Carmilla, amor lésbico vampírico en el siglo XIX

Carmilla, amor lésbico vampírico en el siglo XIX

'Carmilla' es una historia que ha vivido a la sombra de otras novelas vampíricas de éxito como 'Drácula' de Bram Stocker, pero la historia de Sheridan Le Fanu fue publicada 25 años antes, concretamente en 1872. El cuento representa el amor lésbico entre la vampiro y su víctima, situando además a la historia en una temática erótica homosexual. Este texto ha sido adaptado para el fanzine 'Las malas hierbas'.

11/01/2018
Imagen de David Henry Friston.

Imagen de David Henry Friston.

Carmilla apareció por primera vez en la colección de cuentos de terror In a glass darky, escritos por Joseph Sheridan Le Fanu. Si bien Carmilla es una historia que ha vivido a la sombra de otras novelas vampíricas de éxito como Drácula de Bram Stocker, la historia de Sheridan Le Fanu fue publicada 25 años antes. De modo que, según se dice, Stocker había tomado nota de varias características de los vampiros de Carmilla. Por otra parte, y esto podría ser lo más llamativo, el cuento representa el amor lésbico entre la vampiro y su víctima, situando además a la historia en una temática erótica homosexual.

Esta novela está incluida en el fanzine Las malas hierbas. “En esta edición se ha desfragmentado la historia y alterado el orden de los capítulos, generando una especie de confusión en la que la identidad de la vampiro queda difusa y aplicando un carácter amenazante a todos los personajes. ¿Quién será víctima y quién verdugo?”, se preguntan los autores del fanzine.

Carmilla está narrada desde el punto de vista de una chica de 16 años. “Queríamos dar otra visión del romanticismo, ya que estamos acostumbradxs a verlo todo desde el punto de vista de un hombre que sufre y que huye de la realidad en la que vive para refugiarse en la fantasía, en lo etéreo, y muy a menudo se relata desde un punto de vista masculino. Pero también nos interesó porque es un relato bollo de vampiros: aquí no tenemos a un hombre apuesto y seductor, sino que quien nos seduce, nos arrastra, y nos deja con la miel en los labios es una chiquilla que sabe lo que quiere y lo hará todo por conseguirlo. Por último, y no menos importante, es en este relato donde encontramos las primeras características de lo que conocemos sobre los vampiros. Es así cómo traemos un cuento con todos los aspectos ambientales del romanticismo, pero con una trama distinta a lo que teníamos por costumbre”.


Extracto de Carmilla, capítulo ‘Sus hábitos. Un paseo’, de Sheridan Le Fanu (1872), publicado en Las malas hierbas.

 

“ […] Lo que me contó venía a reducirse, según mi poco razonable estimación, a nada en absoluto.

Todo ello se resumía en tres vagas revelaciones. Primera: se llamaba Carmilla. Segunda: su familia era muy antigua y noble. Tercera: su hogar estaba en dirección al oeste.

No me dijo ni el apellido de su familia, ni cuáles eran sus blasones, ni el nombre de sus dominios, ni siquiera el del país en que vivían.

No vayas a suponer que la importunaba incesantemente con estos temas. Vigilaba las oportunidades, y más bien insinuaba que no forzaba mis indagaciones. A decir verdad, una o dos veces la ataqué más directamente. Pero fuera cual fuera mi táctica, el resultado era invariablemente un fracaso total. Tanto los reproches como las caricias se perdían con ella. Pero debo añadir que su evasión era llevada a cabo con una melancolía y unas imploraciones tan gentiles, con tantas, e incluso tan apasionadas declaraciones de su afecto por mí y de su confianza en mi honor, y con tantas promesas de que acabaría por saberlo todo; que no podía inclinar mi corazón a estar ofendida con ella por mucho tiempo.

Solía rodearme el cuello con sus lindos brazos, atraerme hacia ella y, mejilla contra mejilla, murmurar con sus labios junto a mi oído:

—Querida mía, tu corazoncito está herido. No me creas cruel porque obedezca a la ley irresistible de mi fuerza y mi debilidad. Si tu querido corazón está herido, mi corazón turbulento sangra junto al tuyo. En el éxtasis de mi enorme humillación, vivo en tu cálida vida, y tú morirás… morirás, morirás dulcemente… en mi vida. Yo no puedo evitarlo, así como yo me acerco a ti, tú a tu vez te acercarás a otros, y conocerás el éxtasis de esa crueldad que, sin embargo, es amor. De modo que, durante un tiempo, no trates de saber nada más de mí y lo mío: confía en mí con todo tu espíritu amoroso.

Y, después de cantar esta rapsodia, me apretaba más estrechamente en su tembloroso abrazo, y sus labios encendían mis mejillas con dulces besos. Sus inquietudes y su lenguaje eran ininteligibles para mí. De esos disparatados abrazos, que no se producían demasiado a menudo, debo admitir que solía desear liberarme; pero parecían faltarme las energías para ello. Sus palabras murmuradas sonaban como un arrullo en mis oídos, y ablandaban mi resistencia en un trance del que tan sólo parecía recobrarme cuando ella apartaba sus brazos.

