Rota conoce a Rota
Existen dos clases de personas: las que fuimos maltratadas en la infancia y las que no. Y que al primer grupo siempre le cuesta mucho más amar y desamar sin drama. Y que estamos muy rotas. Pero, pese a las complicaciones, prefiero quedarme al lado de una persona con fracturas a estar junto a otra con todas las partes de su piel intactas. Y este lazo puede generar una gran fuerza para oponer resistencia frente a la dominación patriarcal y capitalista.
E.*
Creo en el cuerpo como recipiente y depositante,
como núcleo y germen de la lucha disidente
y como espacio que guarda la memoria
de todo lo que fuimos
y lo que nos destruyó
Hace unas semanas, una Amiga compartió el artículo de Brigitte Vasallo, ‘Las que fuimos maltratadas’, y lo leí varias veces con atención. Vasallo reconduce la típica dicotomía de ‘El mundo se divide en dos clases de personas’, llevándola a la violencia. Lo que viene a decir, simplificándolo mucho, es que existen dos clases de personas: las que fuimos maltratadas en la infancia y las que no. Y que al primer grupo siempre le cuesta mucho más amar y desamar sin drama. Y que estamos muy rotas.
Qué gustazo da cuando ves reflejadas en palabras ajenas un pensamiento o sentimiento que compartes pero que quizá todavía no has elaborado porque sigues recolectando con calma los ingredientes con los que cocinarlo. Supongo que todo lleva un proceso y que profundizar en ciertos temas, sobre todo cuando te atraviesan de arriba abajo, conviene hacerlo a fuego lento.
Y es que es así. La violencia, por muy superviviente que seas, te rompe.
Después, a lo largo del tiempo y tomando distancia del agente o agentes que te provocaron el daño, te vas reconstruyendo. Con mucha calma, mucho mimo y, para qué negarlo, con mucho dolor. Dando pasos de gigante cuando tendrían que ser de tortuga, y viceversa. Equivocándote a mares y encontrándote con otras personas a quienes ves con todas sus piezas mucho más enteras que las tuyas. Estas personas, las Enteras, son fundamentales. Es delicado hacer distinciones porque todas, en mayor o menor medida, nos reconocemos rotas. Todas hemos pasado penas, sufrido desencantos, perdido batallas o lidiado con el dolor. Eso es algo inherente al simple hecho de estar vivas. Pero cuando ese dolor es intenso y se extiende a lo largo del tiempo y, sobre todo, cuando la persona o personas responsables de ese dolor son quienes tendrían que quererte y acunarte, las piezas empiezan a resquebrajarse. Y terminamos despedazándonos.
La familia puede llegar a ser uno de los principales cánceres de la existencia. Son muchas las historias de maltrato y de abusos sexuales que empiezan a salir a la luz, pero son muchas más las que no conocemos y permanecen ocultas entre las paredes de las casas (que no de los hogares). Ese manto de silencio e invisibilidad cubre demasiados cuerpos.
Pero volviendo a las personas Enteras, es un tesoro coincidir con ellas en esta vida cuando tú estás rota. El vínculo que estableces te ayuda a que, por momentos, olvides todos esos pedazos que perdiste en no sabemos qué regiones y a que una mano grande y muy suave te arrope cuando lo necesitas. Estas Enteras también te muestran ciertas herramientas que quizá tú, por haber dedicado más tiempo a taparte las heridas que a las habilidades sociales y a la gestión emocional, no has adquirido. Si estás receptiva y te dejas enseñar, el aprendizaje es maravilloso.
La historia empieza a complicarse un poco más cuando ese vínculo entre persona Entera y tú, Rota, es afectivo-sexual. Porque estamos volviendo al terreno del amor, de lo íntimo, de los cuidados y del hogar-refugio. Y la referencia de refugio que habita en ti no es precisamente la de un lugar cálido, con chimenea en medio y la cena lista encima de la mesa, sino más bien la de cuatro paredes con fuego por todos lados y la comida empapando el suelo y las puertas. Con este panorama, es difícil querer en condiciones. Por eso, hay Enteras que tienen mucha paciencia y, si les importas, dedican energía a intentar encontrar algunas de esas piezas que perdiste. No tienen ni idea de cómo hacerlo, ni tú de cómo recibirlo, pero si está presente el cariño y la ternura, empiezas a imaginarte ese buen refugio. El problema es que tienes mucha sangre desparramada por los rincones y no se puede ocultar, no sabes ocultarla. Y esa sangre que te mancha siempre termina manchando a la Entera.
