Un monólogo de Santi Rodríguez
Amaia Casta
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El pasado sábado (18 de noviembre), mi grupo de amigas y yo decidimos asistir al monólogo de Santi Rodríguez, “Como en casa de uno… (en ningún sitio..)” en el Teatro de la Luz Philips en Gran Vía (Madrid). Nuestro plan era redondear el fin de semana […]
Amaia Casta
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El pasado sábado (18 de noviembre), mi grupo de amigas y yo decidimos asistir al monólogo de Santi Rodríguez, “Como en casa de uno… (en ningún sitio..)” en el Teatro de la Luz Philips en Gran Vía (Madrid). Nuestro plan era redondear el fin de semana con una dosis de humor y un bonito recuerdo. Ese era el plan, y esto es lo que realmente sentimos:
VERGÜENZA AJENA.
Vergüenza porque un “espectáculo” cargado de tópicos, chistes fáciles y una gran dosis de machismo lleva cinco temporadas en un teatro en pleno centro de Madrid. Porque algo que se supone que debe dejarte un buen sabor de boca, solo te da una gran hostia de realidad. Una ostia en la que te das cuenta de que alguien que se supone que hace cultura, alguien que por su fama podría crear algo que a la vez que entretiene, eduque o nos haga pensar, y que esto llegue a un gran público, ese “humorista”, decide tirar del humor barato y poco inteligente, de chistes más propios del siglo pasado, básicos y de muy mal gusto. ¿Y esto para qué? quizás para satisfacer a un público anestesiado y poco crítico, que se ríe de unos chistes que dejan en total evidencia la incultura y poco respeto que representan las palabras de Santi Rodríguez.
Fuimos diez personas, diez mujeres jóvenes que cada día, luchan contra estos estereotipos y juicios que tanta gracia hacen a muchos. diez mujeres muy diferentes, pero que en el fondo vemos como todas y cada una de nosotras sufre las consecuencias de una sociedad que nos oprime y nos machaca, y por ello, tratamos de alguna manera de (sobre)vivir con ello, y decidimos asistir a un monólogo para olvidarnos un poco de esa realidad que nos aprieta cada vez más. Y llegamos y nos encontramos ¿con qué? pues con un HOMBRE, UN MACHO, que nos recuerda que somos unas arpías, unos seres despiadados (sobre todo en pareja), únicamente apreciables en caso de tener un cuerpo escultural y exhibirlo con un tanga brasileño; que si somos prostitutas y estamos gordas cobraremos la mitad, solo por el hecho de estar gordas; que, si tenemos un buen culo, ni siquiera hará falta poner nuestra cara en las imágenes, lo que importa está entre la cintura y las rodillas… Fue una decepción, sobre todo porque nos esperábamos a un Santi Rodríguez más culto, más artista, más crítico, y menos frutero.
Y lo peor de todo es que ni siquiera nos levantamos para irnos. No, porque a ninguna se le ocurrió decirle a la amiga que estaba a su lado que quería irse. No, porque las mujeres deben ser respetuosas, y educadas, y finas, y, y, y, y… Y lo fuimos, fuimos todo eso que nos han dicho que debemos ser, y, por tanto, aguantamos, aguantamos como hacemos siempre. Pero, aunque fue tarde, nos dimos cuenta de que todas habíamos pensado lo mismo, de que no volveremos a hacerlo, y de que todavía queda un gran camino por recorrer y mucho por lo que luchar, y estamos dispuestas a hacerlo.