El banco, La Torre y la Espada de Damocles
Ante la noticia de una nueva muerte ligada a un desahucio, Txus García cuenta su propia historia, "un sufrimiento privado que tiene mucho de público y de político", como homenaje a quienes no pudieron sobrevivir al sistema capitalista patriarcal.
Iba a escribir otro artículo, entre divertido y tierno, pero no he tenido estómago. Estos días el GPS del sentido del humor me está recalculando el rumbo sin cesar.
Dos noticias de actualidad me han sacudido, dejándome el estómago revuelto y el puño apretado. Una, el ya imparable avance de la ultraderecha refrendado por los votos y, sobre todo, por una abstención que ha facilitado este terrible giro político y social. La otra, el asesinato de una persona más a manos del terrorismo financiero.
No, no fue un suicidio de una mujer simplemente desbordada por una situación. Como viene siendo tristemente habitual, a las personas vulnerables por diferentes motivos nos están matando desde las instituciones: la banca, los escaños y la judicatura. Gracias también a la complicidad de un tejido social al que le basta ir tirando. El silencio pasivo, la nada ante la demanda de auxilio de la otredad. Nadie conoce a nadie mientras nos despojan de nuestra dignidad, nos empobrecen y nos expulsan de nuestros hogares, dejándonos sin raíces. Esta situación nos abandona a deudas que jamás nos dejarán levantar cabeza porque son imposibles de saldar, destrozándonos la salud física y mental. Quienes como yo, hemos estado ahí, sabemos que la lucha contra estos titanes es incompatible con la vida y que se necesita poco más que un milagro para aferrarse a la esperanza. Dejad, pues, que os narre cronológicamente un sufrimiento privado que tiene mucho de público y de político.
2005. Los Enamorados. Amor, un trabajo que parece estable y una salud de hierro. Buenos tiempos para el activismo. Decidimos casarnos porque ese derecho costó mucho esfuerzo. Las tortilleras, maricones y travestis de nuestra generación pensábamos que jamás sería posible. Cuando se nace con un privilegio adquirido es fácil menospreciarlo o prescindir de él. Casado casa quiere, y los ancestros nos aconsejan que “por lo que te cuesta un alquiler mejor compras y que te quede para ti o para vuestra hija”. La mosca, borracha del néctar de la bonanza, cae en la trampa: piso en la periferia, cuqui y bien de precio, banqueros amabilísimos, hipoteca asumible, firma de cláusulas ininteligibles, y tira millas que mañana será otro día. Y ya si eso.
2008 – 2010. La Torre. Todo se desploma en pocos meses: mi salud, el trabajo y el país. La crisis despedaza Babel y se nos lleva a todas por delante. Brota una enfermedad autoinmune que me deja dos años en barbecho, sin diagnóstico y sufriendo síntomas incapacitantes. En esos días era gestora de proyectos socioculturales para entidades públicas, que empiezan a pagar las facturas pendientes a 120 días o nunca. Aún así hay que cumplir puntualmente con la cuota de autónomos, el IVA y el IRPF. No mercy. La situación se hace insostenible, la mensualidad de la hipoteca duplica su importe y los ingresos desaparecen. Mi mujer no encuentra trabajo y yo estoy en cama, gastando una fortuna en medicación. Tenemos que pedir clemencia al banco, ya no son amables y nosotras demasiado molestas. Nos dicen que nos van a ayudar para seguir pagando y mantener la casa: reunificamos deudas y aceptamos condiciones sospechosas.
Avanza la crisis, el cerco se estrecha, nada mejora. Se deben recibos para poder pagar el piso. Pedimos ayuda, de manera tristísima a mis padres jubilados. Amenaza de corte de suministros, 20€ para la compra quincenal, a la niña al menos que no le falte nada. Cada vez sentimos más desesperanza y el sufrimiento es terrible.
Recuerdo esos días con una profunda amargura. Perdí la risa y la confianza, la autoestima, la ternura y las ganas de vivir.
2011. El Diablo. Y la realidad se endurece todavía más: sigue faltando el trabajo y se acaban los recursos y las ayudas. No tenemos ahorros, ni nos queda nada que vender. A pesar de eso, arranco fuerzas y en cuanto estabilizo mi enfermedad, me tiro al ruedo de la poesía escénica; me agarro a ella como la única salvación para no perder totalmente la esperanza y la alegría. Pero las negociaciones con el banco son cada vez más estériles, no nos dan respuesta para poder aplazar los pagos, y no podemos evitar los retrasos. La rutina se torna desagradable y es incompatible con la pareja, que se resquebraja. No, el amor no lo puede todo. A la próxima persona que me diga que de todo se sale le arrearé un guantazo. Sólo nos queda solicitar una dación en pago: perder el sueño, el hogar y la estabilidad para librarnos de deudas y angustias. A otras familias ya las han desahuciado, hay suicidios cada día. Yo miro el balcón con demasiado cariño mientras me agarro al Prozac y a mis benzodiazepinas. El Sr. Banesto es un extraño que aprieta y ahoga, que exige y no contesta. Un perdonavidas que usa la extorsión, el miedo y la prepotencia para atemorizarnos.
2012. La Muerte. Se rompe la pareja, la vida, el hogar, las intenciones y la confianza en el futuro. Finalmente llega la “piedad”, el tiro de gracia en la sien: nos conceden una dación en pago. Pero parcial. No avisan (traidores, claro), y nosotras no sabemos qué significa. No hay letrados que nos asesoren, no llegamos a saber de la ayuda de la PAH, y el miedo hace que firmemos para huir de tanto dolor. Entregamos en el notario las llaves de nuestra casa y a cambio nos llevamos una deuda de 40.000€ imposible de satisfacer. Nos acaban de regalar una espada de Damocles en la notaría. El banco nos vomita de sus entrañas y promete contactarnos para pactar la devolución fraccionada de esa deuda. De nuevo, como al principio: firma de cláusulas ininteligibles y tira millas, que mañana será otro día. Y ya si eso, nos decimos. Lo hemos perdido todo. Absolutamente todo.
