El duelo después del dolor
Anónima
AraInfo | Diario Libre d’Aragón
Responsabilidad.
¿Cuál es la mía? Haberme hecho demasiado responsable, haber tragado con lo mío y lo suyo, haber aguantado. Haber permitido que la cosa se alargara sin que hubiera un cambio real por su […]
Anónima
Responsabilidad.
¿Cuál es la mía? Haberme hecho demasiado responsable, haber tragado con lo mío y lo suyo, haber aguantado. Haber permitido que la cosa se alargara sin que hubiera un cambio real por su parte.
Una parte de mí sabe que cuidarme habría sido (o sería) salir de ahí, alejarme del mal trato. Que yo no quiero un amor así. Igual no encuentro el que busco. Pero ese trato estaba acabando conmigo, sobre todo por parte de alguien que varias veces ha explicitado su deseo de no cambiar, de querer seguir expresando “su opinión” que solía ser una crítica, un desprecio o un sarcasmo, salvo para hablar de su atracción por mi cuerpo. Alguien que reconoce haberme violado sin darse cuenta, alguien que reconoce que si “me ilusiono por tonterías” le sale tumbar mi ilusión (para compensar), alguien que viola mi intimidad (móvil, ordenador, Facebook y diario personal), me lo oculta y lo justifica diciendo que es por mi bien, para entenderme mejor. Y dice que si no le hubiera pillado seguramente ni diría “lo siento”. Alguien que se enfada y se muestra huraño o bien me ignora si pasan tres días sin tener sexo. Alguien que cuando me ve decidida, fugazmente empoderada, me sigue por la escalera para bajarme los pantalones sin permiso. Alguien que nunca ha hecho una propuesta de organización en el cuidado de los niños que fuera dirigida a dedicarse más tiempo a ellos, aunque el reparto fuera ya desigual de partida. Y además propone que, ya que me encargo de los niños, lo haga también de las tareas del hogar. Alguien que en ambos postpartos me propone abrir la relación para follarse a otras porque conmigo no le es suficiente (me dice que yo soy como un camello que tengo la droga delante de sus narices -mi cuerpo- y no se la quiero dar). Porque a mí me duele la penetración durante un tiempo tras el parto debido a una cervicitis del cuello del útero, pido ir más despacio y eso le corta el rollo y se aleja de mí. Alguien que no me permitía que le llamara con palabras cariñosas (“a mí no me llames eso”), ni quería darme muestras de cariño en público: dar la mano, beso, abrazo (y esto teniendo en cuenta que los cinco primeros años vivíamos prácticamente “en público”, en colectivo). Algunos de sus gestos de cariño fueron ponerme la zancadilla para provocar que me sentara encima de él o pellizcarme la vulva o un pezón sin permiso, porque para él una pareja es tener confianza (o derecho) para eso.
Alguien que, cuando los conflictos aumentaron en frecuencia e intensidad, no quería que fuéramos a terapia porque “es un gasto de tiempo y dinero para los dos y hay que buscar a alguien que se quede con los niños”. Para irse a jugar a la raqueta no ha dudado buscarse una canguro.
Alguien que critica cómo conduzco, la ropa que tengo, si expreso mi satisfacción por haber limpiado la casa o de haber pasado un día agradable en la huerta. Alguien que me reprende porque no uso una herramienta bien por primera vez y me dice que es que no quiero aprender cuando yo le había pedido que me explicara y me había dicho que aprendiera sola.
Alguien que desvalorizaba mis síntomas en el embarazo, incluida la madrugada que tuve amenaza de parto prematuro y me alarmé por las contracciones fuertes y dolorosas. Alguien que por norma general cuestiona mis opiniones, mis sensaciones y mi criterio aunque yo sepa más que él del tema en concreto (mi cuerpo, algo que he visto, sentido, el feminismo, algo de mi coche…). Luego reclama que él quiere dar su opinión, que no puede decir NADA porque TODO me molesta. Alguien que cuando se despertaba el bebé que él no quería tener, se daba la vuelta y se tapaba con la almohada. Alguien que al día y medio de que naciera nuestro segundo hijo, se fue a trabajar por voluntad propia.
Alguien que no quería ir a eventos de mi familia que fueran más allá de “mi madre y mi hermana”.
