¿Por qué el feminismo es fundamental para la lucha antirrepresiva?
Las compañeras de Stop Represión Granada analizan, en el marco de la #HuelgaFeminista, por qué la lucha antirrepresiva debe tomar en consideración las aportaciones de los feminismos
Pensando en colectivo cómo contribuir a la participación de la Huelga Feminista convocada para este 8 marzo bajo el lema #NosotrasParamos, del que somos y nos sentimos parte, abrimos una reflexión feminista sobre la represión, para mostrar por qué es fundamental para la lucha antirrepresiva tomar en consideración las aportaciones de los feminismos. Queremos que el derecho a la protesta social, a la resistencia y disidencia y a la potencia colectiva de construir un mundo nuevo, tome en cuenta que la represión es patriarcal, que el patriarcado es represivo, que la represión está constantemente diferenciada por género y que el género ha sido y es construido como una forma de represión. Cuando las mujeres/cuerpos subalternos nos hemos organizado (lo que no se espera de nosotras), hemos salido a la calle (que se supone no es nuestro espacio) y nos hemos enfrentado al poder, la represión ha sido inmediata y feroz. Así los movimientos feministas que se organizaron frente a la contrarreforma de la Ley del Aborto, contra los recortes a la Ley de Dependencia, la lucha contra la Violencia de Género, Educación y Sanidad, Pensiones, etc., porque cuando los cuidados se dejan de asumir como una responsabilidad de toda la sociedad, recaen de nuevo sobre las mujeres. El estado reprime a quienes protestan y la sociedad patriarcal reprime porque nos impide otros modos de vida. El estado nos utiliza para reprimir a otros, pero no vamos a caer en su trampa. El discurso sobre la seguridad, la protección y el miedo empleado que trata de impedir la movilidad de las mujeres, su libertad o su deseo, se amplía en el racismo institucional para endurecer el régimen de fronteras, incumplir la legalidad internacional, encerrar en CIEs. El mismo estado que con sus policías, fiscales y jueces, institucionaliza la responsabilidad de las mujeres/cuerpos subalternos ya violentados, nos intenta imponer que la ampliación de la prisión permanente revisable o el delito de odio es para protegernos. No vamos a consentir que blanqueen el poder punitivo que profundiza la represión, instrumentalizando nunca más a las mujeres.
Contra todo esto y por todo lo demás que reivindican todas las mujeres, compañeras y colectivos implicados en la Huelga Feminista del 8 de marzo #NosotrasParamos.
Desde Stop Represión‐Granada llevamos un tiempo reflexionando colectivamente sobre una intuición poderosa que se tiene históricamente, pero que pocas veces se ha colocado en el centro de la acción política de los colectivos antirrepresivos. Es la naturaleza constitutiva (simbiótica podríamos decir) de los mecanismos represivos del estado (violencia política) y los mecanismos de la violencia del género. Entendemos que para enfrentar la represión hay que combatir las violencias (discursos y prácticas) patriarcales/machistas que están en su base. Al mismo hemos aprendido que es necesario enfrentar muros, prisiones, ley mordaza, violencia policial, represión institucional para deconstruir también la masculinidad hegemónica que se construye sobre el odio y la violencia a las mujeres y cuerpos feminizados, a lo femenino, a los cuerpos leídos como diferentes.
Sabemos que no es casual que la amenaza ofrecida por leyes patriarcales como proyecto de reforma del aborto, reforma de ley de reproducción asistida, ley de custodia compartida coincida con la batería de leyes autoritarias generadas en los últimos tiempos: ley mordaza, reforma de código penal, ley de seguridad nacional, voluntad de ampliar los supuestos para la prisión permanente revisable, ley de tasas judiciales. Leyes que reprimen, por un lado, el espacio de libertad de las mujeres; leyes que reprimen, de otro lado, el espacio de libertad de las personas en general. Aquí la voluntad de restaurar el poder del estado sobre la población coincide con la voluntad de restaurar el poder del hombre/lo masculino en en el hogar. Poder soberano para controlar a la población en la calle y poder del patriarcado para controlar a las mujeres en las casas. Como decía Paul Preciado hace días, “el estado es a la nación lo que el patriarcado a la sociedad”. Entonces, el combate es también desde el ángulo entrelazado. Combatir la violencia represiva del estado y la violencia machista del heteropartriacado al mismo tiempo. Porque no se dan el uno sin el otro. Porque la sociedad militarizada/securitizada produce masculinidades violentas y viceversa. Porque es indudable que la “deriva autoritaria” se alimenta de los miedos masculinos a las mujeres y a su sexualidad, usa un lenguaje claramente machista y sexista para legitimarse a sí mismo.
