‘Au pair’ (es) trabajo esclavo en francés

‘Au pair’ (es) trabajo esclavo en francés

El famoso programa de ‘au pair’ se vende como una experiencia intercultural para jóvenes mientras aprenden otro idioma, pero ¿a qué se dedica un ‘au pair’? ¿Trabajan o no trabajan? ¿Por qué la mayoría son mujeres? ¿Quién hace la cama a una ‘au pair’? ¿Cuánto hay que cuidar para ahorrarse un curso de inglés?

Texto: Andrea Liba
Imagen: Núria Frago
05/12/2018

Ilustración: Núria Frago

¿Hay alguien que, a estas alturas, no sepa qué es eso de ser au pair? Casi todo el mundo ha oído hablar de una cosa que consiste en que gente joven que quiere practicar otros idiomas se va a otros países para instalarse con una familia a cambio de cuidar a sus hijos e hijas. Esa es la versión resumida. Au pair, además de ser un programa, tiene entidad propia también como concepto.

Al parecer, esta experiencia tiene su origen en Suiza: en el siglo XVIII, las familias de clase alta solían enviar a sus hijas a vivir temporalmente a otras regiones del país en las que se hablara otro idioma, con el objetivo de aprender y disfrutar de la experiencias. La expresión es francesa, y empezó a utilizarse para las mujeres inglesas que viajaban allí en el siglo XIX. Hoy el programa también se concibe como una estancia temporal en otro país para hacer de niñera, aprender o mejorar el idioma y desempeñar otras tareas; se ha extendido a nivel mundial y ha aumentado la participación de hombres. Es casi imposible dibujar un mapa que plasme cómo se mueven estas personas, pero sí se puede esbozar ligeramente.

Ann-Kistin Cohrs es directora ejecutiva de AuPairWorld, la plataforma líder de contacto entre candidatas a au pair y familias de acogida a nivel global, con sede en Alemania. Según los datos de esta web de contactos, la mayoría de au pairs salen España, Italia, Francia y Alemania, que son también algunos de los países en los que residen la mayoría de familias de acogida. También es frecuente que las au pairs provengan de Estados Unidos y países de América Latina, Europa del este y Asia. En total, solo a través de AuPairWorld, más de 3 millones de personas se han registrado como candidatas a au pair o como familias de acogida, y más de 30.000 permanecen en búsqueda activa de acogida. Y Cohrs arroja otro dato: el 85% de las au pairs son mujeres, y solo un 15% son hombres.

Echando un vistazo a otras páginas web que gestionan esta experiencia, se encuentran cientos de testimonios positivos de personas que han sido au pair y de familias de acogida, pero más allá de la publicidad y el marketing, los casos de abuso, de exceso de tareas y de confianza, historias de vulnerabilidad e incluso de acoso también afloran.

Una experiencia completa

Ángela viajó como au pair a Inglaterra. Allí la esperaba la familia con la que contactó a través de AuPairWorld. Pasaría con ella todo el verano a cambio de cuidar del más pequeño de sus hijos. Aunque, como ocurre con frecuencia, no firmó ningún contrato, todo parecía indicar que iba a salir según lo acordado informalmente: una habitación propia, 3 horas de cuidados por jornada, algún día libre por semana, a cambio de una paga semanal que desconocía hasta su llegada. No fue así. La primera semana no tuvo días libres, las 3 horas acordadas se reformularon en 4, y esas 4, al final, en muchas más.

Su familia de acogida tenían necesidades no cubiertas, necesidades que trascendían lo básico como la limpieza o el cuidado: “Mi familia tenía muchas carencias, mi labor permitía que la situación se sostuviera. No me arrepiento, he aprendido cosas, como ser resiliente, pero no volvería. Otra persona no habría aguantado lo que yo. De hecho, desde que me fui, hace solo tres meses, han estado dos au pairs y ambas se han ido”. Ellas también fueron un pequeño bote salvavidas.

