Una madre busca a su hija
Milynali fue desaparecida hace cinco años. Su mamá dejó la tranquila vida en la huasteca mexicana para buscarla. A ella, y a los miles de hijos e hijas que han sido desaparecidos por autoridades y criminales desde que el Gobierno mexicano militarizó la seguridad del país.
Daniela Rea y Mónica González, integrantes de Pie de Página
Ciudad de México
I. La virgen
Graciela Pérez repasó con sus dedos cada una de las líneas del dibujo de la virgen de Guadalupe. El dibujo estaba hecho sobre la pared blanca de un cuarto abandonado, en un rancho abandonado en el noreste del país. Junto a la imagen estaba escrita la palabra ‘mamá’. En el piso de la habitación donde Graciela la encontró había basura, botellas vacías y ropa de mujer y hombre tirada, sucia. Graciela repasó con sus dedos los trazos y pensó en Mily, su única hija. Pensó en lo mucho que le gusta dibujar y lo mucho que le gusta, precisamente, dibujar la imagen de la virgen.
Graciela llegó a este lugar en la huasteca tamaulipeca de México buscando a Milynali Piña, que fue desaparecida hace cinco años, cuando tenía 13 años de edad, al volver de un viaje de vacaciones.
El día que llegó, en enero de este año 2017, al rancho, donde estaba el dibujo de la virgen, Graciela iba acompañada de la fotógrafa Mónica González y ministeriales del estado de Tamaulipas, quienes tomaron sus propias imágenes con la promesa de hacerle pruebas de caligrafía y responder si Mily lo dibujó, si Mily estuvo ahí secuestrada. Ahí, en esa habitación abandonada de paredes blancas y techo de lámina con un gran agujero que suponía ser una ventana. Como era de suponer en México, Graciela no ha vuelto a saber nada de las autoridades que prometieron las pruebas forenses del dibujo.
Graciela narra así los lugares donde tienen a las personas desaparecidas que ha encontrado y recorrido:
“Al principio yo iba en la carretera y esperaba que se me aparecieran saliendo del monte y miraba en el monte, vivos, escondidos, tratando de encontrar una salida y que yo me los iba a encontrar, mi idea es esa, encontrármelos así. Buscando un camino, la salida”.
“Sientes esa presencia extraña de que algo aquí, se te eriza la piel y entras a buscar y encuentras: cinta canela, amarre por allá y terminas encontrando un resto o un cuchillo o veladoras de la santa muerte… El encontrarte un hueso, un resto enterrado, es darte cuenta de la forma en que tienes que buscar”.
“La mayoría están muy cercanos de las ciudades, de los pueblos. Incluso hay ranchos muy bonitos, arreglados, sembrados, prósperos. Todos tienen camino y tienen entrada y salida, salida de emergencia. Todos tienen señal de teléfono y casi la gran mayoría tiene un río. O un bracito de agua. El agua es como los animales, todos tienen que tener agua, incluso ellos, sino se mueren. Tienen camas, son tablas de triplay. Y por la ropa que hay, cientos de maletas”.
En la última década 32.000 personas han sido desaparecidas en México. Las desapariciones han sido por fuerzas del Estado, como policías, militares, marinos, y por integrantes del crimen organizado. Es difícil responder a las preguntas ¿por qué los desaparecieron?, ¿para qué los quieren?, ¿dónde están? Pues la impunidad en el país ha impedido saber las respuestas y construir un patrón que permita, a su vez, evitar más desapariciones. El acercamiento que ha habido a esas respuestas ha sido por la búsqueda de los mismos padres, cada lugar que ellos encuentran es una posibilidad más de entender: los desaparecen autoridades y criminales, algunos han sido encontrados en ranchos donde estaban privados de su libertad para obtener dinero u obligarlos a trabajar, otros han sido encontrados muertos en fosas clandestinas.
II. La niña
Por las fotografías que su madre ha compartido en las redes sociales sabemos que Mily es una niña de cara redonda, cabellera larga y rizada y piel color avellana, que le hace ver sus ojos más claros. En esas fotografías Mily casi siempre está sonriendo. Han pasado cinco años y probablemente su cara se afiló, pero es difícil saber si su cabello sigue largo. ¿De qué estará ahora hecha su mirada? ¿Le seguirán gustando las mismas cosas que antes?
El día que fue desaparecida Mily volvía de un viaje de vacaciones en Houston, Texas, Estados Unidos, con su tío y primos José Arturo Domínguez Pérez, Alexis Domínguez Pérez, Aldo de Jesús Pérez Salazar e Ignacio Pérez Rodríguez. En la carretera se perdió la comunicación y desde entonces no volvieron a saber de ellos.
Mily acababa de terminar primero de Secundaria y le gustaba hacer amigos. Sus planes eran terminar la escuela en ese tranquilo pueblo en el norte de México y estudiar la universidad en Estados Unidos, pues tiene la nacionalidad. Entonces, a sus 13 años, Mily pensaba estudiar pediatría y hacerse chef: entre semana atendería el consultorio y los fines de semana trabajaría junto a su madre en un restaurante que tenían pensado poner. Graciela estaba pagando una beca para costearle la universidad. La beca se liberaría cuando Mily cumpliera 18 años. “Teníamos un proyecto de vida claro, feliz y productivo”, recuerda Graciela con dolor.
Cuando volvía de aquellas vacaciones de Houston, muy probablemente Mily vestía la ropa que habían comprado en el otro lado y este, ahora, es un detalle importante. Graciela no tiene una respuesta cuando le preguntan cómo iba vestida la última vez que se le vio. Y más importante aún, cuando Graciela busca en campamentos y ranchos de personas secuestradas, cuando encuentra maletas y ropa de adolescente tirada, se imagina que cualquiera de esas prendas pudo haber traído su hija. Que Mily estuvo ahí.
