Las Vulpes: desacato feminista a la hora de los ‘dibus’
Se cumplen 35 años desde que esta banda punk femenina de Bilbao interpretó en TVE y en horario matinal su canción ‘Me gusta ser una zorra’. Para el diario ABC, la actuación se inscribía en “una campaña en marcha de descristianización de la sociedad y de corrupción de la juventud”.
Sábado 16 de abril de 1983. Como cada día, un puñado de espectadores (apenas el 3% de la audiencia, según datos oficiales) se asoman al televisor para disfrutar de la programación cada vez más aperturista de TVE. A las 12.30 se emite la segunda entrega del magacín musical Caja de Ritmos, dirigido y presentado por el veterano periodista Carlos Tena: un espacio concebido como escaparate de la modernidad pop del momento, en sintonía con la imagen progresista que la televisión pública española quiere transmitirle al mundo.
La hoja de ruta para esa mañana consiste en difundir las canciones de algunos grupos punk procedentes del País Vasco, pero finalmente se incluye solo la actuación en diferido de una banda femenina llamada Las Vulpes. Hacia el final del programa, y caracterizado como un extraterrestre procedente del futuro, Tena presenta a las chicas: “No recuerdo bien, me parece que eran de una ciudad que estaba en la cloaca nuclear cantábrica…. Bilbo, o Bilbao… no lo recuerdo bien, porque luego tomó parte en el asunto la Comunidad de Reconstrucción Social (sic). ¡Las Vulpes, vaya casta!”
Lo que la banda ofreció durante los tres intensos minutos siguientes fue una versión desharrapada del clásico proto-punk ‘I Wanna Be Your Dog’ (‘Quiero Ser Tu Perro’, 1969), original de The Stooges, un viejo conjunto de Detroit liderado por el cantante Iggy Pop. La pieza de referencia era misteriosa, sexy, asentada en un ritmo obsesivo: sin rodeos, pero recorrida por imágenes de lo más sugerentes, se trataba de una extraña poesía en torno al placer de la sumisión. Las Vulpes aceleraron el tempo, la ensuciaron, incrustaron sobre la música una letra totalmente nueva y bautizaron el resultado con el título de ‘Me Gusta Ser Una Zorra’. Al final del proceso, el aspecto y contenido originales habían sido arrasados y revertidos por completo.
Grabado a contrarreloj para sustentar el playback en que se iba a desarrollar la actuación, el tema resultaba atropellado, precariamente interpretado y producido. ¡Como si eso importara! Lo que convertía la canción en un extraordinario fragmento de punk era precisamente su urgencia, además de la convicción y el desafío que Las Vulpes imprimían en la transmisión de su mensaje, en su abrasiva puesta en escena. Decían: puedo acostarme contigo, pero eso no cambia ni un ápice lo poco que me importas. Decían: me basto con mis dedos, si con eso evito el compromiso o la palabrería que sigue al sexo compartido. Lo gritaban una y otra vez en el estribillo, por si el hombre de turno no sabía leer entre líneas: la palabra que utilizas para insultarme está firmemente inscrita en mi orgullo.
Pese a contar con una amplia tradición de canciones velada o abiertamente feministas, en nuestro país nunca se había escuchado una declaración tan crudamente expuesta, y mucho menos en estricto horario infantil. Al final de la actuación, Carlos Tena, o mejor dicho, su yo del futuro, resumía así lo que acababa de suceder en antena: “Ay, qué título… ‘Me Gusta Ser Una Zorra’… qué canción. Incluso tuvo problemas con la comunidad moralista del Gran Consejo Videoinformativo”. No sabía el hombre la que se le iba a venir encima.