El niño del que Ángela se ocupaba supuso una carga inesperada, porque padecía trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). La relación con él no se limitaba a sus horas de trabajo como au pair, sino que inundaba también su tiempo libre y cruzaba límites a veces inaceptables: “No podía dejar la puerta de mi habitación abierta unos segundos, porque el niño entraba y revolvía mis cosas. En mi tiempo libre aporreaba la puerta y gritaba hasta que le abriera. A veces, incluso, a las 6 de la mañana”. Aun así, no fue el cuidado del niño lo que más esfuerzo le requirió: “También estaba supliendo una necesidad emocional, especialmente de los padres. Creo que puedo afirmar que lo más cansado de mi experiencia no fue cuidar del niño sino cuidar, entre comillas, de los padres. Fue lo más agotador. No soy psicóloga, ni limpiadora, soy una au pair”. Durante su estancia en Inglaterra, limpió más de lo que preveía, cargó con cuidados que no le correspondían y viajó mucho menos de lo que le hubiera gustado. Aunque deja claro que nunca se lo pidieron, que lo hizo “porque no quería vivir en un ambiente insalubre”.

Fueron dos meses de experiencias desagradables: se vio obligada a ocuparse de la otra hija durante una semana ella sola, a cancelar la visita de su familia, a viajar a casa de los padres del hombre que la acogía y limpiar aquello que ella ni había usado: “No podía más, no tenía, literalmente, ni un minuto a solas. Un día les pedí tiempo libre y cené fuera. Cuando volví, fregué yo los platos de su cena. Lo peor es que ni siquiera me lo pidieron, lo hice porque sabía que era lo que se esperaba de mí. Fue humillante”. Tuvo que dormir en la misma habitación que el padre y en la misma cama que el niño; padeció falta de descanso, estrés continuo; le hicieron propuestas que no procedían, situaciones incómodas. Volvió a casa con alivio y también con una inquietud: hace falta que las instituciones regulen el programa, y “lo más cercano a ello es la intermediación de las agencias”.

En Europa, las diferencias son abismales según el país. En España, por ejemplo, una au pair cobra unos 280€ al mes; en Inglaterra, la media son 360€. En otros países, hay fijados unos mínimos: en Suecia toda au pair debe estar dada de alta en el régimen general de la seguridad social y la relación laboral au pair se rige por el contrato de trabajo normal para empleadas del hogar. En Irlanda, la paga se ajusta al salario mínimo interprofesional, que supera los 1.600€. En Francia, tienen derecho a cobrar entre el 70 y el 90% del mínimo establecido. En Suiza, la jornada máxima no puede superar las 25 horas semanales. En Alemania, si la paga supera los 450€, deben estar dadas de alta. En Alemania, Dinamarca, Irlanda, Holanda, Suecia, Suiza y Noruega las familias tienen que asumir total o parcialmente el coste del curso de idiomas, aunque, irónicamente, en la mayoría no es obligatorio garantizar esta formación, a pesar de que el programa tiene como principal objetivo la inmersión lingüística.

Entonces, ¿es un trabajo? Algunos países sí lo reconocen como tal, pero las condiciones establecidas no alcanzan los mínimos comunes del resto de empleos. Según explica Carmen Castro, doctora en Economía, “hay países que tienen tradición de políticas de bienestar y que han invertido en ubicar la responsabilidad de los cuidados en parte de las garantías que tiene que ofertar el servicio público. Estos son algunos de los países que sí han establecido un contrato específico de au pair”: Holanda, Suiza o Noruega. Es importante señalar que este contrato estándar europeo para au pairs que utilizan la mayoría de países “es de 1972, anterior al inicio del desarrollo de las legislaciones en materia de igualdad”. En el Estado español, las tareas desempeñadas por las au pairs no se reconocen como una relación laboral. ¿Se reconoce, entonces, como servicios del hogar familiar? Pues tampoco. Quedan excluidas de las normativas que regulan el trabajo doméstico y no perciben un verdadero salario. Esto no es solo cosa del Estado español.

¿Y por qué no se reconoce como trabajo doméstico? Porque se diferencian tareas. Según la mayoría de organismos oficiales y empresas de gestión del programa au pair, estas se encargan de “tareas pequeñas”: lavar los platos; fregar, barrer, quitar el polvo o pasar la aspiradora de forma ocasional; limpiar la ropa de los y las niñas; planchar, pero “en ningún caso prendas delicadas como blusas o camisas”; hacer la cama de las criaturas; realizar pequeñas compras; cuidar de las mascotas en caso de necesidad; sacar la basura… Pero “¡recuerda!”, dice en su web AuPairWorld, “no hay que considerar la estancia au pair como un trabajo, es un intercambio cultural”. No es un trabajo porque, recuerdan, la au pair nunca debe “hacer trabajos de jardinería, hacer limpieza general de la casa, limpiar los baños, el horno, el coche, las alfombras, encargarse de la compra, hacer la cama de los padres o planchar la ropa del resto de la familia”.

