Greta Gerwig: Mujeres en relación a mujeres
En una cinematografía como la estadounidense, donde habitualmente las mujeres aparecen aisladas y ni siquiera hablan entre ellas, el cine de esta directora pone el foco en la importancia y la complejidad de las relaciones afectivas femeninas.
La industria cinematográfica estadounidense sigue defraudando a las mujeres año tras año. En 2017, solo supusieron un 18% del total de personas que dirigieron, guionizaron, produjeron, editaron y fotografiaron las 250 películas más taquilleras. Además, protagonizaron un mero 24% de las historias y resultaron casi invisibles si eran racializadas, LGBTQ o tenían algún tipo de diversidad funcional. Las mujeres son relegadas, por tanto, a consumir una ficción que no las deja participar y que no pretende reconocer su existencia.
En este contexto, la carrera de la californiana Greta Gerwig, quinta mujer en noventa años que ha sido nominada al Oscar a Mejor Dirección, se ha ido elevando progresivamente como una fuerza de la naturaleza. Con cuarenta créditos como actriz a sus espaldas y unos inicios también como co-directora en el mumblecore de presupuestos ínfimos y eternas escenas improvisadas, su trabajo alcanzó un punto de inflexión en las colaboraciones con Noah Baumbach como protagonista y co-guionista de Frances Ha (Baumbach, 2012) y Mistress America (Baumbach, 2015). Para alguien que siempre ha querido contar historias, pero no sabía que estaba en su mano hacerlo, ambas películas abrieron las puertas de algo infinito y a finales del pasado año estrenó su primera película escrita y dirigida en solitario: la aclamada Lady Bird (Gerwig, 2017).
Sin embargo, ni con premios ni sin ellos se ha librado de que su participación en dichas películas se haya observado con paternalismo y ella misma lo ha denunciado: han minimizado sus aportaciones como co-guionista, han supuesto que no había decidido el aspecto visual de su propia película y siguen tildando todas sus obras como autobiográficas a pesar de sus propias declaraciones. Todo ello en un nuevo intento por marginalizar la perspectiva autoral femenina.
No obstante, son su voz y visión particulares, que destacan incluso en sus trabajos colaborativos, las que hacen relevante al cine de Gerwig y la han llevado hasta donde está. En especial, debemos celebrar que pone el foco en las relaciones afectivas entre mujeres, planteándolas siempre como el eje central de sus películas:
Las relaciones afectivas femeninas como hilo conductor
En la cinematografía estadounidense las mujeres suelen aparecen aisladas en entornos predominantemente masculinos y supeditadas a las necesidades narrativas de terceros. Lo vemos a diario en multitud de películas incapaces de implicar como parte activa de sus historias a los personajes femeninos o de pasar algo tan sencillo como el Test Bechdel. Por eso resulta importante que la verdadera complejidad de las relaciones entre mujeres sea el hilo conductor de los tres largometrajes sobre los que Greta Gerwig ha tenido poder de decisión creativa hasta ahora (Nights and Weekends, co-dirigida junto a Joe Swanberg y estrenada 2008, no parece dejar mucho espacio a Gerwig como autora).
El planteamiento de las películas lo evidencia, ya que siempre comienzan presentando la relación que va a protagonizar los relatos: en Frances Ha, una secuencia de montaje nos muestra toda una serie de momentos idealizados que Frances y su amiga Sophie comparten por la ciudad de Nueva York, su rutina y su intimidad; Mistress America abre con la voz en off de Tracy sobre fondo negro hablando de Brooke; y lo primero que vemos en Lady Bird es a la protagonista y a Marion, su madre, durmiendo juntas en una habitación de hotel para enseguida regresar a casa en un viaje en coche que sacará lo peor de ambas. Visual o sonoramente, estas mujeres empiezan compartiendo plano porque sus vidas están profundamente conectadas e influenciadas por el devenir de estas relaciones afectivas, y de ninguna manera podremos entender la situación en la que se encuentran sin prestar atención a estos instantes.
Así, las protagonistas de Frances Ha, Mistress America y Lady Bird son mujeres en tránsito, a medio camino de una etapa clave que las va a obligar a cambiar o a adaptarse como puedan: Frances necesita madurar y encauzar su vida como los demás; Tracy debe encontrar algo que la inspire para comenzar a moverse; y Lady Bird está buscándose a sí misma en el difícil paso a la edad adulta. Ese punto intermedio en el que se sitúan viene modelado por estas relaciones de manera mucho más potente que cualquier otro evento o persona con la que interaccionan, y en cierto sentido son quienes son o se van convirtiendo en quienes les gustaría ser a partir de estas vivencias compartidas. Esa es la razón de que, por ejemplo, Lady Bird luche tan intensamente contra su propia madre y se otorgue un nombre a sí misma, pues le incomoda saber que Marion forma parte de ella a un nivel tan profundo y no quiere que determine su existencia ni su futuro.
Por supuesto, estas relaciones no son perfectas y también van a tener altibajos y problemas de comunicación. Algo común en las historias de Gerwig es que ninguna de estas mujeres está a la vez en el mismo punto de su vida que las personas que terminan siendo tan importantes para ellas, tampoco en el caso de las amistades, y es un recurso idóneo para generar los conflictos principales y destacar la complejidad interna de las relaciones entre mujeres en contraposición a sus representaciones estereotipadas y unidimensionales tan habituales en el cine. A lo largo de sus relatos siempre remarca estas diferencias y funcionan a modo de aviso de lo que está por venir, así como permiten que todos los personajes femeninos tengan entidad propia a nivel individual.