El rock’n’roll de la Margen Izquierda
Formadas en Bilbao (Bizkaia) en 1980 por las hermanas Loles y Lupe Vázquez, hijas de sindicalistas, Las Vulpes han sido asociadas frecuentemente a Barakaldo, porque fueron un producto musical típico de la Margen Izquierda de la Ría. Dicho de otro modo, fueron una consecuencia de su estado de ánimo, de su tensión y su paisaje. La postal era invendible: el paro se enquistaba cada vez más en un entorno industrial devastado por la reconversión; las viviendas sindicales funcionaban como incubadoras de la lucha obrera; la violencia se había convertido en un fenómeno cotidiano y multiforme. En la vecina Santurtzi, el trío punk Eskorbuto, los más famosos antihéroes locales, comenzaban a forjar su mito: en pocos años se iban a convertir en una de las numerosas bandas vascas diezmadas por el incipiente descubrimiento de la heroína.
Como muchas otras jóvenes, Loles y Lupe se despertaban cada mañana pensando en cómo salir de aquel atolladero. Hacia la mitad del día, sin embargo, el ánimo había sido ya derrotado: apostadas en cualquier plaza junto a sus amigas, tragando juntas cerveza caliente, la misión a corto plazo pasaba por agotar la jornada de la forma menos deprimente posible. Y entonces llegó la música: un poco como válvula de escape y un poco como forma de moldear la rabia o el aburrimiento, que es como llega siempre la música en estos casos. Porque en la Margen Izquierda el rock’n’roll fue ante todo una medida desesperada, una necesidad vital.
Separada por una corta distancia física de la Margen Derecha pero infranqueable en términos de prosperidad económica, no es extraño que fuese allí donde arraigaron con mayor ahínco las formas más politizadas del punk británico y norteamericano. La iniciación de Las Vulpes en este credo fue tan entusiasta como caótica: sin las menores nociones musicales, acudían cada día al local de ensayo para tratar de reproducir con instrumentos baratos la furia de sus discos favoritos. Después emprendieron múltiples probaturas hasta conseguir un núcleo instrumental estable. Y finalmente llegó la elaboración de un repertorio propio, recogido inicialmente en dos cintas caseras de sonido enlodado y vocación camorrista.
Ambas maquetas fueron editadas en 1982, durante los meses que mediaron entre la grabación del programa Caja De Ritmos y su emisión en la primavera de 1983. Ninguna de sus canciones se sostenía sobre algo más que un barullo, un breve tumulto apenas descifrable, pero su valor documental es extraordinario: hablamos de las grabaciones que registran a uno de los primeros grupos punk de nuestro país formados íntegramente por mujeres, así como la introducción de un discurso feminista pionero en su contexto.
En una reciente entrevista concedida al diario El Salto, la bajista Begoña Astigarraga evocaba la energía de la que brotaban algunas de esas primeras composiciones. Por ejemplo, ‘Pasa De Mí’, “una respuesta adolescente al mensaje de nuestros padres de ser formales, educadas y estudiosas, a los novios posesivos o a quienes te miraban mal por la calle por vestir con las medias rasgadas, los pelos cardados y de colores”. O ‘Sexo Por La Cara’, una advertencia sobre el hecho de que “puedo disfrutar contigo y decirte adiós, o pedirte sexo sin compromiso”.
Sin embargo, todos esos títulos fueron rápidamente olvidados. En adelante, Las Vulpes iban a ser únicamente recordadas por su interpretación televisada de ‘Me Gusta Ser Una Zorra’: otra canción-respuesta que Loles había escrito con apenas quince años, harta de los insultos que recibía a diario en las calles de su ciudad. El detonante era siempre el mismo: su lenguaje, su ropa, su peinado, su actitud.
Una canción propia de un burdel
A la difusión del tema en TVE le siguieron diez días de silencio administrativo: nadie parecía haber visto u oído al grupo, o nadie se sintió interpelado. Al menos hasta que el diario ABC, en su edición del 26 de abril, publicó un editorial escuetamente titulado “Ya Basta”. El texto se refería a la canción en los siguientes términos: “(‘Me Gusta Ser Una Zorra’) degrada a la sociedad española, subleva al padre de familia, indigna al ciudadano responsable, quebranta la intimidad del hogar, lesiona lo establecido en la Constitución y traspasa los límites de lo tolerable”. El firmante anónimo se lamentaba, en definitiva, de “la circulación de imágenes y textos destinados al submundo de la patología sexual” en “la televisión monopolizada por el Estado”.
