¿Y a quién le importa Cannes?
En México, el país en el que he vivido la mayor parte de mi vida, la discusión entre estadounidenses y francesas ha servido para alimentar la voracidad de los medios nacionales.
Fernanda Monsalvo
La discusión ha estado lista para hervir desde hace varios meses, una discusión que se metió en la hoguera desde que el ser humano se organizó en sociedades patriarcales: el hombre abusando de las mujeres a su alrededor.
Hollywood puso el foco en el abuso y acoso sexual que viven las mujeres en la industria mediática más importante de Estados Unidos, el monstruo encarnado Harvey Weinstein abrió la conversación al ámbito internacional acerca de todos esos monstruos que nos rodean y que tienen en común el poder que les otorga el pene entre sus piernas, así, sin más mérito que tener un pito.
Sin embargo, la cacería de brujas, como diría un descontextualizado Woody Allen, no se ha quedado allí y tuvo como respuesta la publicación en el diario Le Monde de un manifiesto firmado por cien mujeres de la esfera intelectual francesa tachando al movimiento Me Too de puritano, moralista y totalitario.
En México, el país en el que he vivido la mayor parte de mi vida, la discusión entre estadounidenses y francesas ha servido para alimentar la voracidad de los medios nacionales. La denuncia de Salma Hayek hizo eco en todas las radiodifusoras de un país que pocas veces se atreve a hablar en voz alta del acoso y hace un par de días en uno de los noticieros más afamados del país se realizó un debate donde invitaron a dos personalidades del feminismo en América Latina: Marta Lamas y Catalina Ruiz-Navarro.
El debate entre la vieja escuela del feminismo de Lamas y la novedad del ejercicio pop del feminismo de Ruiz-Navarro generó muchísima controversia, pero a mí me dejó algo claro: el manifiesto de las francesas queda demasiado lejos para que las mexicanas que vieron el debate puedan tocarlo.
Por supuesto que hay cierta gracia en seguir un debate que dista demasiado de nuestro acceso. En el país de los ocho feminicidios diarios no podemos darnos el lujo de defender la galantería y la coquetería, pues estamos demasiado ocupadas defendiendo nuestras vidas.
Las mujeres que como yo crecimos en la periferia de la Ciudad de México sabemos que si caminamos por la calle y alguien nos toca una rodilla o nos susurra alguna frase sexual al oído lo primero que nos preocupa es nuestra seguridad: ¿hay alguien cerca que me pueda ayudar?, ¿estoy en una calle transitada?, ¿no hay ningún automóvil estacionado al que él me pueda subir?, ¿tengo algo para defenderme?, ¿alguien sabe que he salido del trabajo o colegio?
Que me perdonen las francesas, pero los hombres NO tienen derecho a importunar, no si yo tengo miedo a no volver cada que tomo un taxi, no si me sigue un desconocido, no si el grupo de hombres que pasa junto a mí me lanza un “piropo” que me hace sentir asqueada, no si mis profesores de la universidad me han acosado, no si el cerdo que viene parado junto a mí en el metro se ríe mientras me enseña sus genitales, no si algún compañero de la preparatoria ha abusado de mí mientras yo estaba borracha, no si mi departamento entero sabe que hay que chupársela al jefe para poder subir de puesto, no si a mi amiga la jefa de prensa de un partido político es obligada a usar falda para que le pongan atención los diputados, no si una chica de 17 años fue encontrada mutilada en una maleta, no si una mujer fue violada por los superintendentes de la mina en la que trabajaba, no si los hombres de la policía federal violaron a las mujeres en Atenco, no por Mara, por Valeria, por Anayetzin, por Victoria, no por todas las que no tienen nombre. NO, NO, NO, NO.
Es probable que para Deneuve y compañía estas angustias sólo le pertenezcan al tercer mundo, a las marginadas, a las racializadas, a las pobres, porque el caso de mi amiga la mexicana que caminaba por las calles de París cuando un hombre que pasaba en bicicleta le dio una nalgada seguro es el único.
¿Verdad?
Manifiesto de Le Monde completo.