habían hecho que todo se tambaleara hacía bien poco, o a lo mejor lo sabía, pero seguía demostrando un optimismo falso para protegernos ¿qué más nos daba?).
En ese colegio descubrí el color blanco: la bata de Doña María, su pelo, los conjuntos de tiza y la leche embotellada que nos daban en el recreo. Hasta entonces, mi vida era azul o rosa. El blanco fue un deslumbramiento.
Así que, cada mañana, llegaba contento y entraba antes de la hora porque Doña María me dejaba borrar los diagramas de Venn del día anterior, por lo menos hasta un metro y poco de altura, hasta donde llegaba. Uno de esos días me dijo que no me preocupara, que todo iba a ir bien. No sé por qué me lo dijo. Pero desde entonces, cuando algo no ha ido tan bien, he pensado en ella y sus círculos, elipses, parábola de tiza en el suelo y las paredes. Y entonces me pongo a hacerlo: dibujo diagramas de Venn hasta que todo pasa. Y, a veces, pasa.