“Las sirvientas se valieron del prejuicio para huir de la represión franquista”
La historiadora Eider de Dios Fernández ganó la pasada edición del Premio de investigación feminista Victoria Kent por su análisis del trabajo doméstico en el franquismo y en la transición. Al recuperar la memoria de las sirvientes entendió que, más allá de los números, ser trabajadora del hogar había creado todo un juego de identidades en estas mujeres.
La historia oficial del trabajo en España se escribe a golpe de estadística. Según las cifras, la línea que marca la evolución de trabajo femenino describe una ‘u’. Las mujeres entraron en las fábricas en el siglo XIX, salieron de ellas y se dedicaron a “sus labores” durante el Franquismo, y en los años 70 volvieron al mercado laboral. “Cuando estudiaba esto en Historia en Deusto pensaba en mis abuelas y bisabuelas. Todas han trabajado durante el Franquismo. Igual no en las fábricas pero sí en el campo o como sirvientas”, cuenta la investigadora Eider de Dios Fernández (Zorroza, Bilbao, 1985). “Quería reconocer un trabajo que sigue sin reconocerse como una actividad económica y laboral. Está registrada la historia de un obrero de altos hornos y no la de la sirvienta”, añade. Con el impulso del Premio Victoria Kent, está volcando su investigación en el libro ‘Sirvienta, empleada, trabajadora de hogar. Género, clase e identidad en el Franquismo y la Transición a través del servicio doméstico (1939-1995)’.
La investigación que realizas parte de la historia del trabajo femenino, pero se centra en la identidad de las trabajadoras del hogar, ¿cuál es el recorrido?
Comencé con el segundo Franquismo, a partir de 1959. Ahí vi la diferencia entre las sirvientas clásicas de las que hablaba el régimen, solteras, que se quedaban siempre a vivir en la misma casa, y un nuevo tipo, las interinas o empleadas del hogar. Me di cuenta de que el modelo clásico se lo habían inventado, era algo excepcional, un intento del propio Franquismo para controlar a unas mujeres humildes y reeducar a las perdedoras de la Guerra Civil. Se nota mucho en los escritos cómo las sirvientas son el enemigo pagado.
¿Qué se entendía entonces como trabajos del hogar?
En una familia de clase media-normal las labores eran muy amplias. Un hijo está vomitando toda la noche y lo cuida la doncella. Era una categoría de trabajos por amor. Por eso, más adelante, las trabajadoras sindicadas o agrupadas entenderán que esa idea les impide ser más reivindicativas, porque les atan lazos sentimentales con la familia a la que cuidan.
Algunas entrevistadas, como Elisa, hablan de que las trataban como menores de edad en los discursos de la época, pero parecen muy conscientes de su situación.
En tus investigaciones hablas de la realidad legislada y económica y, por otro lado, de la subjetividad de las trabajadoras y de su representación mediática. ¿Empezamos por el recorrido legal-económico?
Fueron las leyes las que me marcaron que tenía que investigar del año 1939 al 1985. En 1944 se aprueba la Ley de Contratos, similar a una ley de Primo de Rivera. El servicio doméstico, que se había regulado como remunerado en la República, queda fuera de esta norma ya que puede ser remunerado en moneda o especie, o no serlo. El concepto que hay detrás es que ya se está ayudando a la muchacha, no hace falta darle nada más. La Sección Femenina va a intentar llevar a cabo una serie de mutualidades a partir del año 44, pero sus propuestas no se aplican hasta 1959, cuando se decreta el Montepío Nacional del Servicio Doméstico, un texto más deficitario que lo que la Sección había proyectado. Su propio nombre lo dice, monte de piedad, nada de derechos sociales. Es un régimen asistencial y no se regulan vacaciones, horarios ni nada. Tienen que pagar la mitad de las medicinas, por ejemplo. En 1969 se reemplaza por el Régimen Especial de la Seguridad Social del Servicio Doméstico, que aunque todavía tendrá diferencias con el Régimen General, incluirá a las trabajadoras en la Seguridad Social. Aun así, la baja laboral se cobraba a partir del vigésimo noveno día, norma que la ley socialista del 85 copió y que ha sido mantenida hasta hace poco. Regula horarios, pero de nuevo es un régimen muy discriminatorio donde no hay categoría de accidente laboral. De hecho, hay juicios hoy en día de mujeres que se caen y tienen una invalidez que les impide trabajar y donde los jueces les dicen que su trabajo funciona con máquinas, que no tienen que hacer esfuerzo y que no pueden aprobar esa baja por invalidez.
