“Quise que el lector escuchara la voz potente y furiosa de Big Mama Thornton”
Furia, hambre, blues y vudú literario. Con la novela 'Una chica sin suerte', Noemí Sabugal nos descubre a Big Mama Thornton en una mágica “transfusión de sangre” entre autora y protagonista.
Fue tan trepidante mi lectura de Una chica sin suerte (Ediciones del Viento) que tardé mucho -de hecho ya lo había leído- en darme cuenta de que se trataba de una biografía novelada. Definiría la literatura de la periodista y escritora Noemí Sabugal, si se me permiten tan rutilantes comparaciones, como un travelling de la Capilla Sixtina después un ayuno de 24 horas o bien como escuchar The Piper at the Gates of Dawn de Pink Floyd vagando de lo lindo (con traje de astronauta incluido) por el espacio interestelar viendo como uno se aleja del planeta tierra. Puestos a flipar… permítanme adjetivos como “sempiterno”, “sublime” o sencillamente “fetén” para hablar de esta atrevida.
Parezco haber invertido dinero en la publicación de este libro pero no, se equivocan rotundamente. Lo único que he invertido en la última creación literaria de Sabugal es esa sensación de haber topado de bruces con algo maravilloso y no saber como contenerlo. Me paso con Viaje al final de la noche, Bodas de sangre, De ratones y hombres, Tortilla Flat, Bajo las ruedas, El lugar de los caminos perdidos y otros libros geniales, pero la gran diferencia entre todos ellos y esta magnifica locura literaria sobre Willie Mae ‘Big Mama’ Thornton, es que he tenido el placer y la gran oportunidad de entrevistar a su autora.
El humanismo con el que trata la autora a los personajes, lejos de la probeta de los académicos, fue de lo primero que me cautivo de Una chica sin suerte. La grandeza de la herramienta literaria que tan bien hila esta historia es el trazo con el que dibuja en dignas palabras -que no consideradas– el concepto clave de la historia de sus protagonistas: la pobreza, y todos sus enseres heredados por la injusticia social como pudieran ser el analfabetismo, la incomprensión, la tristeza de clase y una inevitable infancia en una casa con goteras. Pero la música es la magia, y a la vez el personaje escondido de Una chica sin suerte. Su lenguaje es tan poético que uno pierde la noción del país donde se encuentra el grupo de músicos durante la gira y a la vez no sabe a ciencia cierta si el libro que está leyendo está escrito en tercera o primera persona. Porque Sabugal lo escribe como cronista pero también nos enzarza en sus sentimientos afilados y sus revestidas pero a la vez sobrias descripciones. Nos engaña utilizando ese hermoso sendero de palabras que cuentan historias escondidas en las perfectas descripciones de quienes saben mirar en las miradas de lo demás y escribirlas. Cual alquimista que goza de esa maravillosa cualidad de hacernos leer lo fácil y a la vez ignoto que puede ser meterse en la piel negra de una mujer gorda que fue artista, pobre, analfabeta y genial. Y además contarnos su historia.
— No puedo empezar esta entrevista sin desenfundar una pregunta doble. ¿Por qué Willie Mae ‘Big Mama’ Thornton y por qué decidiste escribir una historia tan descarnada y bonita a la vez, alternando la primera y la tercera persona?
—Llegué a Big Mama Thornton casi de casualidad. Estaba escribiendo una novela en la que había creado un grupo de blues que solo cantaba canciones interpretadas por mujeres y, en la búsqueda de nombres que citar, me encontré el vídeo que Big Mama Thornton y los músicos que fueron con ella al American Folk Blues Festival grabaron en 1965 en Baden-Baden. Su talento y su chulería me dejaron impresionada. Empecé a leer más sobre ella, a escuchar su música y, antes de que me diera cuenta, ya estaba metida en la escritura de la novela. La obra alterna el narrador omnisciente, que puede dar una visión más completa sobre todos los personajes, y la primera persona; y decidí hacerlo así porque, realmente, oía la voz de Big Mama Thornton, una voz potente y llena de furia, y también quería que el lector la escuchara. En algún caso, incluso, hay frases dichas por ella en entrevistas y esas palabras nos llegan directamente, sin intermediarios, décadas después de su muerte.