No me gustaba cuando estaba en esos humores misteriosos. Experimentaba una extraña excitación tumultuosa que, siempre y de inmediato, era placentera; pero se mezclaba con una vaga sensación de miedo y repugnancia. No tenía yo ideas precisas acerca de ella mientras duraban estas escenas, pero cobraba conciencia de un amor que se transformaba en adoración, y también en aborrecimiento. Sé que esto es paradójico, pero no puedo intentar explicar de otro modo aquel sentimiento.

Escribo ahora con mano temblorosa, tras un intervalo de más de diez años, con un confuso y horrible recuerdo de ciertos acaecimientos y situaciones a través de cuya prueba estaba yo pasando inconscientemente; mas, pese a todo, con una vívida y muy aguda rememoración del curso general de mi historia. Pero sospecho que en todas las existencias se dan ciertas escenas emocionales, aquellas en las que nuestras pasiones se han despertado más salvaje y terriblemente, y que, entre todas las demás, son las que más vaga y difusamente recordamos.

A veces, después de una hora de apatía, mi extraña y hermosa compañera me tomaba la mano y la retenía apretándomela cariñosamente, mirándome al rostro con ojos lánguidos y ardientes, y respirando tan aprisa que su vestido subía y bajaba con la tumultuosa respiración. Era como el ardor de un enamorado. Me turbaba. Era una cosa, sin embargo, irresistible. Y con mirada ansiosa me atraía hacia sí, y sus cálidos labios recorrían en besos mis mejillas; y susurraba, casi sollozando:

—Eres mía, serás mía, y tú y yo seremos una para siempre.

Luego se dejaba caer nuevamente hacia atrás en su silla, tapándose los ojos con sus pequeñas manos, y me dejaba temblando.

—¿Es que somos parientes? — solía yo preguntarle—. ¿Qué pretendes con todo esto? Quizá te recuerdo a alguien a quien amas… Pero no debes hacerlo, lo detesto. No te conozco…, no me conozco a mí misma cuando me miras y me hablas de ese modo.

Ella solía suspirar ante mi vehemencia, y luego volvía el rostro y me soltaba la mano.

Respecto a esas manifestaciones realmente extraordinarias, yo me esforzaba en vano por formar alguna teoría satisfactoria. No podía reducirlas a fingimiento o burla. Se trataba inconfundiblemente del estallido momentáneo del instinto y la emoción contenidos. ¿No estaría, pese a la espontánea negativa de su madre, sujeta a breves accesos de demencia? ¿No se trataría acaso de un disfraz y un romance? Yo había leído de cosas semejantes en viejos libros de cuentos. ¿Y si un amante masculino hubiera logrado introducirse en la casa y tratara de conseguir sus fines con la ayuda de una vieja e inteligente intrigante? Pero había muchas cosas en contra de esta hipótesis, pese a ser tan interesante para mi vanidad.

Yo podía jactarme de no pocas de las atenciones que la galantería masculina se complace en ofrecer. Entre esos momentos apasionados había largos intervalos de situaciones normales de cavilosa melancolía, durante los cuales, salvo por el hecho de que observaba sus ojos llenos de fuego melancólico mientras me seguían, había momentos en que hubiera podido no ser nada para ella. Excepto en esos breves períodos de misteriosa excitación, sus maneras eran infantiles. Y siempre había en ella una languidez absolutamente incompatible con un organismo masculino en estado sano.

En ciertos aspectos sus costumbres eran extrañas. Quizá no tan singulares en la opinión de una persona de ciudad como tú como para nosotros, que éramos gente rústica. Solía bajar muy tarde, generalmente no antes de la una, y se tomaba una taza de chocolate, pero no comía nada. Luego íbamos a dar un paseo, que era un mero haraganeo, y casi inmediatamente parecía agotada; y o volvía al schloss o se sentaba en alguno de los bancos situados, aquí y allí, entre los árboles. Era ésa una languidez corporal con la que su mente no concordaba. Era invariablemente una animada conversadora, y muy inteligente.

A veces aludía por un instante a su hogar, o mencionaba un incidente o una situación, o un recuerdo temprano, que señalaban a una gente de extrañas maneras, y describía costumbres de las que nosotros no sabíamos nada. Deduje por estos ocasionales atisbos que su país natal era mucho más remoto de lo que al comienzo había imaginado […]”.


¿Qué es el fanzine Las malas hierbas?

Elegimos el nombre porque de alguna manera tiene relación con aquellas ideas y pensamientos que van contra lo establecido; ideas que han quedado en el olvido y que pretendemos devolver a circulación porque fueron y son subversivas, y porque las malas hierbas, aún entre cemento u hormigón, siguen creciendo y abriéndose camino ante cualquier intención de “orden” o “limpieza”.

Es bajo esta idea cómo buscamos textos antiguos (buscando sobre todo que contengan copyleft o sean de de dominio público) en los que haya una conexión entre el momento en el que fueron publicados y el presente. Textos que fueron eliminados, olvidados o ignorados por ir en contra de lo establecido.

También nos mueve la sed de conocimiento. Ante lo que se nos enseña en la educación obligatoria, es preocupante ver cómo aquellos autores que aprendieron nuestros padres son los mismos que nos han enseñado a nostrxs, por lo que parece que no hubiese más autorxs en el planeta. O también la propia selección de lecturas obligatorias, que pareciera que no se pudiesen mover de Fortunata y Jacinta o Fuenteovejuna. ¿No hay acaso otro tipo de lecturas que pudiesen hacernos cambiar nuestra noción de identidad o de realidad?

 

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