La perversión del término empoderamiento
“Asistimos a un proceso de despolitización del empoderamiento”, alerta la escritora y abogada Rafia Zakaria. Es coautora del informe ‘Emissaries of Empowerment’, donde describe cómo este término se ha convertido en una palabra de moda entre los profesionales del desarrollo en Occidente, eliminado su aspecto más relevante, el de la movilización política.
“Con solo 100 dólares puedes empoderar a una mujer en India. Esta módica cantidad, según el sitio web de la organización India Partners, le proporcionará a una mujer una máquina de coser de su propiedad, lo cual le permitirá dar el primer paso en su camino al empoderamiento. O puedes enviarle un pollo. La cría de aves, según Melinda Gates, empodera a las mujeres en países en vías de desarrollo al permitirles “manifestar su dignidad y tomar el control”. Si los pollos no son tu herramienta preferida de empoderamiento, Heifer International sí lo será, pues por 390 dólares le entregará una canasta empresarial a una mujer en África. La canasta incluye conejos, peces jóvenes y gusanos de seda”.
Así comienza Rafia Zakaria su artículo ‘El mito del empoderamiento de la mujer,’ publicado en The New York Times, donde hace una revisión de este término, desde su origen puramente político y transformador hasta su actual despolitización. Esta escritora, periodista y abogada ha participado en Vitoria- Gasteiz en el debate ‘Falso feminismo como arma colonial, los mitos liberadores y la perversión del término empoderamiento’, organizado por la Asamblea de Mujeres de Álava, con la colaboración de Pikara Magazine y Amalur Elkartea (Asociación de mujeres por la decolonización del pensamiento).
Rafia Zakaria, que nació y se crió en Karachi (Pakistán) en una familia musulmana-india muy conservadora, vive en la actualidad entre su país de origen y Estados Unidos. Es autora de The Upstairs Wife: An Intimate History of Pakistan (La esposa de arriba: una historia íntima de Pakistán), publicado en 2015 y dónde, a través de la historia del matrimonio polígamo de su tía Amina, hace un relato de las esperanzas y traiciones de Pakistsán; y Veil (Velo) en 2017, donde cuestiona que el velo sea juzgado siempre como señal de servilismo y lo reivindica como un objeto en constante transformación que puede desafiar las verdades absolutas del patriarcado.
Zakaria escribe también en The New York Times, The Guardian, Al Jazeera y Dawn, el periódico en inglés más grande de Pakistán. Es fundadora del Centro para la Defensa Legal de las Mujeres Musulmanas (Alianza Musulmana de Indiana, Estados Unidos) y fue codirectora de Amnistía Internacional Estados Unidos. Ahora va a empezar a colaborar como investigadora en la Universidad de Columbia en temas sobre violencia de género y colonialismo.
Zakaria había aterrizado pocas horas antes del debate directamente desde Estados Unidos y comenzaba su intervención asegurando que “es una privilegio participar de este tipo de encuentros, porque el encuentro, el debate y el intercambio de reflexiones son unas de las maneras para decolonizar el feminismo y enfrentar el mito del empoderamiento”.
Basó su ponencia en la investigación ‘Emissaries of Empowerment’ (Emisarias/os del empoderamiento), que realizó junto con Kate Cronin-Furman y Nimmi Gowrinathan, y donde recuerdan el origen político del término: “Esta palabra fue introducida en el campo del desarrollo por feministas del Sur Global (concretamente en Bolivia) como un enfoque para transformar la subordinación de género y romper además otras estructuras opresoras a través de la movilización política colectiva”. Fue reconocida por Naciones Unidas en 1995, pero hoy se “ha pervertido y diluido hasta la ambigüedad”; de hecho, las autoras critican que ahora “aparece en las declaraciones de todos los organismos, desde Save the Children hasta el Estado Islámico y se utiliza para referirse a todo, desde el acceso a la tecnología hasta equivalencia de género en la representación parlamentaria”.
Ha habido un proceso, como explicó Zakaria, mediante el cual un proyecto profundamente político se ha reducido en la práctica a su dimensión económica, en la que las mujeres destinatarias de estos proyectos de cooperación no forman parte activa de los mismos, no son consideradas como sujetos políticos, no se tienen en cuenta sus necesidades reales ni forman parte en la ejecución de las acciones de intervención, se las despoja de su identidad política y se las trata de alejar de su relación con el poder y el Estado.
La clave, siguiendo el análisis de la abogada, están en la referencialidad, priorizando el juicio de los sujetos interventores sobre las necesidades reales: todo se decide y se hace desde el punto de vista del “salvador blanco” quien ayuda a las “víctimas marrones”. Estos dos son conceptos que aparecen así reflejados en el informe citado, donde se analiza el papel de estas personas, a las que nombran como “profesionales del desarrollo en Occidente”, subrayando ejemplos concretos como India Partners, la Fundación Bill y Melinda Gates, Heifer Internacional o Save the Children.
