‘Las escalofriantes aventuras de Sabrina’: visitadnos, hermanas

‘Las escalofriantes aventuras de Sabrina’: visitadnos, hermanas

Las aventuras de esta nueva Sabrina resultan mucho más profundas, vitales, complejas y filosóficas que la edulcorada 'sitcom' de los 90. El feminismo y la reivindicación del legado de las brujas, las parteras o las curanderas está transversalmente presente en toda la serie.

Kiernan Shipka interpreta a una Sabrina rebelde, indignada y llena de arrojo

Kiernan Shipka interpreta a una Sabrina rebelde, indignada y llena de arrojo

“Somos las nietas de todas las brujas a las que no pudisteis quemar”. ¿Cuántas veces hemos escrito esa frase en pancartas para ir a una mani? ¿Cuántas veces la hemos gritado? ¿Cuántos colectivos feministas habrán estampado esa proclama en sus camisetas? En estos pensamientos me quedé sumida cuando terminé de ver los 10 capítulos de la primera temporada de la nueva serie de Netflix, Las escalofriantes aventuras de Sabrina, tras un maratón de sofá y manta de los que marcan época. Se acercaba Halloween o, siendo fiel a sus orígenes, la noche de Samaín, y había que verla.

Basada en el cómic homónimo de Archie Comics publicado en 2014, poco tiene que ver esta nueva versión con la edulcorada sitcom de los 90, Sabrina, cosas de brujas (basada a su vez en el cómic Sabrina, the Teenage Witch, cuyo primer volumen data de 1983), más allá de los personajes, porque como bien reza el título de esta nueva producción, las aventuras de esta nueva Sabrina resultan mucho más escalofriantes, más profundas, más vitales, más complejas y filosóficas, y además tienen lugar en una atmósfera mucho más lóbrega, que nos lleva desde una funeraria familiar -como en la película Mi chica (1991) o en la serie A dos metros bajo tierra (2001-2005), al bosque nebuloso de Greendale -otro de esos pueblos pequeño donde pasan cosas raras- y a casas y despachos en permanente penumbra… Todo muy victoriano, como debe ser, ¡que la serie va de brujas y hay una reputación que mantener!

Me he confesado más de una vez devota del género fantástico. No en vano, uno de mis libros favoritos in sæcula sæculorum es Las nieblas de Avalon de Marion Zimmer Bradley. Esta fascinación viene de lejos y una servidora, criada con referentes cinematográficos y televisivos como La brujas de Eastwick (1987), La maldición de las brujas (1990), El retorno de las brujas (1993), Jóvenes y brujas (1996), Prácticamente magia (1998), Buffy, cazavampiros (1997-2003) o Embrujadas (1998-2006), tiene ya cierto olfato para esto de llevar lo sobrenatural a la ficción audiovisual y, también, cada vez más reticencias y objeciones sobre la imagen manipulada y retorcida que se nos ha ofrecido sobre estas mujeres sabias. Por suerte, Las escalofriantes aventuras de Sabrina rompe prejuicios y estigmas y reivindica -de forma tenebrosa y elegante, sí, pero dosificando la sangre y lo gore con maestría para que no opaquen lo importante- toda una herstory que nos ha sido negada.

Porque la serie, aunque envuelta en aquelarres, pócimas, conjuros en latín, proyecciones astrales, necromancia y demás prácticas mágicas, nos dibuja a una protagonista valiente e inteligente, capaz de enfrentarse a la censura, a la injusticia y al mismísimo Diablo por sí misma y por la gente a la que quiere, con una capacidad de resiliencia notable, empática, orgullosa de su identidad mestiza de bruja y humana, rebelde, indignada y llena de arrojo que hace suyas las palabras de Miss Wardwell, otro de los personajes femeninos centrales de esta sugerente ficción: “Produndiza. No es solo poder, Sabrina. Es rabia. Es el deseo de cambiar el mundo. Y la voluntad de hacerlo”.

El feminismo está transversalmente presente en toda la serie, que ya en el primer capítulo nos sorprende con la creación de WICCA (Women’s Intersectional Cultural and Creative Association), un club fundado por Sabrina y sus amigas para combatir el bullying sexual en el instituto desde la interseccionalidad y la sororidad que ellas mismas encarnan: una mediobruja mestiza -aunque blanca y cis- (Sabrina), una compañera de género queer* (Susie) y una joven negra a punto de quedarse ciega (Roz).

Susie, Roz y Sabrina (de izq. a dcha.) promueven el feminismo interseccional que ellas mismas encarnan./ Diyah Pera para Netflix

Susie, Roz y Sabrina (de izq. a dcha.) promueven el feminismo interseccional que ellas mismas encarnan

Además de esto, son muchos los temas centrales del feminismo que aparecen a lo largo de la trama: poder versus libertad, identidades sexuales y culturales, maternidad, crianza, desigualdad, la necesidad de recuperar nuestras genealogías, ecofeminismo, violencia sexual…

Otra de las cuestiones presente a lo largo del relato es la intensa crítica del dogmatismo religioso y su podredumbre, de la manipulación de la fe para beneficio de una élite, así como sobre la mediación entre creyentes y divinidad, a través de paralelismos nada velados de la Iglesia de la noche (la de brujas y brujos) con la Iglesia católica, incluido el vocabulario empleado o cuestiones tan candentes como el tema de los abusos sexuales: “No es divino. Es de carne y hueso, igual que tú y que yo. Así que también tiene defectos y comete pecados. Se puede equivocar y corromper”.