Alguien que en su viaje con su amigo dice que no quiere tener casi comunicación conmigo, luego la tiene, luego la corta sin aviso y lleva un condón en la mochila y fantasea con usarlo para tener una relación sexual satisfactoria y relajada con otra cuando nuestro acuerdo no era tal. Esto además me lo comenta cuando, en medio de una relación sexual recién llegado del viaje (fui a buscarle por sorpresa al aeropuerto y me devolvió frialdad y una cara de decepción), él saca el condón de su mochila y le pregunto acerca de eso. Ante su respuesta me siento insegura y él se enfada porque otra vez he cortado el rollo y no vamos a follar. Alguien que tiene celos, pero no es capaz de empatizar con los celos ajenos. Alguien que mostraba más ilusión y cuidados hacia unas lombrices del compost que hacia mí, y más hacia un pollo que hacia el bebé que iba a tener. Alguien que toma mis propuestas en asamblea como suyas, mis ideas como suyas sin mencionarme. Alguien que me ignora cuando, de rodillas, llorando y delante de mis hijos le pido que me perdone por cómo me he puesto (qué vergüenza me da esto). Alguien que dice que quiere dejarme pero no me deja (porque no sería capaz de “cargar” con mi sufrimiento, por pena) y cuando al cabo de unos cuantos meses se lo digo yo, porque ya no puedo más, sonríe, parece aliviado y se prepara para irse de fiesta esa misma noche a la casa de enfrente donde vive una amiga nuestra. Alguien que no sólo cuestiona mi criterio sino el de mis amigas cuando me apoyan y mi terapeuta porque “a saber qué les habrás contado”.
¿Cómo he aguantado siete años? Había cosas agradables también, por momentos, claro. Y los niños. El mayor aún expresa que le gustaría que viviéramos juntos los cuatro.Y porque yo tenía la ilusión de que si nos trabajábamos cada un@ lo suyo, la situación cambiaría. Pero como él estaba satisfecho consigo mismo (al 100% me dijo) y tiene el máximo rango: hombre, adulto, blanco, hetero, de clase alta, buena salud, estudios superiores, máster, idiomas, además de militante de izquierdas, dedicado a la actividad agrícola (valorada en el entorno neorrural), con capacidad de liderazgo y atractivo según el canon normativo; mi deducción era que el error estaba en mí y que si yo me esforzaba, la cosa cambiaría. Porque mi autoestima estaba de mal en peor, sumando el fallecimiento de mi padre al poco de nacer mi primer hijo, tras un año de cáncer terminal.
Mi terapeuta dice que esto no es maltrato (aunque ha hecho mención a la manipulación y a la luz de gas) porque yo no estoy anulada, aislada, ni falta de recursos. No encajo en la definición. Vale. Me da igual la etiqueta. Este no es un buen amor, un buen trato.
Este señor no me pega ni me amenaza, pero me duele. Me duele haber aguantado y aún me duele que el proyecto en el que yo he puesto tantas energías se haya roto (porque yo sí fui a terapia varias veces y ahí sigo, dediqué mucho tiempo a la crianza, a la familia y al trabajo personal; a la resolución de conflictos, la comunicación no violenta, el feminismo y la facilitación de grupos; además de al trabajo productivo, por si se cuestiona, aportando la mayor parte de los ingresos a la economía común familiar). Y me duelen las secuelas de este trato: la ansiedad, las pesadillas, la baja autoestima, el miedo, la pérdida de facultades para relacionarme con la gente, la inestabilidad emocional, las ideas de suicidio. Me duele verle contento y estable con nuestras amigas ocupando la calle, la plaza del pueblo, las terrazas de los bares y la puerta del colegio. Me duele que mis hijos lo admiren tanto, pero eso no voy a negárselo. Es mejor padre que compañero. Los quiere mejor que a mí.
Desde mi dolor, mi rabia y mi ansiedad, me brotan ganas de exponer todo esto, de que se sepa, de venganza, delatarlo. Pero no estoy segura de que reportara algo bueno para mí ni para mis hijos. Así que lo comparto desde el anonimato y sin avisar. No sé qué sería lo justo. Para mí, recuperar mi amor propio y algunas relaciones de cuidado de calidad.
Y para el resto de personas, que si os lo cruzáis (a él o a alguno que se le parezca), ojalá le paréis los pies antes de lo que yo lo hice. Que sirva de algo mi relato.
A él le deseo que halle una situación en su vida que le haga abrir los ojos y le motive para trabajar su abuso de poder, sus violencias, la negación de su propia vulnerabilidad y su precaria empatía.
Él siempre ha dicho que no tenía intención de hacerme daño. Menos mal, contestaba yo.