“Me violaron y seguí sonriendo”
No hay dos historias de violación iguales. Ania Yoel necesitó años de terapia y de feminismo para sanar heridas que aún no han cicatrizado. Para Ana VR lo más complicado fue la incomprensión de su entorno al ver que una violación múltiple no la dejaba marcada para siempre. Pero coinciden en aprendizajes clave, como el valor del apoyo entre mujeres para sobrevivir a las violencias machistas.
*AVISO. Estos testimonios contienen material sensible por hacer alusión a violencias sexuales. Surgen como reacción a valoraciones durante el juicio y en la sentencia a los violadores conocidos como “la manada”, que supusieron una revictimización para las sobrevivientes de violencia sexual, pero al mismo tiempo muchas sintieron la necesidad de contar su historia en contraposición con las narrativas que culpabilizan a las mujeres por no haber denunciado, por haber pasado página o por no actuar como se espera de una víctima. Los publicamos el mismo día en el que se difunde una carta escrita por la sobreviviente, emplazando a denunciar y contar las violencias. Te recordamos que tenemos un Foro en Pikara que puede ser un punto de encuentro para apoyarnos entre nosotras, darnos herramientas, etc. Un abrazo en estos días tan duros que nos están removiendo tantas cosas. #YoSíTeCreo.
A mí me violaron cuando estaba de viaje. Seguí sonriendo, seguí viviendo mi sexualidad, seguí con mi vida. Tuve rabia y vi claro que había que hacer cambios profundos.
Si nos tocan a una nos tocan a todas. Y fue así. Me tocaron a mí y tocaron a todas las personas con las que compartí la experiencia. Comprendí que eso le pasaba cada día a millones de mujeres, y no entendía cómo lo seguíamos consintiendo (como sociedad en conjunto).
Vi con meridiana claridad que cada comentario machista, cada gesto, cada minusvaloración que se hacía de las mujeres, era un granito de arena que se ponía para que se consintiera que las mujeres fueran violadas, matadas, sometidas, abusadas. Ya lo sabía antes, ahora era una experiencia encarnada.
Ahora, tras la sentencia del juicio de “la manada”, han vuelto a tocar a muchas personas. Se ha puesto de nuevo sobre la mesa que nuestros cuerpos, nuestras decisiones y nuestras experiencias como mujeres tienen menos valor. Para mí no se trata de un acto de venganza, no pongo el foco en la condena. Lo que me impacta es que tras describir una agresión como la que sufrió nuestra hermana, todavía sigan negándola, “ella quería”.
A mí también me violaron varios hombres, uno tras otro, hubo una interrupción y la fila se paró. Sólo les dio tiempo a dos o tres, ya ni recuerdo. Yo grité al principio, después vi que nada tenía que hacer. Simplemente me quedé allí, me salí de mi cuerpo y observé la escena. ¿Abuso?
Paré mi viaje y volví a casa de mi familia porque vi que el impacto a mis seres queridos fue mayor que el impacto que yo sufrí. Después seguí con mi viaje.
Para mí fue más complicado sostener las reacciones de las personas y explicar que estaba bien, que comprender lo que me había pasado. Fue complicado explicar que no me sentía mal, aunque la acogida fue “pobrecita lo que le ha pasado”. No me sentí mal con mi cuerpo, ni con mi sexualidad. La sensación era más de pena por el mundo que habíamos creado.
Un año más tarde fui a Inglaterra por dos meses. En mis clases de inglés coincidí con una chica francesa. Teníamos la misma edad, unos 26 años. Hablando compartí mi experiencia de violación y ella me contó la suya. Le había pasado lo mismo. No se sentía mal, no se sentía sucia, y nadie podía entenderlo.
Ambas fuimos violadas en países empobrecidos de África y Latinoamérica. Eso fue otra de las cosas que compartimos. En muchas ocasiones no queríamos contar la experiencia, no por vergüenza, sino porque esto reforzaba la idea de “claro, en esos países es normal”. Teníamos claro que en nuestros “países civilizados” era lo mismo.
Este compartir nos puso contentas. Hablábamos tranquilas de lo que nos pasó, de cómo lo vivimos, y seguimos. Seguimos con nuestras cervezas y nuestras risas.
En mi experiencia de violación pude vivir varias cosas:
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Mis privilegios como mujer blanca clase media. Tenía los recursos, el apoyo y las redes para pagar el tratamiento anti VIH (que tomé durante un mes). Para pagar revisión médica, anticonceptivos, transporte, alojamiento. Lugares para descansar. Por ser europea me trataron con más privilegios que al resto de las personas. Muestra de ello fue la noticia en la prensa de mujer española violada, cuando cada día violaban ahí a mujeres rurales y nadie hacía nada.
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El impacto que supone afirmar que estás bien y que no sueñas con tus agresores cuando pasado algo así. Parece que si estás bien es que no te ha pasado algo tan grave. Sospecha.
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El dolor que produce en las personas escuchar que te han violado. El impacto que especialmente les produce a los hombres.
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La rabia de que no se tomen medidas más contundentes ante la cultura machista en la que vivimos, viendo las consecuencias que ésta tiene para las personas, especialmente para las mujeres.
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La falta de responsabilidad como sociedad ante las desigualdades: “son las otras personas, yo no”.
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Más mujeres de las que podemos imaginar han sufrido abusos, violaciones, agresiones sexuales o violencias motivadas por esos pensamientos machistas que tenemos inoculados.
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No me he sentido en ningún momento víctima, concebida como sujeta pasiva, indefensa. Sino como una persona cuyo cuerpo ha sido usado como consecuencia de una sociedad que dice todo el tiempo que los cuerpos de mujeres están a disposición de otros.
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Escuchar que a una amiga, hermana, hija, conocida, madre, abuela, sobrina… la han violado es tan doloroso porque implica que hay que cuestionarse muchas cosas que forman parte de nuestra cotidianidad.
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¿Justicia para las mujeres? A pesar de dejar mis poderes a una abogada feminista para que llevara el caso, nunca más se supo nada. Pasé a formar parte de la lista de mujeres violadas. Los que me violaron también siguieron sus vidas, y supongo que siguieron violando.
Siento que nuestras experiencias de vida nos enriquecen, aunque sean duras. Yo ahora, desde la distancia, pienso y siento que mis sórores, todas aquellas que me han acompañado y me acompañan por el camino, la madre que me parió, las mujeres que me precedieron, me han dado suficiente fuerza para posicionarme ante el mundo diciendo:
“¡Hasta aquí podíamos llegar! Puede que todavía tengáis el poder de violarme, pero no tenéis el poder de decidir cómo me siento, el poder sobre mi vida, ese lo tengo yo. Yo decido seguir riendo, cantando, disfrutando. Mi revolución es vivir, a pesar de lo jodido que lo pueda tener. Mi revolución es unirme a mis sores y plantar cara a todos lo que nos sigan jodiendo. Mi revolución es quererme y querer a las personas. Seguiré caminando”.
Lee también:
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- Un testimonio anterior publicado en Participa: La violación no terminará conmigo
- Han escrito artículos muy valiosos en torno al conocido como ‘juicio a la manada’ la formadora de autodefensa feminista Maitena Monroy, nuestra coach Beatriz Villanueva, la abogada Laia Serra y la sexóloga Mónica Ortiz Ríos.