Vulnerabilidades Fluidas
"Lo de “identidad” ha sido muy útil para encontrar una “manada” que nos acompañe y nos haga querernos como somos; y seguirá siendo necesario mientras exista la opresión, porque todxs tenemos la necesidad, en algún momento de sentir que no somos una bicha rara o una mente loca y disfuncional. Pero una vez cumplido ese papel iniciático en esto de la diversidad, la identidad deja de tener significado pleno, en el sentido de que UNA identidad es un ÚNICO punto de unión dentro las infinitas complejidades que nos componen". Este lector, nos invita a hablar de "vulnerabilidad".
Fabio Zamarreño
Hace tiempo que vengo observando una especie de competición entre las minorías sociales, étnicas y sexuales dentro del área de los discursos disidentes. Este hecho me preocupa porque, aunque cada grupo de personas (o incluso cada una de esas personas) posee características que lo hacen diferir del resto -pongamos el caso de las mujeres negras dentro del feminismo-, soy de lxs que considera que la lucha contra el patriarcado es la prioridad, y todo lo que nos divide, nos perjudica. El enemigo (sin lenguaje inclusivo aquí) es demasiado fuerte, y nosotrxs -lxs diversxs con conciencia-, somos, aún, demasiadx pocxs.
Es común observar, por ejemplo, cómo nos tiramos los trastos a la cabeza cuando queremos ser lxs más discriminadxs: “tú serás gay, pero al fin y al cabo eres hombre”; “bueno, aunque seas mujer sigues teniendo los privilegios de blanca y hetero”; “tú de qué te quejas, si es más fácil ser negra que bollera…”. Y así estamos, en una especie de olimpiadas minoritarias donde nadie queda contento y la lucha contra el sistema opresor -la que importa- se diluye.
Por ese motivo, hace tiempo que me planteo que necesitamos una terminología que, sin dejar de resaltar nuestra identidad (si la queremos), enfoque nuestros esfuerzos en lo fundamental: las opresiones generadas por cada uno de esos factores. Ser negrx o blancx sería igual de importante que tener el pelo liso o rizado si no fuese porque, mientras que en un caso la identidad genera opresión, en el otro no lo hace.
Sin embargo, los seres humanos -especialmente en sociedad- somos demasiadx complejxs como para agruparnos en categorías tan estancas: ¿cuántos perfiles diferentes podemos encontrar dentro del grupo “mujer”, “negrx” o “LGTBI”? Mi respuesta es que, al menos, tantos como personas conformen dichos grupos; y ese es un número muy grande. Por tanto, las denominaciones están bien siempre que nos sirvan para unir fuerzas contra opresiones que no nos dejan respirar; pero, últimamente, observo que se usan más como arma arrojadiza que como elemento de cohesión. Y además son incompletas y despliegan estereotipos que ponen palos en las ruedas.
En un esfuerzo por encontrar una terminología más adecuada, que genere cohesión y no división, he reflexionado sobre un término que quizá se adapte mejor a lo que queremos expresar, y este no es otro que el de vulnerabilidad. Lo de “identidad” ha sido muy útil para encontrar una “manada” que nos acompañe y nos haga querernos como somos; y seguirá siendo necesario mientras exista la opresión, porque todxs tenemos la necesidad, en algún momento -pero especialmente al principio- de sentir que no somos una bicha rara o una mente loca y disfuncional. Pero una vez cumplido ese papel iniciático en esto de la diversidad, la identidad deja de tener significado pleno, en el sentido de que UNA identidad es un ÚNICO punto de unión dentro las infinitas complejidades que nos componen.
Y por eso, propongo entender las identidades como la resistencia que generamos a la vulnerabilidad que sufrimos. Si existe una identidad “homosexual” y no una identidad “pelirroja”, es por el hecho de que ser homosexual nos vuelve vulnerables y ser pelirrojos no -al menos ahora y que yo sepa-. Entonces, ¿por qué no agruparnos en torno a las vulnerabilidades? Creo que es más sencillo y práctico que hacerlo en torno a esas supuestas identidades que nadie sabe muy bien lo que son. Y si algún día los pelirrojos vuelven a ser vulnerables, será ese el elemento de cohesión que los agrupe en torno a una lucha por conseguir la igualdad. Si nos fijamos en lo que nos oprime en lugar de en lo que somos, lucharemos contra lo que nos oprime y no contra nosotrxs mismxs.
