Berta Cáceres Flores y la justicia que su nombre enarbola
Las lecciones que nos ha dado este golpe, que ha significado el asesinato de Berta, es que el dolor de la pérdida, si bien es cierto que se acomoda, nunca se va, y sólo sirve para que sigamos creyendo apasionadamente en nuestra razón histórica como feministas de que necesitamos otro modo de ser humanas y humanos.
Por Melissa Cardoza
Para cuando se redacta este artículo, el equipo jurídico privado que defiende la Causa Berta Cáceres fue expulsado de los tribunales, mediante los mecanismos más viles con los que se legalizan cotidianamente las agresiones contra el pueblo hondureño. Con dicha expulsión, la familia, el COPINH y las comunidades lencas fueron despojadas de su derecho a la legítima defensa como víctimas del crimen.
Ahora las víctimas son representadas por el Ministerio Público, el mismo que negó información pertinente y oportuna, que perdió otra tanta en condiciones inexplicables, que no investigó las pistas más obvias, como, por ejemplo, el contenido de los aparatos electrónicos que han tenido en custodia con información clave para el caso. Más de 30 denuncias interpuestas por Berta Cáceres para denunciar los hechos de hostilidad contra la comunidad de Río Blanco, contra el COPINH y contra ella misma fueron engavetadas en el Ministerio Público. Entonces, no hicieron nada, ahora dicen representarla en un juicio plagado de irregularidades y omisiones.
La sala primera del tribunal de sentencia compuesto por Esther Carolina Flores, Anaim Orellana, Delia Villatoro y Jocelyn Donaire se encarrera para sentenciar a quienes son señalados como autores del asesinato y cerrar el caso, callando la verdad detrás del mismo: una conspiración patriarcal contra Berta a cargo de personajes de poder político, empresarial, militar que siguen impunes.
La justicia en Honduras entonces va por otros caminos, por los que buscan esa verdad, la reparación, la no repetición. Va por los caminos de Berta Cáceres. Y todas las víctimas, que somos también sus hermanas feministas, lo entendemos.
Quienes conocimos y respetamos a Berta, supimos de su inmensa capacidad para sentir la injusticia y repelerla. De ahí su pasión por los pueblos, las niñas y niños, la naturaleza, la vida entera. Por todos los medios disponibles Berta se manifestaba con determinación para expresar repudio contra las múltiples agresiones y la barbarie de los sistemas de dominio actuales. No se le puede retribuir con menos.
Desde que empezó la persecución política, hostigamiento y agresiones a Berta Cáceres se movieron muchas iniciativas, voluntades y articulaciones dentro y fuera del país para intentar protegerla y garantizar que su lucha común continuara por ser digna, legítima y hermosa.
Todo se intentó: el acompañamiento jurídico, emocional, organizativo, la búsqueda de recursos para sostener las luchas comunitarias y su instancia política, estrategias de comunicación, denuncia, divulgación de sus ideas, la internacionalización de toda esta criminalización.
Muchas lecciones seguimos aprendiendo desde entonces, entre ellas que la acción criminal contra las líderes como Berta Cáceres tiene todas las oportunidades para el agravio y el daño en territorios lejanos de la justicia como es Honduras, pues es evidente la participación por acción y omisión del Estado y su institucionalidad.
Berta fue señalada como enemiga del Estado, por eso se le asesinó, y ellos tienen que pagar su crimen.
Una tarde, de café con pan y larga conversa, Berta nos mostró un documento redactado en el “leguleyo” modo de los abogados, en el cual, en conclusión, se decía que el Estado era su víctima y que debía defenderse de ella, la lúcida y despeinada Berta. Nos reímos entonces, pero no pudimos evitar que, al quedarnos a solas, sintiéramos el frío miedo de que la mataran, como finalmente lo hicieron.
Las lecciones que nos ha dado este golpe, que ha significado el asesinato de Berta, es que el dolor de la pérdida, si bien es cierto que se acomoda, nunca se va, y sólo sirve para que sigamos creyendo apasionadamente en nuestra razón histórica como feministas de que necesitamos otro modo de ser humanas y humanos, en otras relaciones con los seres vivos, en nuevas miradas sobre lo que es necesario y lo que es banal, en cuanto a la ética y la estética que urge establecer para vivir dignamente.
Hemos aprendimos que la mejor protección siempre será la que es arraigada en las mujeres con sus colectividades, redes de apoyo, amigas y familiares que les respalden, porque ahí se sostiene la fuerza de sus defensas para tomar decisiones autónomas.
Aprendimos a respetar que si una mujer decide quedarse en la lucha con su pueblo, pese a los atentados y amenazas, es bajo su poderosa decisión. Y que sobre ésta es que podemos conversar y acuerpar. A pesar de que mucha gente le ofreció salida del país, Berta no se imaginaba en ningún otro lugar que no fuera en el pueblo con su nombre de Esperanza, con sus compañeras y compañeros, y sus paisajes. Nada de mesiánico, ni sacrificio hay en estos actos, por mucho que nos duela su muerte y a veces todavía quisiéramos reclamarla.
Otras líderes deciden marchar y dejar un tiempo espacio para que las oportunidades de continuar sus destinos beligerantes se abran, y siguen dando voces en todas las partes del mundo adonde se paran. Nada de traición y derrota hay en esos actos.
Aprendemos que es la persistencia la única posibilidad de encontrar la verdad histórica. Es reseñable la firmeza del equipo jurídico de su causa, que no acepta un juicio que no sea bajo los términos que garanticen la justicia, e insiste dentro del sistema enfrentando la maquinaria de la impunidad, haciendo en cada acto una muestra de impecable y comprometido ejercicio profesional. La perseverancia de su pueblo, que no deja de estar en cada acto, acción pública y movilización llevando su espiritualidad de fuego y copal, de mantas y consignas, de movimiento y articulación ante los gases lacrimógenos que siempre les lanzan. La constancia y coherencia de las feministas, defensoras, luchadoras que desde todos los espacios seguimos llevando su palabra sin miedo, su fortaleza de mujer indígena, la terquedad de llamarla y convocarla. En cada universitaria que denuncia el acoso de sus maestros y compañeros, en cada campesina que es judicializada por defender su territorio, en las palabras que denuncian los discursos racistas del derecho y la política, en cada artista que usa su talento para hablar desde el sitio de la memoria de rebeldía, está y se multiplica la justicia de Berta.
Y ese renombrar la justicia en Honduras se va deletreando en las palabras de la actual coordinadora del COPINH, Berta Zúñiga Cáceres: “Nosotras no nos sentimos derrotadas. (…) Tenemos un largo camino que no acaba con la sentencia. Vamos por la justicia integral, la que nos lleve a desmantelar la estructura criminal que es responsable del crimen de Berta y que es un patrón que se repite en todo el territorio y contra otras compañeras”.
Falta mucho por andar, pero seguimos. Y al frente de todo, Berta Cáceres, la lenca, la hondureña, la indomable, en cada manta, afiche, cartel, grafiti, escenario, movilización, congreso, encuentro, publicación, convocatoria al pensamiento crítico y la actuación coherente. Ella, casi siempre sonriente, todo el tiempo serena y enérgica, enarbolando la justicia.
Al igual que el COPINH, su familia y las comunidades lencas, las feministas, defensoras, compañeras de Berta nos declaramos en rebeldía hasta que la verdad sobre su crimen sea dicha, y el asesinato contra el cuerpo de las mujeres y la madre tierra sea desterrado de la historia humana.
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