“En los ranchos había mucha ropa interior de jovencita, no puedo saber qué ropa traía mi hija porque venía de Estados Unidos. Cuando la encuentro tirada en esos lugares imagino, imagino si ella pudo estar ahí”.
“Cuando te vas topando con montón de campamentos de secuestrados, con evidencia de que ahí estuvieron, donde desmantelan autos, ropa … te das cuenta de qué es lo que está ocurriendo, no puedes negar que pudieron haber estado por ahí. Y si aparte de esto te encuentras fosas clandestinas, restos óseos calcinados, tambos incineradores, movimientos de tierra extraños, huesos, pedazos, puedes imaginarte lo que pudo haberles ocurrido. No significa que los queramos muertos, pero a cuatro años y medio sería muy egoísta de mi parte creer que alguno pudiera estar vivo… imaginarte el terror el pánico y la podredumbre en que estuvieran viviendo”.
Hace unos días Graciela soñó a su hija Mily.
“Fue un sueño muy bello pues me abrazó y parecía que estábamos juntas en algún lugar. Hacía frío. La vi de pantalón de mezclilla, botas afelpadas, una especie de túnica de lana color beige, blusa blanca y su bolso de piel tipo mochila. Resplandecía frente al sol y su cabello largo y rizado la hacían ver de 18 años bella, fuerte y cálida. Cuando me vio vino hacia mí y me abrazó”.
En la última década, 4.189 mujeres adolescentes de 10 a 19 años, como Milynali, han sido desaparecidas en el país, según la base de datos www.personasdesaparecidas.org de Data Cívica.
III. La madre
Graciela vivía con su hija Mily en un pueblo de la huasteca potosina, cerca de nacimientos de aguas termales y paisajes exuberantes. Había llegado a este lugar del norte de México en busca de una vida tranquila. Antes, trabajaba en la ciudad de México como funcionaria de programas sociales, cargo al que renunció para darle a su hija el tiempo y la cercanía que permite a las familias la vida en provincia. Mily y Graciela llegaron a Tamuín, y la madre ahí continuó su vida laboral dando clases de inglés en una escuela primaria y elaborando proyectos productivos.
Desde que su hija fuera desaparecida en 2012, como cientos de padres y madres en todo México, Graciela pospuso la vida que tenía para volcarse por completo a seguir los rastros que puedan llevarla a recuperar a Mily.
Hace tres años, en 2014, la invitaron a ser parte del proyecto Ciencia Forense Ciudadana (CFC) en Tamaulipas, cuyo objetivo es lograr una base de datos genéticos para ayudar a identificar a las personas desaparecidas. Una vez al mes las familias salen a la calle a recolectar pruebas de ADN de personas que tengan a algún familiar desaparecido, con las cuales abastecen la base de datos que ellas mismas han formado. Trabajan de manera voluntaria y con recursos personales o donaciones. Estos últimos meses Graciela suspendió la actividad porque las lluvias rompieron el toldo de plástico con el que el grupo de CFC se protegía del sol y de la lluvia y el colectivo se quedó sin dinero para sustituirlo.
Por su lucha en busca de verdad y justicia, este 2017 fue reconocida por el Gobierno de Holanda con el Premio Tulipán de los Derechos Humanos.
Gran parte de su recorrido lo ha hecho en solitario. El rancho abandonado donde encontró el dibujo de la virgen de Guadalupe es uno de los más de 300 lugares a los que se internado buscando pistas que la lleven a su hija. Quizá por su experiencia como promotora de programas sociales, Graciela tiene una gran capacidad de logística. Sigue las pistas que la gente le envía por teléfono o por mensaje en las redes sociales, también registra los puntos que algunos detenidos dan en sus declaraciones y todo eso lo traduce en coordenadas geográficas que en algún momento irá a rastrear. Así se ha internado en más de 300 lugares como brechas, ranchos, cañadas donde ha encontrado 47 fosas clandestinas.
Las búsquedas de ranchos, campamentos y fosas comenzaron de manera fortuita. No era plan de Graciela buscar a Mily ahí. En el año 2012, a los pocos meses de ser desaparecida su hija y familia, soldados avisaron que habían encontrado siete cuerpos –uno de ellos de mujer- y quizá por inercia, quizá por la realidad que decían los ranchos y las fosas –maletas de ropa, ropa de mujeres, fosas clandestinas, cuerpos sin vida- continuó por este camino.
“Tomar un hueso, un resto encontrado es como cargar a un bebe recién nacido, por delicado… es tan frágil, tan frágil que no, que lo único que puedes hacer tú es agarrarlo con delicadeza, para ser identificado y que tenga nombre… porque un bebé igual no tiene identidad, se va creando con lo que tú le vas mostrando… en el momento que veo un hueso escucho, escucho los llantos, los gritos, el horror… miro el horror.… No somos buenas personas, no somos buenas personas si somos capaces de estas cosas”.
“La tierra sabe bien que ese hueso no debería estar ahí y si hay gente llorando, ese dolor es como las ondas sonoras, que se conectan de tal forma, tan natural, incluso con la naturaleza que trae lluvia y la lluvia saca esos huesos… Yo creo que nos ayuda mucho la naturaleza a encontrarlos”.
A manera de epílogo, un mensaje de Graciela.
“A la gente que lea esto me gustaría que supiera que el Estado mexicano le ha apostado a que nos cansemos u olvidemos. Le apuesta también a dividirnos a las familias. Somos miles de familias con desaparecidos, estamos rotas y muchas sin saber cómo canalizar tanta impotencia, incertidumbre y dolor. Las fuerzas del cuerpo serán las que nos pararán”.
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