Priorizar las narrativas occidentales blancas sobre cualquier otra tiene unas consecuencias prácticas muy graves, como explicó Zakaria en Vitoria-Gasteiz, que se traducen en intervenciones sin sentido que nada tienen que ver con lo que las mujeres receptoras necesitan y que dan lugar a situaciones esperpénticas. La escritora pakistaní enumeró algunos ejemplos que han recogido en su investigación, como ofrecer a las excombatientes tamil clases de costura, repostería o estética, cuando nunca han ejercido ni demandado ese tipo de trabajos. O también la idea de la última candidata a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Demócrata, Hillary Clinton, de ofrecer cámaras de vídeo a las mujeres congoleñas para grabar las agresiones sexuales que sufrían y así poder documentar los hechos. De esta mirada colonial Zakaria extraía la dinámica que se centra en “demonizar determinadas culturas”. Desde la óptica colonial “toda la cultura que no es occidental es bárbara para las mujeres y, por tanto, tienen que despojarse de ella”, poniendo el foco de la culpa y la responsabilidad en las propias mujeres, criminalizando sus prácticas bajo el juicio y la premisa de la superioridad colonial.
Siguiendo con este ejemplo concreto, Zakaria destacó que “la tendencia a utilizar relatos de primera mano de personas occidentales (generalmente blancas) descubriendo las atrocidades ha sido una característica habitual de los reportajes sobre violencia sexual en el Congo”. Y cita algún ejemplo concreto estadounidense, como cuando en 2010 y 2011, el escritor de opinión de The New York Times Nicholas Kristof ofreció su columna a una joven mujer blanca llamada Amy Ernst quien, bajo el título ‘Notes from a Young American in the Congo’ (Notas de un joven estadounidense en el Congo), detallaba sus experiencias desde que se mudó al este de la República Democrática del Congo para trabajar con víctimas de violación poco después de graduarse en la Universidad. O el de Lisa Shannon, otra mujer blanca, quien escribió unas memorias tituladas ‘A Thousand Sisters: My Journey into the Worst Place on Earth to be a Woman’ (Mi viaje al pero lugar de la tierra para ser mujer), en las que relata la decisión de abandonar la comodidad de su vida para cumplir su vocación de ayudar a las mujeres congoleñas.
Zakaria destacó que “en la mayoría de estos artículos el enfoque es el viaje personal de una intervencionista blanca, acompañado de detalles gráficos del sufrimiento de las mujeres congoleñas. Mientras que las mujeres blancas están descritas como las heroínas, ocupando el lugar central en la historia y son elegidas como sujetos que ven, las mujeres congoleñas están allí para ser vistas, se enmarcan como sujetos no políticos, sin voluntad, embrutecidas por grupos armados, abandonadas por sus maridos, rechazadas por sus comunidades”.
A través de más ejemplos como estos, que explicó en la charla y que aparecen reflejados también en el informe ‘Emissaries of Empowerment’, Zakaria aseguró que “las intervenciones feministas blancas modernas tienen implícito el rescate de mujeres no occidentales de sus propias sociedades, culturas y contextos, favoreciendo el abandono de narrativas complejas en favor de historias simples de victimismo abyecto”. Las autoras del informe consideran que estas dinámicas están “orientadas a captar la atención del público occidental, generando un circuito de retroalimentación entre donantes y cobertura de acciones”, mientras que lo que se pierde en el proceso “es la política”. Por eso, escriben que, las mujeres beneficiarias no son consideradas como sujetos políticos y quedan en posiciones de marginación profunda, aisladas de las herramientas del poder y supeditando su identidad a las circunstancias de su victimización; por ello, “estas intervenciones no solo no están atacando a la estructura del patriarcado, sino que la están perpetuando”.
Todo esto remite a ese paralelismo histórico que sigue vigente hoy: igual que en la época colonial, desde Occidente se exporta una idea de lo que es la feminidad y sobre ella se considera y desarrolla el empoderamiento de la mujer. Eso sí, se aplican diferentes criterios en diferentes épocas. En este punto Zakaria tomó como ejemplo uno de los controles más cotidianos, la vestimenta de las mujeres: “Actualmente hay esa idea de que si vistes más cubierta eres más inculta, y cuanta menos ropa lleves se te considera más avanzada y abierta, cuando en la época victoriana era al revés, las profesoras británicas enseñaban a las mujeres en la India a cubrirse más, porque sus saris eran considerados inadecuados”. En esta línea Zakaria criticó la demagogia que se hace del uso del velo por las mujeres musulmanas, reivindicando que en algunos casos “el burka permite a las mujeres habitar espacios públicos dominados por los hombres”.
El artículo empezaba con las primeras palabras de Rafia Zakaria en ‘El mito del empoderamiento de la mujer’ y termina recogiendo literalmente el último de sus párrafos: “El concepto de empoderamiento de la mujer necesita un rescate inmediato y urgente de las garras de quienes buscan ser los salvadores de la industria para el desarrollo. En el núcleo del empoderamiento de la mujer yace la exigencia de una hermandad global sólida, en la que ninguna mujer sea relegada a la pasividad y al silencio, ni a que sus opciones se limiten a tener una máquina de coser o un pollo”.