Floricultoras: la tierra y la vida

Floricultoras: la tierra y la vida

¿Cuántas veces os habéis preguntado al pasar por una floristería de dónde salen esas flores? ¿Cuántas veces habéis pensado en cómo crece una rosa o una margarita cuando alguien os regala un ramo en un día especial? Os voy a contar una historia para que penséis en las mujeres que hay detrás de esas flores que tanto os gustan.

10/09/2018

María Isabel González Hernández

Una floricultora recoge flores en un invernadero de Murcia./ María Isabel González Hernández

Una floricultora recoge flores en un invernadero de Murcia./ María Isabel González Hernández

Solemos olvidar de dónde parte la vida, de dónde parte todo. El punto de partida siempre está en la tierra y cuando olvidamos eso, también olvidamos a quiénes la trabajan.

¿Cuántas veces os habéis preguntado al pasar por una floristería de dónde salen esas flores? ¿Cuántas veces habéis pensado en cómo crece una rosa o una margarita cuando alguien os regala un ramo en un día especial? Probablemente nunca. Probablemente muy pocas veces habéis visto más allá de las flores de un cementerio o de un jarrón en un restaurante. No hay tiempo, no es tan importante.

Os voy a contar una historia para que podáis pensar en las personas detrás de esas flores que tanto os gustan, para que podáis entender que ahí, en el tan olvidado sector primario, también hay desigualdad de género.

Un día cualquiera, en algún lugar del sureste de España, una mujer se levantó y siguió su rutina de cada día. Hizo las tareas del hogar, llevó a sus hijos al colegio y se fue a trabajar. Ella era floricultura, se dedicaba a cultivar flores en invernaderos para después poder venderlas y que llegaran a las floristerías y se pudieran hacer bonitos ramos con ellas. Ramos que se convertirían en el regalo ideal de unos enamorados, de un cumpleaños o de una nueva mamá. Ese día sucedió algo diferente, mientras trabajaba, alguien llegó a pedir trabajo y cuando la mujer se acercó para atender al interesado, él le preguntó que dónde estaba el jefe. Ella, sorprendida, respondió que ella era la jefa y al ver la cara de sorpresa del chico tomó una importante decisión; a partir de ese momento no permitiría que nadie la menospreciara por ser mujer y se uniría a sus compañeras de oficio para reivindicar los mismos derechos que sus compañeros y mayor visibilidad de su labor. Aún continúan su lucha, pero juntas saben que podrán.

Quiero profundizar más en el tema y la moraleja de esta historia. Provengo de un pueblo muy pequeño en el noroeste de la Región de Murcia, un pueblo en el que la base de la economía es el cultivo de flores en invernadero. La producción y la comercialización de la flor cortada dan de comer a la mayoría de los quinientos habitantes de Canara. Cada día, las floricultoras y floricultores madrugan para empezar una jornada rodeada de flores e impregnada de sus aromas. Un trabajo duro y constante, pero satisfactorio para la mayoría. Al finalizar el día, algunas familias llevan sus productos, ya preparados, a una cooperativa y otras funcionan por su cuenta. El día siguiente siempre viene lleno de trabajo y de flores que con sus pétalos abiertos gritan que están listas para su destino final: el mercado.

Pero, si nos fijamos un poco en todo esto, podemos ver un problema que azota a la mayoría de los sectores, las empresas y ámbitos del mundo laboral y personal. Ese problema es la desigualdad de género. La agricultura es todavía un mundo de hombres, donde la figura de la mujer sigue estando a la sombra, tanto en las producciones como en las empresas y, sobre todo, en las instituciones encargadas de gestionar el sector. Muy pocas veces vemos en los grandes medios espacios dedicados a informar sobre agricultura o floricultura, pero cuando los hay, ¿cuántas mujeres especialistas y trabajadoras son las protagonistas? La gran mayoría de las veces es la figura masculina la escogida para representar al sector.

A día de hoy, son los hombres los que lideran las grandes producciones o fincas y todavía resulta raro ver a una mujer a la cabeza de una gran cuadrilla. Sorprende que ellas sean las “jefas”. Para erradicar esta mentalidad es imprescindible que los cambios se produzcan arriba también, en las instituciones y órganos encargados de representar a las personas que se dedican a la agricultura. Las mujeres deben llegar a los puestos de poder para impulsar iniciativas que apuesten por la igualdad y la visibilidad de la figura femenina en el campo, que traten de eliminar estigmas y beneficien la conciliación, ya que, recuerdo, es un trabajo tan duro y sacrificado, como olvidado en el día a día de la sociedad.

Y, lo más importante, tenemos que escucharlas a ellas, a las que trabajan diariamente. Esta es la única forma de hacer políticas reales por la igualdad de derechos, por las iniciativas emprendedoras y de concienciación, que se parta de las mujeres para construir la sociedad rural del futuro, que ellas sean las constructoras de un mundo agrario sostenible, más humano, más visibilizado en la sociedad y, especialmente, más igualitario.

Siempre he visto el mismo esfuerzo entre los hombres y las mujeres de mi familia, de mis vecinos y de mi entorno para sacar adelante sus cultivos y a sus familias, pero nunca he visto la misma visibilidad. Por esta razón quiero reivindicar el reconocimiento del trabajo de la mujer en el campo, de la mujer agricultora y floricultora. No podemos dejar de lado que dentro de nuestra sociedad hay mujeres que están doblemente invisibilizadas y estigmatizadas: por pertenecer a un sector cada vez más olvidado y por ser mujer en un entorno que tradicionalmente ha estado ocupado por hombres.

Este artículo es por ellas. Por todas las mujeres de mi familia que son mi ejemplo. Por todas las heroínas que cada mañana se levantan para trabajar la tierra y sacar adelante sus cultivos. Por las que aún están en la sombra en un sector cada vez más apartado de los medios. Por vuestro gran y precioso trabajo y para que vuestra voz suene un poquito más fuerte. ¡Gracias a todas vosotras por enseñarme el camino!

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