Pero puede darse otra situación mucho más desconcertante y delicada: que Rota conozca a Rota y se enamoren. Cuando dos cuerpos que se encuentran llevan dentro la marca de la violencia en la infancia (que suele ser patriarcal), en cualquiera de sus manifestaciones, reforzar el vínculo y evitar la sangre es mucho más costoso. Evidentemente, dentro de esta situación se van a dar variaciones múltiples dependiendo, entre otras, del tipo de relaciones afectivo-sexuales que se hayan tenido previamente y las dinámicas que se hayan generado en ellas, de lo trabajada que cada una tenga su gestión emocional y de los apoyos cercanos. En cualquier caso, es una carrera de fondo. Sobre todo porque pertenecer al clan Roto puede conllevar también formar parte de otras bandas, relacionadas todas ellas con la ausencia de privilegios (económicos, raciales, sexuales y demás).
Hace poco hablaba con la Amiga de antes sobre algunos conflictos que estaba teniendo con mi pareja, que es de las Rotas como yo. Le decía que, pese a las complicaciones, prefería quedarme al lado de una persona con fracturas a estar junto a otra con todas las partes de su piel intactas. Mi Amiga, muy sabia, me decía que eso estaba estupendo pero que entonces tendría que aceptar que eso tiene sus implicaciones. No le quito razón. Y creo que una de esas implicaciones pasa por ser consciente de que los problemas entre dos Rotas (hablo de parejas monógamas que, salvo algún experimento, es lo que conozco) siempre van a ser más intensos y caóticos. Porque se entrecruzan demasiadas emociones y a veces ni siquiera sabemos lo que está pasando dentro de nuestros cuerpos, de dónde han salido de repente esas sensaciones desconcertantes ni por qué reaccionamos de determinada manera y no de otra mucho más conciliadora. Sería estupendo saber qué tipo de conexiones establece nuestro cerebro y por qué se va en busca de nuestros monstruos cuando se aburre. Aunque es importante en cualquier vínculo, el trabajo emocional en este tipo de relaciones es imprescindible y tiene que ser constante. Pero aquí entra el juego la división de las energías y el autocuidado. Que tenemos que repartirnos en demasiados ámbitos en nuestra vida y no podemos dedicarnos en cuerpo y alma a nuestra compañera Rota.
Es evidente que nunca se va a dar una sincronía perfecta en el número de piezas perdidas, en la intensidad de las heridas y en el estado de curación de cada cual. En cualquier caso, puedes ser de las Rotas y tu pareja también, pero eso tampoco puede llevar a considerar en todo momento tus fragmentos perdidos como más prescindibles que los de la otra persona. Que a veces tenemos tan interiorizados los cuidados ajenos que se nos van de las manos en estas relaciones. El punto contrario tampoco parece lo más sano: estar pendiente de nuestro ombligo dañado constantemente puede hacer perder de vista las heridas que tenemos delante. El equilibrio es delicado. Aprender a establecer fronteras aquí es lo ideal, cada una sabe dónde están sus límites, dónde quiere ponerlos, hasta dónde quiere o puede ayudar a reparar a otra y/o repararse en compañía y hasta qué punto ese vínculo inter-rotas le resulta positivo o no. Nuestra salud mental es siempre prioritaria y no se puede perder de vista. El pecho, la garganta y las tripas nos suelen hablar bastante claro.
Pero si lo conseguimos, si somos capaces y nos compensa continuar adelante Rota a Rota, con toda la responsabilidad, los cuidados y el respeto mutuo que se necesitan, este lazo puede generar una gran fuerza para oponer resistencia frente a la dominación patriarcal y capitalista. Este vínculo, sabiéndolo gestionar positivamente, puede ser muy poderoso y enriquecedor. Elegir quedarse al lado de una Rota, pese a todo lo que conlleva, puede ser también una decisión política, sobre todo si tú también eres una de ellas. Es entonces cuando me acuerdo del lesbianismo político que se debate en el feminismo. Y pienso en que podría existir una analogía llamada, por ejemplo, rotismo político, que consistiría en vincularnos afectiva y sexualmente con personas rotas, heridas, para arrimar los codos y enfrentar juntas lo que sea necesario. Rotismo político como forma de revertir un poco la justicia. Reconvertir toda esa sangre originaria, muchas veces solidificada en rabia, miedo y frustración, en una fuerza transformadora y generadora de cambio. Parece que estuviéramos hablando de feminismo, es cierto, pero es que creo que muchas de las que llegamos a él venimos de tierras rotas. Y todas estas brechas son las que a veces nos dificultan avanzar. Así que si las Rotas, las que fuimos maltratadas y abusadas, estamos vinculadas amorosamente entre nosotras poniendo manos, bocas, brazos y orejas para recomponernos y recomponer, iremos logrando poco a poco lo más consistente que tenemos: que nuestros cuerpos cansados, mutilados y asqueados, todavía con energía, batallen juntos frente a la normatividad.
E.*, es periodista y colaboradora habitual de Pikara Magazine.