Relato de aborto en Chile
Julia Máñez Crespo
CSP-Conlutas
Luta pela Leglização do Aborto na Argentina
Hace ya dos años y, ya hace mucho que hubiese querido escribir lo que ahora me dispongo a hacer, pero supongo que yo misma no estaba preparada para plasmar tanto vivido. Es complicado cómo las mujeres […]
Julia Máñez Crespo
Hace ya dos años y, ya hace mucho que hubiese querido escribir lo que ahora me dispongo a hacer, pero supongo que yo misma no estaba preparada para plasmar tanto vivido. Es complicado cómo las mujeres vamos cargando y cargando la mochila de las complicaciones y seguimos para adelante. Pero a raíz de lo que ha pasado en Argentina y lo que me movió por dentro, me he decidido a escribir. No pienso que lo que yo he vivido sea diferente a lo de otras muchas mujeres, incluso tuve suerte, yo sobreviví, pero sí pienso que mi vivencia personal lleva en si muchas cargas sutiles del patriarcado.
Yo soy una mujer catalana que emigré a la Patagonia chilena en 2014 a hacer mi doctorado. Mujer asamblearia desde los 15, feminista, ecologista e independentista, con lo que yo pensaba mucha fortaleza interna y garras para luchar con toda persona que me quisiera entorpecer el andar. Pero no fue tan así.
Una de las cosas que conocí en América Latina fue el concepto «te amo». Quisiera dejar constancia que en el estado español, una pareja, cuando llega al momento de declararse el amor y sellarlo, lo suelen hacer con un «te quiero», pero en estas contradas latinoamericanas se usa ese concepto, para much@s de nosotr@s nunca utilizado. Pues bien, yo empecé una relación nada heterodoxa con un hombre que al muy poco tiempo utilizó ese «te amo», que para mí supuso un nivel de estima que nunca antes había escuchado. Eso duró un mes, y poco a poco por cada vez que usaba esas palabras, me empezó a anular como persona. Primero con críticas sutiles hacia mi entorno más directo (un entorno suficientemente pequeño para el poco tiempo que llevaba en ese lugar), poco después vinieron los insultos y los puñetazos mientras me arrinconaba contra la pared. Y pasa aquello que tanto hemos leído y tal vez vivido, que de tantas veces que te llaman puta, lo sientes y, como ya previamente se han encargado de separarte de tu entorno social… Tampoco tienes a nadie para que te de la señal de alerta de que aquello no va bien.
Y entonces, un 11 de enero, mientras estaba en una estancia de estudios fuera de la ciudad, me hice un test de embarazo y dio positivo. ¡Y DIO POSITIVO! Y yo me dije «Julia, pero si tu siempre has usado preservativo, de toda la vida», pero aterricé a la realidad y me di cuenta de que, con esta persona había tomado hasta cinco veces la pastilla del día después, porque claro, el preservativo le molestaba… Y le llamé, y lo primero que me dijo fue, «conseguiré la pastilla abortiva. Bueno, tu que piensas». Hay sutilezas de lo que pasó aquellos días que ahora veo muy claras y en aquel momento no las vi. Él me impuso la decisión y, después, me permitió decidir, pero ya estaba supeditada. Tras hablar con él, llamé a mi ginecólogo, le expliqué la situación llorando y su respuesta fue «Este no es su país, pero venga a verme el lunes y le haré una revisión. Si quiere tomar otra alternativa deberá viajar a su país».
Era sábado. El lunes fui a la consulta y, sorpresa, la misma persona no hablaba como la persona con la que hablé por teléfono. Aquí ya empecé a sentir que en este país chileno, el aborto era un tema no sólo tabú sino que también controlado. Yo fui sola, el engendrador, evidentemente buscó una de las muchas excusas que usó durante todo el proceso para que no lo unieran conmigo. En esa consulta me hizo una eco, durante la cual, por desgracia vi al embrión. Tras ella, yo llorando, me dijo que si no quería ese embarazo la única manera era solucionarlo era consiguiendo misoprostrol en el mercado negro. Él no me podía ayudar, ese sí, si decidía abortar, debía esperar dos semanas para que el aborto se realizase correctamente. Segundo hombre diciéndome el qué, pero relegando toda la responsabilidad a mi.
Así que llegué a casa y le expliqué al engendrador lo que había. Evidentemente su respuesta fue, «yo consigo las pastillas», nuevamente anteponiendo una decisión suya como la de ambos. Y yo, en shock, anulada como mujer y con muchos deadlines encima, acepté, acaté y conseguí el dinero. Pero estuve dos semanas embarazada de manera consciente. Dejé de fumar, de beber…y me decía, «protege a este feto para que llegue bien al aborto», ¿absurdo? Tal vez sí, pero real.
En esas dos semanas empecé a buscar información de lo que suponía abortar en Chile. En Chile abortar supone, por una parte, comprar un medicamento en el mercado negro a una persona, normalmente un hombre, que te vende un kit de pastillas abortivas, que evidentemente no conoces, a un precio muy alto. Pues resulta que muchos de estos camellos venden medias dosis para hacer más negocio, resultado de lo cual supone un aborto no fructífero y un feto dañado con graves problemas en el normal desarrollo y, a veces también en la gestante. A parte, mucha de la información que leía decía, que uno de los posibles efectos adversos era un desangramiento grave y que, si detectaban la ingesta de la pastilla en sangre, tras la recuperación hospitalaria, te podían detener. Y yo, aunque parezca absurdo (yo ahora lo pienso), en ese momento pensaba en la posibilidad de perder la beca doctoral que tanto me había costado conseguir. Paralelamente, hace falta saber que, como en Chile está prohibido abortar no tuve más que una persona a quién explicarle mi situación en el país. Así que a pesar de que contrasté la información y supe que no era tan normal desangrarse, detectar la pastilla en sangre o que te engañasen con las pastillas, la duda existía, y era un momento de tal vulnerabilidad que el miedo era mucho.