Espera, ¿seguimos hablando del trabajo en el hogar?
Sí, sí. Hay sentencias de una mujer de Bilbao, de otra de Sevilla, de los años 90, con el régimen del 85, en el que los jueces dicen que el trabajo lo hace la lavadora o la aspiradora. Que tienen poco que hacer. En la penúltima reforma de 2011 con el PSOE se reconoció el accidente laboral, se incluyó un registro de actividad para que pudieran cotizar, aunque hicieran sólo diez horas, algo relativamente posible. Con el PP se volvió a cambiar a partir de las 30 o 40 horas mensuales, pero muchas interinas no llegan a eso. Si trabajan en distintas casas tienen que gestionar el alta ellas. Otros trabajadores no tienen que hacerse cargo del papeleo. ¿Y por qué no lo hace el empleador? Porque conviene que sea un trabajo en negro.
¿Tus entrevistadas son conscientes de que han sido mano de obra barata?
Sí. De que se aprovechaban de ellas porque en el campo podían sobrevivir, pero el trabajo de servicio era de las pocas opciones de obtener moneda para alguien de un origen rural. Son conscientes todas, otra cosa es la relación que tienen con sus empleadoras, que es muy diferente en casi cada una de ellas con casi cada una de las empleadoras. No hay una sensación de lucha de clases constante. Elisa describe muy bien su situación cuando narra su experiencia con la primera mujer para la que trabaja en Bilbao. Ella le pregunta, “¿Usted no me va a pagar?”. Y la señora contesta: “Te tendría que cobrar por la comida que te pongo”. De ahí pasa a una casa en la que cuenta: “Me trataban como a una máquina, no descansaba en ningún momento, y tenía tres niñas”. Cuando decide irse de esa casa, la señora le dice: “No te vayas ahora, que voy a tener otro hijo más”. El aumento de los hijos es una sobrecarga constante para la empleada. Por eso ese discurso del amor y del cariño.
Una de las trabajadoras menciona que hasta tenía que peinar a la señora.
Eso es excepcional, pero sí tienen que hacerlo todo… Igual la lucha de clases no es continua, pero la lucha de feminidades sí. Esto es uno de los elementos que les hace estar orgullosas de ellas mismas. Yo sé hacer las cosas, no como ésta. La imagen que da la señora es la de ángel del hogar cuando son las empleadas las que cuidan de los hijos y lo hacen todo.
Ese es otro tema que planteas al hablar del discurso mediático, que describe el ideal de la empleada del hogar, ese que encarnó Gracita Morales: inculta, sin los vicios de la ciudad, pero que maneja la casa. Un imaginario que también explota el estereotipo de trabajadora del hogar viciosa, cercana a la prostituta.
Es algo que forma parte del imaginario pero no quiere decir que las sirvientas fueran prostitutas. De hecho, se generan órdenes religiosas para darles una cultura y que no se dejen engatusar. También se dice, en el XIX y en el Franquismo, que la mayor parte de hijos que acaban en las inclusas son de sirvientas y que una vez que has sido madre soltera, no te van a contratar y te tienes que dedicar a la prostitución. En el primer Franquismo y a finales de los 70, eran consideradas corruptoras de menores. La iniciación sexual del adolescente se hace a través de la sirvienta. Cela lo recoge muy bien. Hay dos tipos de mujer, las dignas y las no dignas. Con tu novia no vas a tener relaciones sexuales hasta que te cases. Y en lugar de hacerlo con una prostituta que te puede contagiar una venérea, puedes hacerlo con la sirvienta que generalmente no ha tenido relaciones sexuales. Es como un rito casi iniciático, diría yo.
¿Esa visión mediática de la sirvienta pícara estaba legitimando el abuso?
Por una parte es la pobre chica de la que todo el mundo se va a aprovechar, por otra, es consciente de su sexualidad y la aprovecha. El tango ‘La menegilda’ en parte legitima cómo la sirvienta, siendo muy pobre, aprendió a sisar y a aprovecharse de su posición. La zarzuela de ‘La Gran Vía’ también. Nietzsche la vio y decía que le parecía muy curioso cómo en España se admitía la picaresca. Otros discursos son más críticos porque esta práctica no llega a subvertir el orden, pero se aprovecha de él. En el discurso religioso es un poco ambiguo, son presas de los hombres y hay que preservarlas, pero se le educa a ella para que no caiga, no a él para que no ataque. Y el discurso de las inmaculadas y de las adoratrices va en ese sentido. No son ellas las culpables pero vamos a educarlas a ellas. La forma de ordenar a la familia burguesa es a través de la sirvienta y de la señora, no a través del señor.
