Casas vacías: sobre maternidades y otras desdichas
'Casas vacías', la primera novela publicada de la escritora mexicana Brenda Navarro, es un drama extremo que condensa en sus páginas diferentes realidades relacionadas con la maternidad impuesta por la sociedad y con los límites propios que impone el cuidado de los otros.
Es una de las pesadillas más profundamente incrustadas en el imaginario colectivo: la del niño o la niña que desaparece mientras está jugando en un parque, ante las narices de una cuidadora, por lo general su madre, que en ese momento había bajado la mirada para leer una noticia del diario o hablar por el móvil. Esto último es lo que estaba haciendo en el parque la madre sin nombre de Casas vacías (Kaja Negra, 2018), despedirse de su amante a través del móvil sin saber que a quién no volvería a ver más es a su hijo autista de 3 años, Daniel. Con esta perturbadora premisa arranca la primera novela publicada de la escritora mexicana Brenda Navarro. Antes, ya avisaba la contraportada: “Entrar en este libro es la clase de riesgo que se debe tomar en una época en la que no hay lugar para la tibieza.” Así que, asumido el riesgo, no queda otra cosa que respirar profundo, como hace la madre del niño desaparecido cada vez que entra en pánico, y dejarse llevar por una lectura que va creciendo en intensidad conforme pasan las páginas.
Casas vacías está narrada a dúo por dos madres sin hijos. La primera madre es la de Daniel, el hijo perdido en el parque, cuyo autismo siempre ha afrontado con frustración y culpabilidad. La segunda madre es la madre impostora, la mujer que ha robado a Daniel del parque y lo ha transformado en Leonel, el hijo deseado que su realidad se obstina en negarle. Pero hay otras muchas madres en esta novela: la madre muerta a manos de su marido, la del asesino, la de la hija asesinada, la madre que fue madre porque la violó su hermano, y el grupo de madres de hijos desaparecidos en un México violento o de camino a Estados Unidos, que se reúnen para consolarse y contar sus historias. Y de entre todas estas madres, emerge una hija huérfana, Nagore, la única mujer de la historia que tiene nombre, la única también que no carga con culpas, ni de ella ni de nadie.
Resulta difícil sentir simpatía por alguna de las madres de esta novela. Eso no impide que se sienta un hondo entendimiento al ser testigo de las vicisitudes de cada una. Casi toda maternidad conflictiva de la narración se origina en una vida conflictiva. La excepción es la madre de Daniel, cuya vida es fácil en apariencia. Paradójicamente, el personaje de más calado no es el de la madre que pierde el hijo sino el de la madre que se lo lleva. Brenda Navarro hace una magnífica composición de esa mujer de barrio humilde que es incapaz de salir de la existencia miserable que la rodea a pesar de tener una herramienta que la hace poderosa: la independencia económica. Aun así no consigue empoderarse. Mantiene a un hombre maltratador con las ventas de los pasteles que cocina, con la esperanza de que cumpla su sueño: darle una hija. Y sigue sometida a una madre sin escrúpulos que la intentó matar cuando era niña. Poco después de perder a su hermano, su único apoyo, en un accidente de trabajo que todos se empeñan en negar (otro hijo desaparecido), se dirige a un parque donde juegan los niños…
Nagore es el reverso de la moneda de esta historia trágica. Ella, a diferencia del resto de personajes, enfrenta con optimismo su drama personal. Tras asesinar su padre a su madre, queda al cuidado de la madre de Daniel, que en ese momento está embarazada de este. Su nueva madre, de repente, se encuentra al cargo de dos hijos, y la responsabilidad se le hace demasiado pesada. Desde el principio rechaza el cariño que le ofrece Nagore, y la situación se agrava con el autismo de Daniel, que acapara todas las atenciones. Cuando Daniel desaparece, a Nagore no le queda otro remedio de cuidar de ella misma, aparcar su dolor, en respeto al dolor de los demás, y hacerse fuerte sin rencores, siempre tratando de pasar desapercibida en esa “casa vacía”. Cuando la madre de Daniel por fin se dé cuenta de su existencia, quizás sea demasiado tarde.
Casas vacías es un drama extremo que condensa en sus páginas diferentes realidades relacionadas con la maternidad impuesta por la sociedad y con los límites propios que impone el cuidado de los otros. Lo que podría derivar en una digestión difícil de tanta desdicha, se transforma, gracias al uso del lenguaje de la autora, en una lectura absorbente en la que la sensibilidad de las palabras, que tienden al lirismo, amortigua las imágenes punzantes que transmiten. Destaca también el reflejo del habla popular en las calles más modestas de México, que hace realista cada escena por muy tremenda que esta sea. Antes de esta novela, Brenda Navarro publicó algunos cuentos. Es miembro de la asociación Clásicas y Modernas (asociación que trabaja por la igualdad de género) y de la Asociación Internacional de Feministas Economistas. Además dirige el proyecto digital Enjambre Literario, para visibilizar el trabajo de las narradoras y periodistas de Iberoamérica. Casas vacías puede descargarse de forma gratuita en su formato digital en la página web de la editorial Kaja Negra.