Esther Ferrer: “Yo siempre he hecho el arte que he querido y como he querido”
A sus 80 años y tras casi seis décadas de carrera, esta artista pionera en la performance conquista el Guggenheim de Bilbao, museo que reconoce que con esta exposición salda una gran deuda pendiente con la reconocida artista donostiarra.
¿Están de acuerdo con la situación de las artistas en el mundo del arte? ¿Puede la mujer artista dirigir el arte hacia territorios desconocidos hoy? Estas son algunas de las 65 cuestiones que en su performance Preguntas feministas (1999), la artista Esther Ferrer lanzaba a su público en una acción que ha representado y versionado múltiples veces hasta la fecha. A día de hoy, continúa trabajando y nos sigue planteando preguntas, siempre firme en sus convicciones: inconformista, feminista y espontánea, Ferrer está ya consagrada como una de las artistas españolas más relevantes a nivel internacional.
Esther Ferrer (Donosti-San Sebastián, 1937) es una artista pionera en el arte de la performance, y una de sus principales representantes. Comienza su carrera a finales de los sesenta, participando en actividades del grupo ZAJ con Walter Marchetti, Ramón Barce y Juan Hidalgo. A lo largo de su extensa carrera ha recibido numerosos reconocimientos: en 1999 fue una de las representantes de España en la Bienal de Venecia; en 2008 fue galardonada con el Premio Nacional de Artes Plásticas; en 2012 con el Premio Gure Artea del Gobierno Vasco, y en 2014 con el Premio MAV (Mujeres en las Artes Visuales), el Premio Marie Claire de l’Art Contemporain y el Premio Velázquez de Artes Plásticas.
Realiza obra plástica empleando fotografía intervenida, escultura, dibujo e instalaciones, con un discurso en torno a la identidad, el espacio y los números primos, muy vinculada al movimiento fluxus, al minimalismo y a los feminismos del momento. Artista autodidacta, entiende el arte como una vía de conocimiento, el cual le ha permitido dar rienda suelta a su curiosidad y carácter inquieto, viviendo en aprendizaje continuo. Rompe así con la idea del artista genio: asegura que su obra no nace de un don especial, sino que es fruto de su esfuerzo.
Su principal campo de trabajo es la performance, que define como un arte nómada, que puede realizarse en cualquier lugar y de la mano de cualquiera, lo que la convierte en un medio absolutamente democrático. “La performance, —afirma Esther Ferrer—, es el arte del tiempo, del espectador y de la presencia: Ellos me miran y yo les miro. Su presencia refleja la mía y viceversa”.
Licenciada en Ciencias Sociales y Periodismo, lleva escribiendo toda su vida en numerosas publicaciones, tales como El País, Ere, Lápiz, El Globo y Jano, donde publica artículos de actualidad cultural. “Pues si bien su trabajo periodístico contribuyó a reanudar los lazos con el arte y la cultura de vanguardia extranjeros y con el movimiento feminista internacional, el que completase y «enderezase» el discontinuo e históricamente soterrado relato de las mujeres artistas debe verse como una extensión de la lucha feminista”, expone la investigadora sobre arte feminista Carmen G. Muriana.
La construcción del espacio
A sus 80 años y tras casi seis décadas de carrera, Ferrer conquista por fin el Guggenheim de Bilbao. El propio museo reconoce que con esta exposición salda una gran deuda pendiente con la reconocida artista donostiarra. Su exposición Espacios Entrelazados, comisariada por Petra Joos, podrá visitarse hasta el 10 de junio. En ella, se nos descubre un laberinto de instalaciones (11 en total, 9 de ellas inéditas) con los que trata un tema fundamental en su trayectoria: la construcción del espacio.
Al hablar es desenfadada, contundente y de humor agudo. Durante la inauguración de la exposición, nos comenta que la última vez que estuvo en la Bilbao fue en el año 1968, haciendo una performance, en una época en la que a ella y a sus compañeros aún se les trataba de locos, apodados burlonamente como “los vagos del arte”. “Para mí es una vuelta a Bilbao, solo que un poco más seria esta vez. Ya no me llaman casi prostituta como me llamaron en la época. Y no se van a reír de mí, o bueno, a lo mejor sí… Yo estoy encantada, aunque en la época yo era joven y ahora soy vieja, y eso es un inconveniente”, ironizó.
La artista nos invita a introducirnos en sus obras y a mirarlas desde todas las perspectivas posibles, haciendo que dejen de ser objetos para convertirse en experiencias. De hecho, muchas de ellas son penetrables y se avivan con nuestra intervención. Domina el espacio del Guggenheim y lo pone a su servicio, fundiendo obra y lugar. Una de sus obras es la propia entrada a la exposición: un pasillo de tres metros, lleno de boas de plumas, que se recorre en absoluta oscuridad. En ella se ve la implicación de Ferrer con su público, preparándolo sensorialmente para que observe la exposición con ojos nuevos, el cuerpo relajado y la mente abierta.
Entramos y nos sorprende con espacios amplios, cuidados. En su serie de proyectos espaciales, interviene con hilos, formando delicadas y finas líneas. Hilo, cable o cuerda son los instrumentos con los que dibuja en el espacio, todos materiales frágiles, jugando con la perspectiva, las variaciones, la matemática y la percepción, alterando el tránsito. Así, la artista conquista el lugar y lo pone a nuestro servicio, siendo nosotras las que damos el movimiento y definimos la obra. Ferrer valora por encima de todo la libertad de su público, que deja de observar pasivamente para participar de la obra, plantearse preguntas y sacar sus propias conclusiones.
Se percibe la influencia del arte sonoro en la exposición, sobre todo en su obra Las risas del mundo. Un mapamundi sobre el suelo, con tabletas gráficas colgadas sobre el techo que se activan al acercarnos a ellas, creando una pieza de sonido con diferentes risas según edad y origen. En una sala aparte nos ofrece el laboratorio de la risa, donde las visitantes pueden descargar su energía riendo y los sonidos son grabados para una posterior pieza sonora de la artista.
Busca la libertad del público al igual que hace con la suya propia. Independiente, soberana de su propio trabajo, crea un arte sin condiciones. Asegura haber hecho siempre el arte que ha querido y como ha querido, pues prefiere financiar ella misma su obra, sin depender de becas ni ayudas por parte de las instituciones: “Como me lo pago yo, puedo hacer lo que me dé la gana, porque trabajo con el dinero que yo gano. Yo hago lo que quiero, cuando quiero y con mi dinero”.
Bibliografía consultada:
- Fuera de formato. Evolución, continuidad y presencia del arte conceptual español en 1963. Mónica Gutiérrez.
- “Infor-acción y micropolítica. El periodismo activista de Esther Ferrer” por Carmen G. Muriana. Catálogo Todas las variaciones son válidas, incluida esta. Museo Reina Sofía.
Si te interesa la performance, no te pierdas La ruta de la performance, una producción de Laura Corcuera para el laboratorio de periodismo de Pikara.