Un lazarillo femenino.
Y una bisagra entre dos clases sociales. Es como el lazarillo y en parte como Sancho Panza. Un paleto ilustrado. Como Gracita Morales. En la etapa de Gracita, el segundo Franquismo, ya no interesa tanto la sexualización. Hay que construir otra España, interesa la sirvienta abnegada, una especie de Virgen María. En sentido literal eres una madre sin sexo. El mensaje del Opus es muy evidente: María iba a lavar al río, cómo te puedes quejar tú si tienes lavadora.
Cuando hablas de las mujeres politizadas durante la represión franquista, cuentas cómo una de ellas, Josefa, al ser detenida con su marido, que es del Partido Comunista, recurre a la performatividad del género para hacerse la mujer tonta y escabullirse de la justicia. Recuerda a la infanta Cristina…
El aparato represivo y policial trataba a las mujeres como tontas, más si eran sirvientas; éstas se valieron de ese prejuicio para evitar la represión. Pero las que reinciden y vuelven a ser detenidas, sufren una violencia y represión mayores. Consideraban a las mujeres politizadas como más perniciosas que los hombres. Y las universitarias son superpeligrosas, más que la obrera o la sirvienta.
La teoría de Judith Butler sirve muy bien para entender esa estrategia, y creo que en este caso tendemos empatizar con Josefa, al contrario que con la Infanta. Por otro lado, Irene Murillo, autora de una tesis sobre las estrategias femeninas de las mujeres en el primer franquismo en Aragón, afirma que, cuando te pones un disfraz, al final ese disfraz se acaba convirtiendo en traje.
Otra entrevistada cuenta que en las Juventudes Obreras Cristianas descubre un espacio de discurso colectivo, porque la alternativa es estar sola en la casa en la que trabaja. El ambiente es muy distinto al de la mujer que está en una fábrica.
Sí, pero muchas de ellas estudian y algunas más que sus señoras. Igual si hubieran sido trabajadoras de fábrica, con una mejor fama o mejor consideradas, no lo habrían conseguido. Además, tienen bastantes horas de servicio libres donde pueden sacar los libros. Se supone que ese momento es para preparar los ajuares. La identidad vinculada a su trabajo les hace querer mejorar mucho más que a otras mujeres de su época.
Ahora se da de nuevo un auge del trabajo del hogar. ¿Supone una regresión? ¿Qué queda por hacer para mejorar la situación laboral de las trabajadoras, la mayoría migradas?
Las mismas trabajadoras de la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia dicen que caen en una contradicción: por un lado quieren mejorar este trabajo pero por otro quieren destruirlo. Que por cada niño o cada anciano haya una trabajadora en femenino singular cuidándolos, creo que no es un buen sistema. Se tiene que organizar de una manera estatal, regulado como parte de los servicios sociales. El concepto de servicio doméstico tiene que estar muy unido al de reparto de las tareas del hogar. Si se igualara al resto de trabajos, se destruiría porque nadie podría sustentarlo. O se volvería un sector de trabajo más sumergido que nunca.
Cuando hablamos de hacer algo estatal, ¿hablamos de colectivizar los cuidados?
Creo que es la única manera. El servicio doméstico no es algo lineal. En la República se produce una mejora, aunque ni si quiera el Gobierno fue valiente para llevarla a la práctica, debido al cambio de gobierno y al cambio de las mujeres. En los 70 se redujo mucho el número de internas. Se dice que porque los pisos eran más pequeños, pero hasta entonces habían estado durmiendo en los trasteros. Es porque hay un cambio social en el que ya no se ve tan bien que tengas una interna, y porque hay menos mujeres dispuestas a serlo. Empecé a estudiar esto a finales de los 2000, cuando había de nuevo muchas internas. Pensé que habíamos vuelto atrás. Pero hablando con mujeres latinoamericanas o con la Asociación de Trabajadoras del Hogar, vi que las inmigrantes han relanzado la lucha de las trabajadoras del hogar y el discurso sobre cotizar y ser trabajadoras legales, porque necesitan los papeles o porque dependen de ellas mismas. La lucha se ha revitalizado también con la economía feminista sobre los cuidados.