María Moreno: memorias de periodismo y licor
La periodista y escritora argentina fue una de las pioneras en crear medios feministas: el diario ‘Alfonsina’ y el suplemento ‘La Mujer’. Ahora publica ‘Black Out’, unas memorias sobre su profesión y sobre su debilidad: el alcohol.
María Moreno es en realidad Cristina Forero. Su nombre ‘artístico’ lo adoptó hace un tiempo indeterminado. Porque ni su edad ni sus orígenes profesionales son fáciles de rastrear. Hay que remontarse 26 años atrás para localizar su primera novela, ‘El affair Skeffington’ (1992), y a sus memorias para descubrir la cara B de una vida plagada de crónicas, ensayos o entrevistas diseminadas en ‘La opinión’ u otros periódicos de su país, Argentina, y en recopilaciones editadas como ‘A tontas y a locas’ (2001) o ‘Subrayados. Leer hasta que la muerte nos separe’ (2013). Esta trastienda de su biografía acaba de editarse en España por Random House Mondadori. Se titula ‘Black out’ y entremezcla sus dos pasiones: el periodismo y el alcohol.
Fundó en aquellas jornadas las primeras publicaciones feministas de la época -como el diario ‘Alfonsina’ y el suplemento ‘La Mujer’– donde, según apuntaban, “ponían al descubierto, desenredaban y desafiaban las normas de género sexual vigentes”. Además, reunió a autores como Fogwill o Martín Caparrós firmando con seudónimos femeninos y añadió al colectivo LGTBI una ‘A’ de alcohol, por suponer “una nueva identidad”. En sus líneas, no obstante, no hay hueco para historias más allá de “la banda”, esos seres que la acompañaban en los desvaríos etílicos: ni su marido ni su hijo salen citados. Se refiere a tales episodios en esta entrevista, realizada a través de correos electrónicos con respuestas a menudo inmediatas, a pesar de la amplia diferencia horaria.
Creaste dos referencias de periodismo feminista en Argentina. ¿Cómo se ha de entender la iniciativa en aquellos momentos?
¿Entender? No lo entendíamos: lo hacíamos. Aunque tenés razón: había que entender que ‘La Mujer’ y ‘Alfonsina’ no constituían una serie con las revistas femeninas llamadas ‘Para ti’ o ‘Vosotras’ sino que se oponían a ellas. ‘La Mujer’ acompañó la lucha por derechos como el divorcio, la patria potestad compartida e instaló el debate sobre el aborto cuando era una palabra imposible de pronunciar durante los primeros años de la democracia. ‘Alfonsina’ articuló las cuestiones feministas con la de los derechos humanos e iba más allá de la política de género.
¿Por qué hacía falta y sigue haciéndolo ahora?
Bueno, a Fidel le hizo falta el ‘Granma’; a Lenin, ‘Iskra’; y, a nosotras, todos los medios que pongan en escena el feminismo. En este momento ha vuelto con todo su vigor con el movimiento ‘Ni una menos’, que no es utilitario (aunque reclame al Estado), no es reservorio en potencia para los partidos, no rinde según la lógica de lo inmediato, ni liquida sentido para tranquilizar a los columnistas. Es una sororidad en acción y simultaneidad. Que cobija, alerta, llama, a la organización. Hubiera sido bueno que no fuera el feminicidio la coartada para un feminismo latinoamericano, cada vez más poroso a las tramas políticas, a las alianzas heterogéneas pero siempre anticapitalistas, grasas, libidinosas. En la organización, la violencia se desprivatiza y se nombra para deshacerla. Si la violencia es expresiva, como dice la activista y teórica Rita Segato, el ‘Ni una menos’ es docente.
¿En qué fallan los medios cuando hace falta sacar uno puramente feminista?
No hay feminismo puro y es deseable que así sea. Está entramado con las reivindicaciones populares, con el arte, es anticapitalista. El diario ‘Página 12’ publica el suplemento ‘Las 12’ que muestra cómo puede convertirse el gueto en territorio.
¿Hay discriminación en el gremio?
Sí. Pero, como ya te dije, se trata de transformar el gueto en territorio, de moverse estratégicamente en lo establecido para transformarlo e incluso invertir su sentido.
¿También hay discriminación hacia las mujeres en el beber?
Por supuesto. Si estás con un hombre, el camarero imagina que el whisky es para él, te sirve menos como si te juzgara o te protegiera, que es lo mismo. Si pedís otro te pregunta con miedo “¿otro más?”.
¿En qué momento se confunden periodismo y alcohol?
En su historia. En el siglo XlX el bar era el lugar de intercambio de informaciones. Ahí estaban los cronistas, muchos de ellos poetas modernistas. Amado Nervo, que hacía ‘policiales’, visitaba la morgue durante el día para construir sus noticias y de noche escribía ‘La amada inmóvil’. En los setenta pasó algo parecido: el bar como lugar de conspiración entre cronistas, cronista-militantes y artistas de vanguardia.
¿Tiene clases sociales el alcohol?
El alcohol ha sido promovido o denostado de acuerdo a las necesidades de la sociedad industrial. Al principio el alcohol mantenía la fuerza de trabajo. Luego se convirtió en signo de degeneración de la clase obrera, la fractura de la familia y fuente de enfermedad y miseria. Sin embargo, según Richard Sennett, cuando se cerraba una taberna el motivo no era el embotamiento de los sentidos que provocaba el uso del ajenjo amenazando la productividad de las fábricas, sino el hecho de que en ese espacio los obreros complotaran, intercambiando información, ideando estrategias de lucha o –mediante una cierta estabilidad alcohólica– soltaran su lengua, sin utilidad alguna para sus patrones, a fin de liberar sentimientos y sueños. A veces se ‘fingía’ la intención de beber para no despertar sospechas y expresando en voz alta las ganas de ‘boire un litre’.
En el libro escribes algo así como “no bebía para aturdirme, sino para liquidarme”. ¿Existe una forma sana de beber?
No te creas los versos que lanzo en ‘Black Out’. Igual te contesto: salud y adicción son un invento norteamericano.
¿Es marcarse una rutina el mejor antídoto contra el alcohol?
Bueno, William Faulkner tenía la rutina de beber y escribir hasta el límite, así que se tomaba el veneno y el antídoto.
¿La paranoia alcohólica acentúa los celos? ¿Y la creatividad?
No, soy celosa con una coca-cola. Y no creo que ningún paraíso artificial acentúe la creatividad. Fogwill decía que “el alcohol te da algo que te hace creer que es de él y luego te lo quita”.
Hay una serie de memorias (sobre todo de escritores) que transcurren en bares y con licor. ¿Qué une al alcohol con la escritura o con el dolor? ¿Qué tienen los bares para lograr tal poder de atracción: son guaridas, refugios?
La mejor definición es de Graham Greene: el bar es un hogar contra el hogar.
¿Bebemos contra el juicio ajeno?
Sólo conozco bebedores: no hay juicio y no hay ajeno.
¿Por qué estas memorias líquidas ahora?
No son sólo memorias líquidas, ‘Black Out’ es una historia de la literatura argentina con la coartada del alcohol, una relectura de la obra de ciertos escritores de los años setenta que hicieron sutiles operaciones con la lengua, una elegía colectiva.
¿Hay algo de redención en la sobriedad?
No conozco ninguna de las dos cosas. Quizás mi hígado te de otra respuesta.