En las jornadas sucesivas no faltó gasolina para avivar el fuego. Gabriel Camuñas, diputado de Coalición Popular, habló de una “canción propia de un burdel”. De nuevo desde las páginas de ABC, el periodista Jaime Campmany optó por la vía del sarcasmo y la condescendencia: “¿Se trata de una vocación heredada, furcia la madre, furcia la hija? ¿O es que la mocita ha salido ligera de cascos, casquivana, que dicen, y se dejó rodar hasta que salió a la tele a pedir guerra?”. El ascenso del escándalo fue meteórico: saltó de las trincheras del periodismo ultraconservador al Congreso De Los Diputados, y de ahí a los tribunales.
En mayo, el Juzgado de Instrucción Número 21 de Madrid admitiría finalmente a trámite una querella criminal presentada por la Fiscalía General del Estado. La causa afectaba al director del programa, por “ofensa del pudor y las buenas costumbres”, y a Loles Vázquez y Mamen Rodrigo, autora e intérprete del tema, por escarnio público. Uno y otras se enfrentaban a penas de cinco años de cárcel y otros diez de inhabilitación. Pasados tres años, y tras la dimisión de Tena, el caso sería finalmente sobreseído.
Víctimas propicias
Aunque a menudo se ha contemplado este episodio como el primer gran escándalo mediático relacionado con la libertad de expresión, sus elementos fueron los propios de una torpe intriga política. La estrategia pasaba por caldear la opinión pública empleando como tizón una simple canción pop, haciendo permear la idea de que el libertinaje del gobierno socialista de Felipe González provocaría una inminente corrupción moral de la juventud. Las elecciones municipales estaban a la vuelta de la esquina y el guion era perfecto sobre el papel, pero la pólvora no iba a tardar en mojarse. Durante el proceso, sin embargo, Las Vulpes funcionaron como el perfecto chivo expiatorio: eran mujeres que habían empujado los límites de lo decible en público y rompieron moldes en su forma de exponerlo, pero carecían de tablas o recursos económicos para enfrentarse a los efectos de su audacia. Y lo peor estaba aún por llegar.
En la cima de su popularidad, el sello madrileño Dos Rombos se apresuró a hacer caja editando el single ‘Me Gusta Ser Una Zorra / Inkisición’ (1983), la primera y única referencia oficial del grupo hasta su regreso en el año 2005. Pese a su mala distribución, las ventas superarían todas las previsiones: con algo más de diez mil copias despachadas en apenas unos días, el éxito del lanzamiento hacía prever una gira por todo lo alto. Pero la primera fecha, celebrada en Madrid ante una audiencia levantisca, marcó la tónica del resto del tour: en las noches sucesivas se encadenaron las amenazas, las agresiones, los vetos. Herida de muerte, la banda no lograría sobrevivir hasta el final de ese mismo año. Entre las cenizas, por lo demás, Las Vulpes no fueron capaces de encontrar un solo billete: al contrario que los Sex Pistols, una de sus bandas favoritas, ellas no sacaron ni un duro del caos.
Diez años después, en el libro antológico La Edad De Oro Del Pop Español (Luca Editorial, 1992), el periodista Iñaki Zarata sería quien mejor y más escuetamente iba a definir el valor de su legado: “Las Vulpes fueron en todo caso un aviso, una premonición, un acto pionero para el rock femenino a bocajarro”.
(Nota final: la mañana del 23 de abril de 1983, en la franja horaria reservada hasta entonces al programa Caja de Ritmos, el primer canal de TVE retransmitió una corrida de toros celebrada en la Real Maestranza de Sevilla).
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