Natalia Palencia
Una mujer no es nada.
Una silueta estampada en una roca,
en una película de suspense.
De espaldas, sin rostro, con la piel tersa
y algo de sangre, vertida desenfadadamente.
Total, es ficción.
Una mujer no es nada.
Solo un pergamino alisado
que sonríe sin fuerzas
desde cualquier anuncio de cremas.
Total, es solo publicidad.
Una mujer es poco
más que una boca unos ojos unos brazos unas piernas.
Miembros que trabajar en el gimnasio o el cuarto de baño.
Total, todos queremos sentirnos guapos.
(Miembros desintegrados en busca de la persona que no sale en la tele.)
Una mujer es nada o poco más
que una valla publicitaria.
Un producto de pelo.
Un argumento muerto de peli de asesino en serie.
(Y es que todo el género negro está alegremente basado en la violencia de género.)
Una mujer es poco más que un receptáculo de fluidos
en la pornografía.
Estática, complaciente, rubia hasta los dientes.
Total. Es solo pornografía.
Una mujer, no, bah, nada.
Solo un concepto, una mochila de consumo, un cromo en dos dimensiones presentado hasta la saciedad
en un mundo que devora imágenes, ideas, sin pensar.
Total, es solo la la imagen que construimos entre todos, en todas partes, todos los días.
Una mujer es un concepto no tamizado por el cerebro consciente.
O sea, nada de nada.
Y eso es lo que piensan, quizá sin saberlo, muchísimas -demasiadas-manadas.