El fútbol es una representación grotesca de la vida que, entre goles y fueras de juego, ayuda a entenderla mejor. Este deporte, en clara compraventa alcista, estereotipa las identidades individuales y colectivas de las sociedades que refleja. En el Estado español, miles de jóvenes patean cada semana un esférico de cuero que, en su versión más exitosa, se resume en el medio millar aproximado de futbolistas hombres que “militan” en la primera división. Ninguno de los que han pasado por ella ha hecho pública su homosexualidad.
El llamado “deporte rey” oculta la diversidad sexual e identitaria de sus “legionarios”. Los héroes toman cuerpo de futbolista, convertidos en ídolos sin par a través de su comportamiento. Dentro —y también fuera— del campo se mantienen en pie los más fuertes y aguerridos, iconos cuyo dominante liderazgo está fuera de toda duda. Esta dinámica de resistencia otorga al fútbol la condición de escaparate de la masculinidad hegemónica.
“Los mecanismos de identidad en el fútbol son enteramente binarios, duales y en continua construcción por exclusión y comparación del ‘otro’”, escriben Almudena García y Antonio Martín, de la Universidad Rey Juan Carlos. Su artículo ‘Construyendo la masculinidad: fútbol, violencia e identidad’ revela cómo el enorme potencial socializador del balompié excluye automáticamente de la escena de poder los valores que se salgan del patrón establecido: masculinidad y virilidad como supuesta esencia definitoria del hombre heterosexual. Quién dijo miedo, ni dolor, ni cuidados, ni dudas, ni debilidades. Ni mujeres, claro. El fútbol como una cosa hombres, pero solo de algunos. Los de las pelotas privilegiadas.
Internacional alemán
El muro de invisibilidad y discriminación de las personas LGTBI apenas tiene grietas deportivas y el mundo del fútbol es uno de los reductos más opacos en ese sentido. La versión más abierta la presenta el protagonizado por mujeres, por ejemplo, con figuras como Nadine Angerer y Abby Wambach, que desafían esa forma de poder masculino y heterosexista. En la versión “comandada” por los hombres, el caso del alemán Thomas Hitzlsperger supuso a principios de 2014 un antes y un después.
“Me tomé mi tiempo antes de salir del armario. Primero lo hablé con familiares y amigos, para estar seguro de su reacción y, sobre todo, para sentirme protegido de las reacciones exteriores”, explicó recientemente Hitzlsperger en Bilbao, con motivo de la proyección de la película ‘The Pass’ (2016), en la que dos jóvenes promesas comparten habitación y juegos y besos y tensión sexual y negaciones identitarias la noche antes de su debut en Champions con el primer equipo.
Justin Fashanu —quien acabó suicidándose por la presión social—, Liam Davis, Anton Hysen, Robbie Roggers… Hitzlsperger no era el primero, pero sí el futbolista de más alta categoría en hacerlo público: vistió la camiseta nacional en más de cincuenta ocasiones y jugó en clubes punteros de Inglaterra, Alemania e Italia. La reacción generalizada, excepciones mediante, fue de aplauso, con las críticas constructivas centradas en el momento elegido, apenas seis meses después de la retirada. ¿Por qué no hacerlo en activo?
Hitzlsperger desmonta ante Pikara Magazine la respuesta del miedo a los seguidores: “Los futbolistas estamos acostumbrados, desde bien pequeños, a todo tipo de reacciones de los hinchas, sobre todo a los insultos de los seguidores del equipo contrario. Ese no es el problema principal. Es más importante lo que sucede en las relaciones cercanas con los compañeros, con los entrenadores, con el club que te paga, con los contratos de publicidad, a la hora de salir en televisión… A eso es a lo que se tiene miedo”.
Masculinidades diversas
Dirigido por Ben A. Williams, ‘The Pass’ fue elegido mejor largometraje por el público asistente a la muestra de cine Thinking Football Film Festival 2017, organizada anualmente por la Fundación Athletic Club. “Es una película tan incómoda como necesaria. El propio mundo del fútbol no se ha pronunciado”, confiesa el productor, Duncan Kenworthy, sorprendido por la petición expresa del equipo bilbaíno de incluirla en la programación del certamen.
Jason y Ade, los dos protagonistas de la cinta, siguieron caminos opuestos después de aquella noche… Sin embargo, las horas previas a cumplir su sueño futbolístico, los prolegómenos a aquellos primeros besos compartidos transcurren para ambos por un mismo camino, una competición verbal por la virilidad, una especie de medición de “hombrías”: los bíceps y la fuerza, el número de mujeres, la autosuficiencia hacia el triunfo, el alcohol, la superioridad deportiva, el éxito.
Thomas Hitzlsperger era conocido con el sobrenombre de der Hammer (el martillo, en alemán) por su característico estilo en el centro del campo. ¿Está preparado el fútbol para otro tipo de identidades de género, para otras masculinidades y feminidades, con independencia de su orientación sexual, o por su propia lógica está condenado al machismo? “En los últimos años se ve a futbolistas con otros intereses y con otras actitudes, pero ser diferente y desmarcarse del grupo siempre es difícil. Espero verlo cada vez más”, responde Hitzlsperger, en una reflexión que coincide con la vertida por García y Martín: “Si existen grupos que están intentando romper esta forma de definir la masculinidad en el mundo del fútbol, es un fenómeno que está por ver. Lo que es evidente es que la cultura futbolística mantiene fuertes vínculos con las ideologías de la masculinidad más clásicas”.