Rafaela Pimentel es trabajadora de hogar y parte del colectivo Territorio Doméstico. Cuenta que esto que les pasa a las au pair de que no se reconozca su trabajo como si tal, ocurre también con las trabajadoras de hogar: “Cuando te hacen la entrevista te dicen ‘solo vas a acompañar a mi madre’, o ‘vas a ir a por los niños al colegio’, y, como solo haces una tarea, no te hacen contrato, ni te pagan lo que te tienen que pagar, ni te aseguran. Y al final terminas haciendo un montón de cosas y adquieres responsabilidades. Por eso nosotras reivindicamos la necesidad de definir todas esas tareas indefinidas”. Pimentel se acuerda también de las camareras de piso de los hoteles y de muchos otros colectivos que luchan para conseguir unas condiciones laborales dignas. Explica que, a veces, las reivindicaciones se parecen tanto que, cuando las oyes, si no sabes de quién se trata, “podrías pensar que son las Kellys, las enfermeras o cualquiera de nosotras”. Lamenta que “se tiene asumido que lo que hacemos lo hacemos por cariño y por amor” y que, especialmente en el trabajo de hogar, “los sentimientos, emociones, cercanía, familiaridad rebajan lo que pueda ser una relación laboral”. En el caso de las au pair, presentar su trabajo como un intercambio entre iguales enmascara unas relaciones de poder evidentes.

Carmen Castro se muestra en sintonía con lo que cuenta Pimentel: “Es la visión androcéntrica de no reconocer como un trabajo la mayor parte de las actividades y servicios que prestan dentro de una casa de forma no remunerada y fundamentalmente por las mujeres”. Al fin y al cabo, explica, una au pair es como una figura interna que se incorpora temporalmente, que apoya la logística y las actividades de la familia. Castro piensa que este trabajo se vende como una experiencia intercultural con un objetivo claro, y reformula lo que plantea Remedios Zafra: “Hemos pasado de la cultura del esfuerzo a la cultura del entusiasmo. Casi trabajan de forma gratuita, por esa perspectiva del enriquecimiento no monetario. Nos van atrapando las políticas neoliberales. Su forma de contraprestación es la experiencia y la riqueza de lo que viven, pero realmente están supliendo puestos de trabajo”.

Trabas a la inmigración e indefinición

El programa au pair tiene que ver con la cadena global de cuidados, aunque Castro encuentra diferencias entre este y el trabajo de hogar. Los perfiles de las mujeres implicadas son distintos. En ambos casos la mayoría son mujeres, pero cuando hablamos de trabajadoras del hogar es mucho más evidente el componente de racialización. Esto tiene una consecuencia clara: sobre ellas pesan mucho más las leyes racistas en materia de extranjería. La mayoría de las au pairs cuenta con unos mínimos económicos en su lugar de origen, son mujeres fundamentalmente jóvenes, blancas: “Estos matices diferenciadores añaden otro sistema de perversión, que es un sistema de clasificación dentro de las cadenas globales de cuidados. Incorpora una nueva estratificación socioeconómica”. Efectivamente, en el caso de las au pairs no interviene tanto el proceso migratorio , pero sí existe una variable que refleja cómo se trata de evitar. Uno de los requisitos más generalizados es que la au pair esté soltera y no tenga familia. La economista asegura que lo que se quiere evitar es “que el programa au pair sea la puerta de entrada de población migrante que quiera quedarse vía reagrupamiento familiar”, porque en teoría la vida privada de las au pairs es irrelevante.

Irrelevante ha sido siempre para el sistema el trabajo de las mujeres. La precariedad ha atravesado históricamente este programa intercultural, que forma parte también de la cadena global de cuidados, que evidencia la división sexual del trabajo. La indefinición de las condiciones y la falta de consenso a nivel internacional dificulta la búsqueda y la consecución de unas condiciones dignas de vida para todas las partes implicadas. La lógica del mercado interviene en cada partícula de lo que hoy conocemos como ‘irse de au pair’, de lo que quizá algún día conozcamos como lo que es: un programa internacional de acceso al empleo precario para mujeres jóvenes blancas. Ojalá algún día podamos llamarlo ‘opción de empleo digno’.

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