Y llegó el día. El engendrador me llevó a la cama la primera pastilla. Yo pensaba que era un calmante, porque en el kit que había leído aconsejaban tomarlos antes de empezar para reducir el dolor, pero no. Y cuando lo supe empecé a llorar, yo «había decidido» abortar, pero necesitaba ser muy consciente de la primera pastilla. Cuando el engendrador me dijo que ya había tomado la primera, empecé a llorar y a despedirme aceleradamente de ese feto (aquí quiero dejar claro que yo no creo en ningún Dios ni en la capacidad de sentir de los embriones hasta ciertas semanas, pero necesitaba despedirme). Y él, empezó a chillarme, a menospreciarme, a llamarme infantil… Y callé, y no volví a hablar en todo el proceso.
Si todo empezó a media tarde, era medianoche cuando él dormía y yo moría de dolor, sola, en el baño. Jamás he notado un dolor más grande como ese. Como si te pasasen un rastrillo por el útero. Vomitando, cagando y sangrando, todo a la vez. Pero en silencio. El engendrador durmiendo, recuerdo sus ronquidos a lo lejos, mientras yo estaba en el baño. A la tres de la madrugada perdí la consciencia y me desperté pasadas la cuatro, en un baño de sangre y vómito, encajonado en el pequeño hueco entre la puerta del baño y el váter. Me desperté, estaba muy mareada, boca seca, el dolor había disminuido. Cuando me sentí capaz, gateando me desplacé hasta la cocina en silencio para buscar un trapo y un cubo para limpiar todo el desastre. No me asustaba el charco de sangre, mi salud, me preocupaban sus chillidos si despertaba y me encontraba ahí en el suelo con todo sucio. Y limpié, bebí agua, me cambié y me acosté. Al día siguiente me levanté y ya fue. No se habló más del tema. Lo que fue ya no era. Y yo, sólo recordaba ese fue, cuando iba al baño y veía la compresa manchada de sangre, durante un mes, pero en silencio.
Si he explicado todo lo anterior no es para dar pena, es para dejar claro que prohibir el aborto es para mi una de las marcas más características de este patriarcado que nos quiere sumisas, nos quiere muertas. Yo tuve la «suerte» de sobrevivir, pero son muchas las que en una situación de desesperación como esta, compran medicamentos no útiles, que no sólo no les permiten abortar, sino que las harán madres de criaturas con graves problemas de salud. Otras mueren en el camino. Y la mayoría, la mayoría de mujeres que reflexionan si quieren o no ser madres en un momento dado, y lo rechazan, pero tienen la criatura, acaban siendo personas desgraciadas con ellas mismas y para con sus criaturas.
Quiero compartir mi caso para exponer diferentes atributos característicos de la carga patriarcal en mi persona:
-En primer lugar, yo podría haber viajado al Estado español a abortar, si no lo hice fue porque me avergonzaba profundamente lo que suponía que una persona con «estudios» como yo, hubiera de abortar (y lo digo como crítica reflexiva absoluta hacia mi misma)
-En segundo lugar, porque he crecido sabiendo que soy mujer, y las mujeres somos fuertes y lo aguantamos todo, con la cabeza baja, pero siempre avanzando.
-En tercer lugar, las pastillas que tomé, las compró el engendrador en el mercado negro a otro hombre, ambos sin saber lo que supone tomarlas o gestar.
-En cuarto lugar, la mentira. Al estar abortando en un país donde esta práctica es ilegal, tuve muy pocos recursos para poder pre-llevar y sobrellevar todo lo pasado.
-En quinto lugar, pude abortar porque soy persona de clase media hija de progenitores de clase media alta, económicamente es muy caro.
No escribo mi historia pensando que ella es única, probablemente comparada con la de muchas, es incluso una historia con final feliz, pero no soporto la idea de pensar que otra mujer pueda pasar por lo mismo, única y exclusivamente por querer decidir qué hacer con su cuerpo y con su vida. Quienes deciden obligarnos a engendrar son engendros del capital que lo único que quieren es mantenernos alejadas de nuestra autonomía, de nuestra capacidad de decidir sobre nuestros cuerpos y, al final, sobre nuestras vidas, pero también sobre las de aquellas a las cuales no queremos traer a la vida. Porque es ser madre responsable ser una madre que decide no ser madre y abortar, ser una persona que por mil y un motivos, o sólo por uno, decide que no está dispuesta a compartir su vida con nadie más. Y no por ello debería haber de dar explicaciones a otra persona. Y mucho menos al colectivo eclesiástico.
Siento una profunda pena por las mujeres argentinas que, tras mucha lucha han visto como en una votación preferentemente dominada por hombres se ha decidido por sobre la capacidad de decisión de las mujeres. Ignorando que ellos, de el aborto ni tienen ni nunca tendrán ni una pizca de idea de lo que supone.