— Por momentos novela, por momentos ensayo y el espíritu latente de un libro de viajes. Es curiosa la forma de contar la historia en Una chica sin suerte, pero la resolución de este libro es como una oda: a la pobreza, la frustración, incluso a la belleza de lo oriundo y puro, frente a todo lo demás que parece estar ahí casi sin esfuerzo. Una mujer negra, gorda, artista e incluso casi analfabeta pero que tiene un don que le permite, junto al resto de su troupe de músicos, viajar por Europa cuando en su tierra eran ciudadanos de segunda. Entonces, ¿cuál es el poder de la música para Noemí Sabugal?
La música, como lenguaje, es pura emoción y supongo que por eso nos gusta tanto. Además, para estos músicos de blues nacidos en familias pobres, era una forma de escapar de los trabajos que les esperaban: el campo o la fábrica. Ni Big Mama Thornton ni los músicos que la acompañaron—John Lee Hooker, Walter ‘Shakey’ Horton, Buddy Guy, JB Lenoir y los demás— hubieran podido viajar a Europa si no hubiera sido por la música. Tener talento era la forma de esquivar el destino que les aguardaba a los negros pobres: un trabajo mal pagado y sin ningún estímulo. Prácticamente todos los músicos de blues de esta época eran autodidactas y todos tuvieron que remangarse para sobrevivir: Willie Mae trabajó limpiando escupideras, en un camión de la basura y limpiando zapatos; John Lee Hooker, en una fábrica de coches; Walter ‘Shakey’ Horton curró de pintor, cocinero, taxista y hasta de enterrador, y así el resto. En la música tuvieron también una suerte irregular, con altos y bajos, pero era su pasión y no la abandonaron nunca.
— La voz, el testimonio, los pensamientos mudos de Big Mama Thornton, pero dejados por escritos en Una chica sin suerte… es como poder mirar por la mirilla que conduce hasta el alma de una persona. Ese estadio en el que podemos encontrar al personaje principal de tu libro es fascinante. Nada más leerlo uno piensa si fue el principio de todo. ¿Cómo conseguiste hacer entrar al lector en ese “sudor” fatídico, pero tan humano de Big Mama, cuando se encuentra sola en la habitación entregada a su bourbon con leche?
— Para mí era esencial mostrar al personaje en la intimidad y ésta, dentro de una gira, se da en las habitaciones de los hoteles. Los capítulos en los que aparece la voz de Willie Mae, la primera persona, se corresponden con esos momentos de soledad. Son en los que ella expresa sus miedos y sus frustraciones y la vemos tan vulnerable como somos todos tras la puerta cerrada. Quería transmitir esa fragilidad.
— El hambre late en cada rincón de Una chica sin suerte. Todo lo que ocurre y se da en tu libro es desde ese otero, incluso el hambre parece un personaje más, y también un elemento principal para describir cualquier situación o ciudad europea visitada por los componentes de la American Folk Blues Festival. Cuéntanos a quienes hemos disfrutado con su lectura o quienes quieran entregarse a ella cómo te prestas a contar la historia desde un prisma tan real y cómo fluye ese testimonio tan certero en tu forma de escribir. ¿Tenías la intención de hacer un retrato social, humano?
— El blues nace del hambre. No solo de un hambre física, sino también mental, porque el blues nace de la esclavitud, de la necesidad de supervivencia de aquellos para los que todos los días son iguales hasta el último y no tienen ninguna esperanza. Para no morirse de tristeza, de blues, hay que cantar, hay que sacar todo eso fuera y compartirlo con los otros. Así que el hambre es clave en la historia. Detrás de estos músicos hay familias esclavas y, en esos momentos, hay familias pobres, así que escapar del hambre sigue siendo una prioridad. A partir de eso, el retrato humano y social se escribe solo. Son sus experiencias, los trabajos para sobrevivir, sus deseos de triunfo y todas las humillaciones y portazos recibidos.