La ideología neoliberal dominante nortea a las mujeres/cuerpos feminizados la cabeza con mandatos contradictorios. Por un lado, “insiste en la necesidad de ser autónomo, autosuficiente, capaz de cuidarse a sí mismo; por el otro nos informa de que los únicos vínculos sociales importantes son los primarios; esto es, los tradicionales/familiares” (PITCH, 2010: 23) y atravesando una cuestión fundamental: la del orden en sí mismo. Cuando se habla de desorden a menudo se significa “desorden social”, la pérdida de identidad y la confusión de fronteras entre lo de “afuera” y lo de “adentro”. En este contexto de erosión de los lazos sociales/comunitarios, a las mujeres se nos encarga una misión específica: mantener unida y reconstruir la familia dentro de este mundo inseguro. No es sólo que las mujeres tengan que cuidar de su propio cuerpo sino que también tienen que cuidar de los cuerpos de los demás. Los “cuerpos de mujeres” aluden no sólo a la reproducción de la especie sino también a la continuidad de la “familia”, la “nación”, el “grupo étnico”, la “identidad nacional”, la “tradición”. En este sentido, cuando los lugares tradicionales se fragmentan son las mujeres en sí mismas las que son consideradas “en peligro”/”peligrosas”. Entonces, si las mujeres son peligrosas para el orden simbólico y social: son sus cuerpos, los que deben ser estrictamente disciplinados y controlados. Los cuerpos de las mujeres son la “naturaleza” sobre la que la cultura masculina ha de ejercer su dominación. Tanto la represión institucional como la violencia del género son amalgamas de construcción hegemónica de la realidad, y son el resultado de las políticas mantenidas por los estados. La violencia política sirve para establecer la frontera entre los ciudadanos virtuosos y los cuerpos extraños; la violencia del género sirve para dibujar la línea entre las expresiones de género permitidas –los géneros virtuosos‐ y las que deben ser eliminadas‐los géneros extraños‐. Una y otra se retroalimentan mutuamente. Para las instancias de poder son estos cuerpos/géneros extraños los responsables del desorden de nuestra identidad/comunidad; es por ello que deben ser disciplinados.
Desde Stop‐Represión Granada utilizamos el género como categoría para entender la represión del estado en el contexto de la desposesión de las sociedades del sur de Europa. Pues el género no sólo es algo que tenga que ver solo con las experiencias de las mujeres sino con una relación de poder que moldea todas las posiciones de la vida social. Allí donde siempre miras hay una jerarquía de género o un lenguaje de género pero “todo el mundo tiene una teoría sobre el género” . “Todo el mundo” define las posiciones y las subjetividades a través del binario jerárquico masculino/femenino. La existencia de este sistema binario y jerárquico de sexo/género es constitutivo de la propia existencia del estado y de su poder punitivo. Nos alienamos, pues, con las feministas que han señalado que al menos desde el origen de la burguesía (Davidoff y Hall, 1987) que el estado/poder político se ha construido sobre una división fundacional: público/privado, con su correspondencia masculino/femenino. Los hombres pertenecen a los lugares públicos –producción‐, las mujeres al ámbito privado –reproducción‐. Las mujeres como esencia de la familia, el refugio, el hogar. Los hombres como esencia de la política y la seguridad. Por eso a las mujeres /cuerpos leídos como mujeres/feminizados se nos enseña desde pequeñas el miedo a la calle, porque no es nuestro lugar, legitimándose a su vez en la necesidad de protección – securitización, militarización, prisiones‐ de los cuerpos precarios inmensamente inseguros en el mundo global.
Discursos que nos inundan con la idea de que la calle y la ciudad son peligrosas para las mujeres y oportunidades para los hombres. El “riesgo” como mandato para los hombres y la “prudencia” como orden a las mujeres. A partir de este esquema, de este binario, aprendemos que ser mujer es necesitar a nuestros hombres para protegernos de los hombres extraños. Así la política/el estado se basa en una imagen clave: ser hombres debe ser entonces proteger a nuestras mujeres y conquistar las mujeres de los otros hombres (Rubin 1975). La violencia legítima del estado sobre la población aparece fundacionalmente unida a la violencia legítima de los hombres sobre “sus” mujeres. Ser mujer es, entonces, necesitar a hombres conocidos para protegernos de los hombres extraños. Si el mandato es que para las mujeres, los hombres extraños/espacio público es el peligro y los hombres conocidos/el hogar es el refugio hay que mantener la rigidez de las categorías “enemigo”/”hogar”. Por eso, las políticas de seguridad van de atacar/construir el enemigo externo –terroristas, refugiados, enemigos‐ pero no a prevenir la violencia del hogar. La consecuencia es que el discurso de seguridad sobre‐lanzado desde las prácticas/instancias de poder no es la seguridad ni la libertad que necesitan las mujeres/cuerpos feminizados sino todo lo contrario.