Acudamos a la definición de la Academia -de la que no soy muy fan pese a mi condición de filólogx- para encontrar que ‘vulnerable’ es “[aquel que puede] recibir heridas o lesiones, físicas o morales”. En España, como todxs sabemos a estas alturas, resultaría ridículo utilizar términos como “blancx de mierda” o “hetero de mierda”. Sin embargo, oímos a diario “negrx de mierda”, “maricón de mierda” o “morx de mierda”. El hecho de que el propio lenguaje nos ridiculice el intento de unir la blanquitud o la heterosexualidad con la mierda, pero en cambio nos permita hacerlo a las mil maravillas cuando los conceptos son otros, aporta una prueba irrefutable de cómo algunas tipologías son invulnerables (blancx, hetero) y otras absolutamente vulnerables (negrx, maricón, bollera o morx). Las palabras invulnerables no nos dejan ni que las insultemos. Así de poderosas son.
Sin embargo, y aunque en teoría esto parece muy obvio, podríamos establecer una clara división entre vulnerables e invulnerables, que al final sería casi la misma que la división por identidades, Sin embargo, mi tesis en este artículo es que las cosas irían mucho mejor si nos diésemos cuenta, de una maldita vez, de que todxs somos “potencialmente vulnerables”. Aunque los estudios de género se han apropiado del término “queer”, creo que en esta categoría debemos comenzar a incluir a otros grupos de personas altamente discriminadas por sus cuerpos, y estoy pensando, especialmente, en las víctimas de la gordofobia o de los estigmas que recaen sobre la diversidad funcional o la pobreza; o sobre todos los otros cuerpos que estoy olvidando y me vais a recordar.
Los cuerpos que el patriarcado considera que “no se puede follar” resultan abyectos, repulsivos, asquerosos; e incluso lxs que pertenecemos a esos grupos nos odiamos a nosotrxs mismxs por un tiempo más o menos largo de nuestra vida. Los cuerpos no-follables por hombres blancos heterosexuales recorren un espectro que va desde lxs pobres y sucixs hasta lxs gordxs, pasando por lxs funcionalmente diversxs y acabando con lxs homosexuales. Buena prueba de esto es que el porno lésbico creado para hombres esté absolutamente aceptado, mientras que el porno lésbico creado para las lesbianas resulta grotesco -y ni eso, ¡es que no existe!- dentro de la mentalidad patriarcal. Por esa misma razón el porno lésbico para lesbianas es queer y el porno lésbico para machitroles no. Porque queer, para mí, comienza a ser sinónimo de algo que no es follable por el patriarcado y, por tanto, es considerado incapaz de despertar deseo; y lo que no levanta deseo a cierto y restringido grupo, le despierta repulsión. Y como el patriarcado somos todxs, todxs sentimos los mismos instintos, aunque eso nos lleve a repudiar nuestros propios cuerpos. A odiarnos a nosotros mismos. A sufrir (joder, ¡qué sufridos somos los queer!).
En este berenjenal nos encontramos lxs gordxs, lxs homosexuales, lxs negrxs, lxs árabes, lxs funcionalmente diversxs, lxs trans, lxs bisexuales que no sirven al patriarcado (por eso las mujeres pueden y los hombres no), etcétera, etcétera, etcétera… ¿quién decide entonces qué cuerpos son queer? Pues precisamente el deseo heterosexual masculino, pero en este caso por exclusión, y no por inclusión. El poder genera resistencias, normalmente nacidas de las minorías aplastadas por ese poder. Hasta ahora hemos considerado que el deseo patriarcal excluía a cuerpos sexualmente diversos, pero esa idea es muy incompleta. El espectro de vulnerabilidades que ha generado el deseo patriarcal es muchísimo más amplio, y nuestra tarea es ahora identificarlos e incluirlos en la batalla. Ojalá me salga otro artículo de esta idea en el futuro. (¿Deseo patriarcal versus vulnerabilidades “queer”? ¡Me encanta la idea!).
