La casa de papel o el fracaso de una declaración de intenciones
Nerea Oreja
Es una maravilla empezar a ver una serie que, además de tener todos los elementos clave para ser entretenida (acción, robos, armas, tensión, amor, traición), está llena de personajes femeninos. Pero no personajes femeninos así no más, sino caracteres que tienen un peso importante en la […]
Nerea Oreja
Es una maravilla empezar a ver una serie que, además de tener todos los elementos clave para ser entretenida (acción, robos, armas, tensión, amor, traición), está llena de personajes femeninos. Pero no personajes femeninos así no más, sino caracteres que tienen un peso importante en la trama y cuyas acciones hacen que la historia avance.
En La casa de papel, la presencia de la mujer está siempre garantizada, desde la narradora-testigo que va relatando los acontecimientos, agregando su punto de vista y sus reflexiones, hasta personajes como la inspectora Murillo, Nairobi o las diversas rehenes que tienen mayor o menor protagonismo en la historia.
Sin embargo, da la impresión de que el guion tiene que cumplir con ciertas cuotas de feminismo y simplemente queda ahí. Hay una declaración de intenciones feminista, pero nada más que eso. Fracasa estrepitosamente. Básicamente, pareciera que con dar armas a las mujeres, convertirlas en atracadoras, en jefas de todo un servicio de policía, o con lanzar discursos, alcanza. Pues no. Podría ser un inicio, un buen comienzo, si después tuviera cierta continuidad y esas declaraciones llevaran a algo más.
La inspectora Murillo, por ejemplo. El personaje interpretado por la actriz vasca Itziar Ituño es un personaje protagónico cuyas acciones son determinantes para el avance de la trama. Se nos presenta como una mujer fuerte, independiente, que ha dado un golpe en la mesa ante los malos tratos de su ex marido, quien tiene una orden de alejamiento; una mujer que cuida de su hija y de su madre, que lidera el grupo policial que está cubriendo el asalto a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Que siempre lleva una pistola colgada al costado y cuyas decisiones son siempre frías e inteligentes. Hasta ahí perfecto. Da gusto encontrar a una mujer con un papel como este en televisión. Sin embargo, parece que no somos capaces de soportar a la mujer autosuficiente, a la mujer fría y calculadora, una mujer a la que no le tiembla el pulso si tiene que dar la orden de disparar. Echando por tierra lo que representa el personaje de Raquel Murillo, en un momento de crisis y estrés laboral la vemos huir de la carpa policial, meterse en una ambulancia con un ataque de ansiedad, buscar el apoyo de su compañero y, sin saber qué hacer, llamar a su madre. Ahora, imagínense lo ridícula que sería la escena si el personaje fuera un hombre. Cuesta visualizar algo así en el cine, ¿verdad? Sin embargo, al tratarse de una mujer, la debilidad y el derrumbe emocional tienen que formar parte intrínseca del personaje, aunque resulten difíciles de creer.
Algo similar sucede con el personaje de Nairobi (Alba Flores). Joven, madre soltera, guerrera. Su papel en el atraco se caracteriza por la templanza, la constancia y la calma. Incluso cuando todo comienza a desmoronarse, declara, en un impactante primer plano y ametralladora en mano, el comienzo del matriarcado. Hasta ahí todo bien. Intachable. Sin embargo, el supuesto matriarcado solo dura unas horas, al cabo de las cuales Nairobi, esa chica fuerte y luchadora, pide respeto a sus rehenes entre lágrimas, como una niña indefensa y mostrando que lo del matriarcado le viene grande. Por supuesto, en menos de un segundo aparece el salvador, el hombre que llevará de nuevo las aguas a su cauce.
También el personaje de Alison Parker (María Pedraza) tiene una epifanía de empoderamiento, animada por la propia Nairobi, y termina frente al espejo repitiéndose, a voz en grito, “Soy Alison Parker y soy la puta ama”. Pero no va más allá de eso. El personaje promete, parece que va a tomar el mando del grupo de rehenes, pero finalmente nada de esto sucede. Una vez más, las palabras quedan en una declaración de intenciones y los rehenes seguirán actuando bajo la batuta de Arturo, el director de la fábrica. Lo mismo podría decirse de Mercedes (Anna Gras), la profesora, que en un momento amaga con tomar las riendas de un motín contra los atracadores, al mismo tiempo que protege a sus estudiantes, pero ni los estudiantes siguen sus órdenes ni sus acciones para huir tienen ninguna repercusión.
La nota discordante en esta dinámica podría ponerla Tokio (Úrsula Corberó), que es la única mujer que no muestra ni un atisbo de debilidad. Sin embargo, sus acciones, lejos de llevar a la victoria al grupo, no generan más que problemas y fracasos. De hecho, en varias ocasiones se hace referencia a su sangre caliente y a lo impulsiva que es. No es más que una loca para todos los demás. Una loca que actúa movida únicamente por sus propios intereses, perjudicando, aunque sea inconscientemente, al grupo.
El único personaje femenino que, a pesar de cumplir con el estereotipo de la feminidad más normativa, rompe con lo que de ella se espera es el de Mónica Gaztambide (Esther Acebo). Secretaria, amante de su jefe, es insegura y delicada. Sin embargo, Mónica decide, frente a todas las complicaciones, llevar adelante su embarazo, sola, sin la ayuda de su amante, que se niega a abandonar a su mujer. Dejando el miedo de lado, se enamora de uno de los atracadores y toma las riendas de su destino, poniéndose del lado de los asaltantes. Pero no lo hace por miedo o sumisión. Lo hace porque el proyecto le convence más que la vuelta a su anodina vida. Mónica llevará a cabo acciones determinantes, siendo un personaje que decide y evoluciona en contra de lo predecible.
Las palabras están bien. Las acciones mejor. Y la unión de ambas debería ser una verdadera bomba, aunque estemos siempre en el plano de la ficción. ¿Por qué, entonces, nos quedamos que ni fu ni fa? Porque el feminismo en el cine, como en cualquier otra parte, no puede tratarse únicamente de cumplir con cuotas y porcentajes de presencia femenina y discursos políticamente correctos. Primero hay que creérselo y, segundo, hacer que el feminismo genere algo más. Una nueva visión. Un giro en los acontecimientos y en la convención.
Queremos todo, porque la revolución siempre es todo o nada. Que no se nos derrumbe la inspectora. Que no decaiga el matriarcado en pleno atraco porque la jefa llora sobrepasada por la situación. Una vez más, imaginemos lo que sucedería si se tratara de personajes masculinos. Como que no nos lo creemos, ¿no? Pues eso.