Ejes para la reflexión/acción
—En la medida en que la expansión del complejo punitivo, la industria militar y las masculinidades hegemónicas construyen una sociedad más violenta/cruenta para los mujeres y los cuerpos subalternos, sería bueno que los feminismos transversalizaran la lucha contra los mecanismos de represión y criminalización. Desmilitarizar la masculinidad, la sociedad, la vida. Entender que el consenso sobre la necesidad de la militarización en pro de la “seguridad” es/ha sido construido por el entramado de poderes globales con fines jerárquicos, nos lleva a comprender que puede ser deconstruido. La deconstrucción de la primacía de la “seguridad frente a los riesgos” como práctica clave de los lugares feministas y de contrapoder. “Todo lo que esta militarizado puede ser desmilitarizado”
—Es necesario el cuestionamiento del devenir de los hombres y del papel de la masculinidad. Comprender la encrucijada de las identidades de la masculinidad en un mundo cada vez más precario, con menos lugares de reconocimiento social. Cuando se debilitan el empleo/el crédito/familia tradicional y demás lugares de dominio masculino parece que a los hombres sólo les queda la violencia para el mantenimiento de su poder. Necesitamos hombres que protagonicen el cuestionamiento de esa masculinidad pero también reflexionar, acerca de las maneras en que las mujeres y otros cuerpos subalternos participamos de los mecanismos represivos. ¿Cuáles son nuestros motivos? ¿El mandato social que nos encarga rendir tributo a la masculinidad, la asimilación y la promesa de igualdad, la supervivencia y sus micro‐razones?
—Es radical poner el cuerpo de las mujeres/cuerpos feminizados y sus preguntas en el centro de la formas de acción antirrepresiva. El estado y demás artefactos de la modernidad/poder – las ciencias sociales, la medicina, la biología, etc.‐ se han construido desde la mirada de los hombres. La ideología neoliberal dominante mantiene y refuerza el dominio de los valores tradicionalmente masculinos: individualidad, autonomía, independencia, agresividad, competitividad, estabilidad, control, propiedad privada. En función de esta perspectiva, las mujeres son peligrosas para ellas mismas y para los hombres porque representan exactamente lo contrario: la precariedad, la vulnerabilidad, la dependencia, la naturaleza –que debe ser controladas‐, la pasión incontrolable, el caos, el desorden. La ideología neoliberal de la privatización y la individualización es profundamente masculina y patriarcal en la medida en que uno emerge como sujeto solo cuando carece de vínculos o puede dominarlos. Como correspondencia las personas‐ generalmente las mujeres/cuerpos femeninos‐ que no quieren/pueden deshacerse de los vínculos aparecen como moralmente inferiores. Pero los cuerpos, las vidas, son vulnerables y necesitan ser cuidados; somos interdependientes. Siempre existen en relación a los demás y sobreviven gracias al entramado de relaciones de cuidado que los sostienen. La ideología neoliberal quiere eliminar al cuerpo, esto es, eliminar la política. Los feminismos, por el contrario, ponen los cuerpos vulnerables en el centro. Combatir la represión pasaría, entonces, por cuestionar el sujeto dominante de derechos –aquel capaz de descorporeizarse y separarse de sus condicones materiales‐; y llenar de prácticas feministas los movimientos antirrepresivos.
—Enfrentar la complejidad de la posición feminista frente al derecho penal. Es verdad que las leyes contra la violencia de género o las que flexibilizan las reglas de la identidad de género o las que criminalizan el odio por razones de género o las que despenalizan el aborto son instrumentos disponibles para posibilitar una libertad concreta. Es verdad también que el derecho no sólo produce represión sino que también produce posibilidades; cuando son producto de luchas concretas protagonizadas por las personas y colectivos a quienes les afectan. No sólo produce materialidad sino también nuevas maneras de pensar. En estos sentidos muchos de los avances los avances legislativos que permiten otras posibilidades de género se deben a la lucha judicial de cuerpos concretos frente a la violencia y discriminación. No obstante sería conveniente tener en cuenta que los principios del derecho penal son patriarcales. Históricamente las mujeres/cuerpos subalternos sólo hemos aparecido como sujetos políticos como “víctimas”. Pero los cuerpos precarios no somos solo víctimas; formamos desde nuestra vulnerabilidad una poderosa red de resistencia. Tanto más se patriarcaliza el sistema de justicia criminal al basarse únicamente en la noción de la “víctima” – el buen ciudadano que sufre un perjuicio por culpa del otro‐ alejándose de la perspectiva de la “opresión”. La violencia y la ilegalidad a las que nuestros cuerpos están sometidos no puede reducirse a la agregación de culpas individuales. Frente a la individualización de las culpas; la responsabilidad colectiva frente a las estructuras de opresión. Asimismo, el recurso automático y acrítico al derecho penal podría suponer la legitimación de la justicia penal así como de sus imágenes y sus fronteras –amigo/enemigo; razón/emoción; seguridad/caos; cuerpo/mente‐. Sería la legitimación también de los actores y
—Modelar un concepto de seguridad alternativo a la interpretación contemporánea de la seguridad ya casi “exclusivamente centrada por el discurso político dominante como una reducción del riego a ser víctimas de la delincuencia, lo cual legitima la actividad de gobierno”(PITCH, 2010: 22). Modelar la” seguridad” no como prevención frente a los riesgos sino como confianza en los demás.