Por otro lado, es cierto que hay un grupo de individuOs a los que es totalmente imposible meterlOs en el saco de lo queer, en el sentido de que el término se creó precisamente como resistencia a ese grupo. Sin embargo, también es cierto que no es posible que un cuerpo sea invulnerable durante toda la vida: se puede ser blanco, rico y heterosexual por un tiempo, pero en algún momento se pasará a ser gordx; o viejx; o tu negocio se irá al garete; o tendrás un accidente; o te mudarás a un país donde seas minoría étnica. Y, de súbito y casi sin darte cuenta, formarás parte de lxs vulnerables, les pedirás a lxs demás que te ayuden, y, para colmo, rematarás diciendo que “nunca pensaste que eso te pudiera pasar a ti”.
La superioridad moral que permite discriminar a otrxs nace de una falsa sensación de invulnerabilidad. Dicha sensación la poseen ciertos grupos dominantes, quienes, en su cortedad de miras, no son conscientes de que en algún momento ellOs también necesitarán cuidados. ¿Quién no envejece? ¿Quién nació adulto y no bebé? Y ojo, que yo me meto en el saco: el pertenecer a una minoría no me excluye de oprimir a los demás, o incluso de creer, en ocasiones, que nunca voy a envejecer o tener un accidente que me deje en silla de ruedas. Pero lo importante aquí es la inclusión de puntos de vista como los que aportan la diversidad funcional (incluyendo el fenómeno del envejecimiento) y los cuerpos gordos: amplían la restringida concepción de “vulnerabilidad” que hasta el momento habíamos aplicado a los estudios de género.
En un artículo posterior (¡ay la leche! ¡Que se me queda todo en el tintero!), me gustaría también analizar cómo la percepción de auto-invulnerabilidad -que están experimentando ciertos grupos de homosexuales a través de una posición más cómoda en el patriarcado-, está dando despertando fenómenos como el homonacionalismo o la discriminación racial dentro del colectivo. Solo quien se siente invulnerable es capaz de convertirse en un sujeto que discrimina, y los homosexuales blancos, gracias a que han pasado de ser -en términos de Jasbir Puar- “sujetos de muerte a sujetos de vida”, están adquiriendo diversas invulnerabilidades (económica, social, cultural…). Esto, por sí mismo, no sería negativo si no asistiésemos al hecho de que, paralelamente a ese proceso, se convierten en sujetos con la capacidad de oprimir a otras personas cuyas vulnerabilidades son mayores, como las discapacitadas, gordas, o de diferentes razas (daremos un paseo por Tinder o Grindr y sus “no Blacks, no Asians”).
Este fenómeno tan triste es una prueba clarísima de cómo las estructuras de invulnerabilidad-opresión actúan en connivencia y son, además, fluidas tanto a lo largo de la vida como en los diferentes contextos. De ello da muestra también Chimamanda Ngozi Adichie, la excepcional novelista nigeriana que todxs deberíamos leer. En su conferencia El peligro de la historia única nos deja saber que no tuvo concepción de su propia negritud hasta que llegó a Estados Unidos, porque fue ese el momento en el que el color de su piel comenzó a ser señalado. Y es que ni siquiera el color de piel, ejemplo clásico de vulnerabilidad, es una estructura que se mantiene invariable a lo largo y ancho del globo. Incluso el color fluye, y no en todos los lugares del planeta ser negro te convierte en objeto de la opresión, por lo que no en todos los países del mundo tiene sentido desarrollar una identidad negra que luche contra la vulnerabilidad de sus cuerpos.
Todxs somos potencialmente vulnerables. Ningún ser humano debería ser lo suficientemente estúpido como para pensar lo contrario, y necesitamos toda la empatía en estos tiempos de Trump, Le Pen, la ultraderecha austríaca o caras quemadas de tanto mirar al sol. Empatía, mucha, y noción de nuestra fragilidad. Abrazar a la vulnerabilidad y hacernos mejores con ella. Y a las minorías, especialmente a los homosexuales blancos que se están empezando a animar en esto de oprimir a otros, les digo (nos digo) muy clarito:
No lo olvidéis: Las vulnerabilidades son fluidas. Ni todos (ni siempre) somos invulnerables.