Alexandra Rovira
El feminismo se ha extendido con celeridad en estos últimos tiempos entre tanto la población primermundista como en las salas de reunión de grandes empresarios, o al menos su imagen.
Hemos sido testigos de cómo el poder femenino y las capacidades de la mujer se han instaurado en el hogar de nuestros allegados. Vemos, en la calle, todo tipo de persona portando emblemas feministas en sus camisetas, es tendencia autodenominarse feminista, y sobre todo está de moda la imagen de una nueva generación de mujeres feministas capaces de enterrar y acallar a aquellas otras radicales, insurgentes contra la opresión misándrica y la supremacía femenina que habían implantado lo que conocemos, vulgarmente, como feminazis. Heroínas del siglo XXI.
Y si bien en un principio parece ser fascinante este milagro rebosante de dicha, que nos librará a las verdaderas feministas de farsantes y nos guiará a todos hacia el camino de la igualdad, no os dejéis engañar: no es más que el capitalismo, apropiándose de nuestras cadenas.
Pues así mismo, la conversión de una ideología, una lucha, un movimiento en un mero producto es lo que llamamos capitalización.
Capitalizar: Obtener beneficios de la labor de otros. Atribuir valor de capital a aquello que produce rédito.
La lucha por la liberación de la mujer entendida pues como mercancía.
Podríamos decir que el hecho de comercializar no es negativo porque, ambas partes ganan. Tanto el sistema capitalista como el movimiento, obteniendo de las ventas repercusión y visibilización. Pero no es así.
Lo que a simple vista resulta un trato de conveniencia y, en cierta parte, una ayuda, entre la industria y el colectivo oprimido es, en realidad, la explotación de la imagen de una lucha: reduciendo todo su discurso en un método de lucro. Un claro ejemplo de lo que estoy diciendo es el imposible nexo entre el animalismo y la tauromaquia. Resulta obvio, ¿no?
Pues lo mismo sucede entre el feminismo y el capitalismo: son incompatibles.
Es hipócrita considerarse a uno mismo amante de los animales si después disfrutas del consumo de la carne o de espectáculos donde animales son productos. ¿Lo es, considerarse feminista, clamar por el empoderamiento de todas las mujeres, si llevas camisetas tejidas por compañeras esclavizadas en la otra punta del planeta, a cambio de un sueldo mísero?
Voy más allá, ¿es hipócrita apropiarse de lemas como “Las chicas pueden hacer lo que quieran” cuando aceptas la precariedad laboral detrás de cada mostrador al cual acudes a consumir productos aparentemente feministas?
El 90% de trabajadores en la industria textil de Bangladesh o Cambdoia son mujeres. El porcentaje oscila de entre 55% hacia arriba en demás países pobres. Nuestra ropa está cosida por mujeres esclavizadas. Y no, la cuestión no reside en culpabilizar al consumidor, las condiciones laborales del trabajador son únicamente responsabilidad del patrón, pero desde el sector feminista hacemos un llamamiento: Inditex u otras grandes marcas que se apropian de nuestra lucha explotan una imagen que vende, pues por fin la reivindicación femenina empezaba a dejar huella. Vacían el mensaje y lo dejan en estética: arrasa los valores que orgullosas divulgamos en nuestro alegato. El empoderamiento no se consigue en base a la explotación del oprimido, compañeras.
Así que nuestra propuesta es clara: boicot a los productos que se aprovechan de nuestra opresión. Feminista porque lo digo yo, no H&M. Dejemos de comprar la apariencia feminista y adoptemos su ideología. No sirve de nada llevar pulseras que pongan “Nos queremos vivas” si después colaboramos con la miseria de otras, o si no actuamos contra el patriarcado que hace esclavas a toda aquella no burguesa.
Quisiera hacer especial énfasis, también, en como la repercusión de este tipo de bienes ha dañado gravemente al colectivo. Hablando a nivel nacional, España está cómodamente implantada la cultura de la violación, el machismo llena nuestras calles. El ideario falócrata es mayoritario en nuestra sociedad, siendo así común ver un linchamiento constante al feminismo. Nos hostigan. Y la llegada de estas feministas carentes de mensaje ha abierto una brecha considerable entre el alienado y nosotras.
Para aquél desconocedor es más sencillo posicionarse a favor de aquella que promulga inspiradoras citas y no ve más allá, la parte subyacente del feminismo. Dejémoslo en que su labor es vana. El hombre no querrá ver en peligro sus privilegios, y la mujer alienada no entenderá el revoltijo innecesario del feminismo radical, sintiéndose más identificada con el feminismo capitalista, que de feminista sólo tiene el nombre, porque es todo lo que conoce: patriarcado y más patriarcado.
No hagamos de nuestra lucha una marca o una moda: es una realidad que nos hace a todas víctimas. No dejemos que el verdugo acalle nuestras bocas, no más. No permitamos que se extienda esta falsa idea de “ultrafeministas” voraces, que solo quieren derribar al hombre. Expliquémosles lo que somos y lo que no son. Sabotaje al feminismo mercantil.
Adiós camisetas,
hola ideas.
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