Así, Sabrina milita en aquello que tan bien expresó Chesterton sobre la fe y la duda (“una fe sin dudas es una fe dudosa”): “Sigo sin saber lo que creo sobre la muerte. Pero creo que la vida, en cualquier forma, incluso la de alguien que intentó matarme, es valiosa”.

Las escalofriantes aventuras de Sabrina también recupera además el papel de la partera a través de la tía Zelda y nos recuerda el conocimiento y el legado médico ancestral que las mujeres hemos ido perdiendo con la imposición de una profesión médica dominada por varones y ferozmente androcéntrica. Barbara Ehrenreich y Deirdre English, en su obra Brujas Parteras Enfermeras. Una historia de sanadoras nos hablan precisamente de esa práctica atávica: “Las brujas sanadoras a menudo eran las únicas personas que prestaban asistencia médica a la gente del pueblo que no poseía médicos ni hospitales y vivía pobremente bajo el yugo de la miseria y la enfermedad. Particularmente clara era la asociación entre la bruja y la partera”. En la misma línea, Silvia Federici recoge en Calibán y la bruja la visión de Carolyn Merchant quien sostiene que el surgimiento de la filosofía mecanicista cartesiana “reemplazó la cosmovisión orgánica que veía en la naturaleza, en las mujeres y en la tierra las madres protectoras, por otra que las degradaba a la categoría de “recursos permanentes”, removiendo cualquier restricción ética a su explotación”.

Para mí la serie contiene un par de momentos especialmente potentes. El primero es una breve conversación entre Sabrina (S) y Prudence (P) en el segundo capítulo:

S: Inscribir mi nombre en el Libro de la Bestia sabiendo que, en cierto modo, renuncio a mi libertad.

P: Así es, a cambio de poder. Un intercambio justo.

S: Pero yo quiero las dos cosas, libertad y poder.

P: Él nunca te dará eso. El Señor Oscuro. Pensar que tú o cualquiera de nosotras tenga ambas cosas le aterra.

S: ¿Y eso por qué?

P: Es un hombre, ¿no?

La segunda escena a la que me refiero tiene lugar en el sexto capítulo y, en ella, Sabrina, sus tías Hilda y Zelda y Miss Wardwell realizan un exorcismo prohibido para expulsar un demonio homófobo del cuerpo del tío de una de sus amigas. Extraigo algunas partes del conjuro que recitan cargado de referentes femeninos, de esa herstory feminista condenada al ostracismo de la que hablaba antes:

«Invocamos a las brujas de las sombras. A las que hubo antes que nosotras y murieron para que pudiéramos vivir. Visitadnos, hermanas. Interceded en nuestro nombre. Invoco los poderes de Lilith de Aradia, de Morgan le Fay. (…) Invoco a Black Annis. A Ana Bolena. Invoco a la bruja de Endor. (…) Invoco a Hécate, a Artemis y a Luna para expulsar este demonio. (…) Invoco a Hildegard de Bingen. Invoco a Marie Laveau. Invoco a Tituba, a Mary Bradbury. (…) Invoco a Nehman, Badb y Macha. (…) Invoco a Circe, a Moll Dyer. (…) Visitadnos, hermanas. Interceded en nuestro nombre».

Todas ellas, brujas, monjas, personajes bíblicos, diosas, reinas, curanderas, fueron mujeres que se opusieron al statu quo patriarcal de sus respectivas épocas y fueron perseguidas por ello. Así lo explica Katherine Howe en la introducción de El libro de las brujas. Casos de brujería en Inglaterra y en las colonias norteamericanas (1582-1813): “La bruja aparece en primer lugar en la Biblia, como lo “Otro”, la que se sustrae a la doctrina. La brujería no es tanto un conjunto de prácticas definidas como una representación del antagonismo, del empeño de frustrar las intenciones de la maquinaria del poder“. En el mismo libro, la autora también nos dice que las brujas fueron los “chivos expiatorios” de sus comunidades y que “la existencia o la inexistencia de la brujería era un elemento constitutivo del orden colonial. Era la piedra angular que sustentaba la normalidad y la diferenciaba de las prácticas aberrantes”.

¿Habrá cambiado lo suficiente la sociedad? A juzgar por la misoginia y la trans-lesbo-homofobia galopantes todavía en nuestro mundo, diría que no. En Las hijas de Lilith, Erika Bornay recoge una frase del libro Las diabólicas del escritor francés Jules Amédée Barbey d’Aurevilly, que dice lo siguiente: “El Diablo les enseña a las mujeres cuanto son, o más bien, podrían enseñárselo ellas, en caso de que él lo ignorara”. Así lo creen todavía hoy muchos. Seguimos cargando el estigma de lo impuro –y doy las gracias por ello porque qué horrible es la idea de pureza– y de la arpía, la pérfida, la víbora, la pécora, el mal bicho. Pero tenemos memoria, así que por las que nos precedieron en la lucha, como bien nos recuerda Sabrina, ¡que vivan los aquelarres mestizos para reescribir la historia!

*Fe erratas: En la serie no se especifica cómo nombra Susie su identidad o su expresión de género. Inicialmente afirmamos que era “un chico trans”, pero Lachlan Watson la actriz no binarie que interpreta a Susie, ha aclarado que el personaje no se ata a etiquetas y que explora su identidad fuera del binarismo de género

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