— Los contrastes en este libro son alucinantes. Un lenguaje duro pero sincero nos sirve como desfiladero para adentrarnos por verdaderos pasajes de alta literatura. Por ejemplo, estando de gira en Iserlohn nos damos de bruces con una maravillosa descripción de las calles de la California de aquellos tiempos. Pero el contraste más crudo es tal vez saber -en la piel de los músicos- que ese momento en el cual se desarrolla la historia del tour europeo es un lugar efímero al que saben que nunca volverán. ¿Te has sentido alguna vez como Willie Mae como para saber describir tan bien esa sensación? ¿O bien has acudido a tus propias vivencias para conseguir transmitir esa sensación de la protagonista o los músicos, de sentir como si su alma estuviese resguardada e imperceptible bajo una piel diferente?
— Creo que todos tenemos los mismos sentimientos: la derrota, la frustración o la satisfacción por algo conseguido, los deseos que se cumplen y los que no, la sensación de estar perdidos. Así que claro que me he sentido como Willie Mae en muchos momentos, y el lector seguro que también, aunque no hayamos tenido una vida tan dura como ella. Por eso durante toda la escritura se producía una especie de transfusión de sangre entre ella y yo: sentía por ella y ella por mí. Le he pasado experiencias mías y me he sumergido en las suyas, tratando de llegar a quién era a través de los testimonios de quienes la conocieron, de su música, de sus entrevistas.
— El libro no hace referencia explícita al lesbianismo de Willie Mae, algo que se da por hecho en muchos textos sobre ella…
— Cierto, hay posibilidades de que lo fuera, pero lo que dice Michael Spörke, que es el que más ha investigado sobre ella, es que no tiene ningún dato para asegurar que esto sea así. Por desgracia, Willie Mae estuvo tan sola que no se le conocen parejas, ni masculinas ni femeninas. Estuvo muy a la intemperie en lo sentimental. El lesbianismo siempre es sugerido por su gusto por las prendas masculinas al vestir (botas de cowboy, sombreros, pantalones, camisas). Se sabe que de muy jovencita tuvo un hijo, lo que no quiere decir nada, claro. Con 14 años ya estaba en la carretera; las autoridades le quitaron ese hijo y fue dado en adopción. Casi nunca hablaba de ello, pero aparece en la novela. La posibilidad de que fuera lesbiana es muy factible y eso se apunta en Una chica sin suerte en frases como la de “a esas chicas blancas las miraba con rabia y deseo desde el escenario”.
— Cuéntanos alguna anécdota que te ha ocurrido desde la publicación del libro, alguna historia que tenga esa alma que guarda Una chica sin suerte en sus páginas.
— En una presentación del libro conté que una escena que narra uno de los músicos como ocurrida en su familia me la había contado mi abuelo José. La metí en el libro porque los seres humanos nos parecemos y, en este caso, la forma de vivir en un entorno rural es semejante aquí y en Alabama. Mi abuelo y su familia vivían en la cuenca minera asturiana, en un lugar bastante aislado, y a uno de sus hermanos le picó una víbora en la pierna. Entonces mi bisabuela cogió a un pollo del corral, le rajó el cuello y lo ató, medio vivo, a la pierna del hermano de mi abuelo, juntando la herida del pollo y la del niño. Mi abuelo me contaba que el pollo estuvo ahí, piando, piando, varios días, que no fueron capaces de dormir hasta que por fin se murió. «Y cuando lo desató tu bisabuela, estaba negro por dentro, como si lo hubieran quemado», decía mi abuelo. Así le salvó la vida a su hermano. Después de la presentación, una mujer se me acercó y me dijo que esa escena del libro le había impactado, pero que jamás se hubiera imaginado que podía haber ocurrido aquí. «Yo pensé que era algo vudú», me dijo.
Si te has quedado con ganas de más Big Mama, lee el artículo que le dedicó Carlos Bouza.