Este es uno de los planteamientos que alejan al cine de Gerwig de las típicas historias que relegan al personaje femenino a verse definido en tanto que se relaciona con otro personaje; generalmente, con uno masculino en romances heterosexuales. Todas sus protagonistas existen al margen de la conexión que se establece con sus amigas o con su madre y, además, el hecho de encontrar su lugar y su propia identidad forma parte de los conflictos internos que mueven los largometrajes. De esa forma, Gerwig nos dice que estas mujeres son importantes las unas para las otras pero no deben perderse en ellas, sino que sus viajes individuales son, al fin y al cabo, hacia donde tienen que dirigirse.
Por el contrario, los intereses románticos masculinos son completamente secundarios. Incluso cuando parecen más relevantes para el personaje, como en el caso de Lady Bird, estos son meramente circunstanciales y no las definen como mujeres ni son la respuesta a todas esas preguntas que se plantean sobre sí mismas y su futuro. Sus amigas y la fascinación que sienten por ellas siempre tienen un mayor atractivo y las motivan a actuar, subvirtiendo la imagen cinematográfica femenina más común, asociada a un hombre o a la búsqueda de uno. Así, Frances no siente nada cuando su novio rompe con ella porque no quiere dejar el piso que comparte con Sophie para irse a vivir con él; Tracy en el fondo no está interesada en su compañero de universidad; y Lady Bird termina dándose cuenta de desea pasar el baile de fin de curso y acabar la noche de forma inolvidable no con su nuevo novio sino con Julie, su mejor amiga.
La amistad femenina, esa gran historia de amor
Estas ideas funcionan y quedan reforzadas gracias a la manera que Gerwig tiene de enmarcar las amistades femeninas, a partir de recursos tradicionalmente utilizados para representar visual y narrativamente las relaciones sentimentales heterosexuales. La propia Greta Gerwig dice que le gusta coger clichés de los romances heterosexuales y utilizarlos con otros fines, así que, en principio, la intención a la hora de contar estas historias habría sido apropiarse de esa clase de estructuras para otorgarle a la amistad femenina la relevancia y el peso emocional que históricamente se nos ha transmitido que debe tener el amor romántico.
Vemos en el primer acto de Frances Ha a Frances y Sophie compartiendo constantemente plano en secuencias de montaje que presentan mayor intimidad y naturalidad de la que tienen con sus parejas heterosexuales, acompañadas de una música de corte romántico. No obstante, es Mistress America la que muestra una estructura que sigue los estadios clásicos de una historia romántica pero aplicados a una incipiente amistad: se nos cuenta cómo se conocen Tracy y Brooke, a punto de ser hermanastras, y cómo la primera encuentra en la segunda la inspiración que le hacía falta para activarse y participar de las cosas, quizá de forma demasiado intensa. Por su parte, la relación madre-hija de Lady Bird está plagada de momentos que indican la profundidad y la dificultad del afecto que sienten la una por la otra, siempre complicado y lleno de temor por una situación económica precaria.
Y cuando estas relaciones se deterioran o directamente se pierden, las protagonistas las sienten como si estuvieran atravesando una ruptura sentimental. Todas ellas quedan a la deriva sin el que parece ser su anclaje y se verán, por tanto, obligadas a reestructurar sus vidas y sus caminos. De esta forma, Frances pasa gran parte de su película tratando de replicar, sin éxito, la relación y la rutina que tenía con su mejor amiga, cuando en realidad lo que debería hacer es encontrarse a sí misma en su nueva situación. Su amistad ha definido tanto una etapa que el hecho de no contar con ella la ha trastocado por completo y cree que la manera de seguir adelante es dar con alguien que llene el hueco de Sophie. También Tracy se da cuenta, por las malas, de que no ha estado viviendo su propia vida sino que se ha volcado en la de Brooke, y queda devastada cuando ésta se aleja de ella al sentirse traicionada por el relato que ha escrito sobre ella a sus espaldas. Asimismo, Lady Bird va descontrolándose más cuando su amistad con Julie se rompe porque ha ido abandonándola en favor del chico de turno y aun cuando trata de encauzar su vida sigue echando en falta el apoyo de su madre.
Sin embargo, no todo es blanco o negro y las tres películas exponen que estas relaciones cambian y evolucionan porque es algo natural. No son estáticas, como tampoco lo son los propios personajes, sino que están envueltas en un proceso que nunca termina incluso si más adelante estas mujeres ya no vuelven a verse. Como ellas mismas, sus relaciones trascienden a la situación y se convierten en algo diferente, algo cuya importancia es plenamente reconocida al final de los largometrajes con miradas a través de una sala, con una última comida de acción de gracias o con una llamada en el contestador y unas cartas que se entregan a escondidas.
En definitiva, si tenemos en cuenta que las interacciones entre mujeres en el cine son, en muchas ocasiones, inexistentes y cuando se dan suelen estar construidas de forma estereotipada (haciéndolas competir entre ellas por un hombre o basadas en la más pura crueldad), las propuestas de Greta Gerwig con Noah Baumbach y en solitario amplían las posibilidades del discurso cinematográfico femenino. Si algo se le debe reprochar, no obstante, es que, como pasa con otras creadoras de su misma generación, estos relatos por el momento carecen de diversidad en tanto que estamos siempre ante mujeres cisgénero caucásicas muy cercanas a los ambientes en los que ellas mismas se mueven, de manera que todavía no incluyen otros tipos de relaciones afectivas más de corte abiertamente romántico y sexual entre los personajes femeninos de sus historias. Sin embargo, pulverizan el Test Bechdel con unas mujeres a las que les encanta escucharse hablar de sí mismas y sus inquietudes, capaces de discutir y tirarse de un coche en marcha o de acudir cuando más las necesitan, y elevan el afecto femenino al lugar que le corresponde en el infinito entramado de emociones humanas. Así, las mujeres son esenciales para otras mujeres y merecemos verlo en pantalla.