2013 -15. El Ermitaño y La Templanza. El final de una vida entera que llevábamos 15 años soñando juntas, la ruptura más feroz. El terror nos empuja por separado a casa de amigos, que nos ceden sus casas para poder empezar de nuevo. Sentimos vergüenza por eso, nos ocultamos. La vida se complica más. Soy cruel, cuesta que brote la risa, en las redes sociales no soy yo. Hay mucho sufrimiento y desorientación. Hay terapeutas, amigos, alcohol, poco trabajo, depender de los demás; soledad y miedo. Nos atacamos, nos reencontramos, nos hacemos más daño, huimos, mentimos, trabajamos en negro, en gris, precarias siempre. Cometemos errores, dejamos de hablar a los buenos amigos que nos han cedido sus casas porque el desgarro mental es terrible.
Locura y caos, boquear de peces ahogados en brea. Me vuelvo Ermitaña entre tanta Torre destruida, con la Rueda de la Fortuna girando hacia la nada. Pero nos nace un Fénix y volvemos a amar y a confiar en la vida, poco a poco. La senda ya está más clara: hay trabajo precario, vivienda precaria y nuevas expectativas. La pareja rota ahora se ha perdonado y cada una sigue su camino, intentando situarse aún después de tanto malestar y miseria. Todo parece en calma, y se consigue cierta paz mirando al futuro.
2016: La Justicia (invertida). De nuevo, Damocles: recibimos desde el juzgado, sin explicación alguna, un mazacote de papeles. Nos ejecutan la deuda. En ese tiempo, Santander se comió a Banesto y encontró nuestro expediente: dinero fresco, demanda fácil. De nuevo sólo sobrevivimos, así que no nos podemos costear abogados, y los de oficio se asignan a personas que todavía están más hundidas. Somos tierra de nadie. No sabemos a quién acudir, llamamos a mil puertas. Volvemos a llorar, a tragar saliva, a temer al futuro, a recordar todo el sufrimiento como si no hubiera pasado el tiempo.
Nos han vuelto a quitar el derecho a una segunda oportunidad, a ilusionarnos. Descubrimos que estamos dañadas y que cualquier problema nos atenaza y nos destruye la moral. Nos arrancan de nuevo de los brazos de un futuro sin miedo. Hace años que ni siquiera tenemos un número de cuenta corriente por miedo a que nos quiten lo poco que ganamos. Este país es devastador con la clase media-baja. Hija de clase trabajadora, sin padrinos, ni dinero, ni amigos influyentes. Nadie escucha atentamente; silencio y miedo. Suerte de mi nueva compañera, de la fortaleza adquirida, de las ganas de no dar el brazo a torcer y de conseguir la condonación de una deuda que nos tiene cuerpo a tierra.
2017. El Juicio. Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños. Aparece una persona en mi vida que me tiende la mano sin hacer preguntas y está dispuesta a ayudarnos a sacar el cuello de la picota justo en el momento en que quería soltarme de la vida. Costea un abogado, que empieza una negociación férrea con el banco durante algunos meses. Nos investigan, escarban y observan por vía judicial para comprobar nuestra miseria y confirmar que jamás podrán cobrar esa enorme deuda. Deciden condonarla graciosamente por unos miles de euros que abona mi salvadora en nuestro nombre. Esa cantidad es el precio de mi rescate, la fianza que nos libera de años de sufrimiento. Es lo que vale nuestra libertad y el derecho a soñar, a no tener miedo y a dejar de mirar los balcones con demasiado cariño. Hemos sido afortunadas por un giro inesperado de la vida, pero a mí aún me duele tanto la herida, que quisiera restañarla haciéndola pública, como un desnudo homenaje a tantas personas que no pudieron sobrevivir a la miseria que genera la inoperancia de este estúpido sistema capitalista patriarcal. Es hora, por muchas razones, de apretar el puño y levantarlo.
Monstruos, poema de Txus García en la antología ‘Indignhadas’. Urania Ediciones, 2012:
El inspector de Hacienda,
la chica de la curva,
el antidisturbios,
el hombre del saco,
la SGAE,
el señor del banco,
el coco,
el juez corrupto,
la niña poseída,
y el tasador para la dación en pago:
esos son los monstruos.
Tiemblo y me rechinan los dientes;
hoy a las 9 viene el Tasador.
Pondrá precio, a la baja a mi hogar,
a mi proyecto, a mi familia,
al esfuerzo de pagar hipoteca
durante tantos años de miseria.
Tasará mi vergüenza al pedir
dinero a mis viejos padres con
ya 37 años. A trabajar en negro,
sangrando la lengua por morderla
de rabia.
¿Cuál es el precio de mercado de mis
manos atadas, muertas, que atesoran fluoxetina
para no llorar a diario?
No culpéis al Tasador, ese hombrecillo
gris que pide los planos de mi vida,
cumple un cometido fundamental:
no mirar a los ojos a los desahuciados.
Los monstruos nunca se cansan de
asustar. Es su trabajo. Tienen suerte.
¿Qué hacer hoy cuando venga? ¿Dónde
la cruz y el ajo? ¿Y la estaca?
Sólo me queda entregarme.
Devorada, al fin,
por la crisis que siempre llamaba
a la puerta de al lado.