“No me importa con quién te acuestas ni tu vida privada”
Pretender disuadirnos de que nos expresemos como si cada vez que lo hiciéramos estuviéramos describiendo nuestras prácticas sexuales –esto es, qué hacemos en la cama– es una herramienta más del sistema para tenernos calladas y que no hagamos “ruido”.
Las amigas lesbianas, los amigos gays, la homosexualidad en general parece estar de moda, especialmente en los rigores del 28J (28 de junio, Día Internacional del Orgullo LGBTI). Tal y como afirma Violeta Assiego, “este año, más que otros, ha aflorado un ‘gayfriendlismo de postín’”. Y esta moda unida a los cuatro gays y las dos lesbianas de las series ha calado tanto, que ya todo parece estar hecho y, por tanto, nuestra lucha y nuestras manifestaciones están de más y molestan. Al menos esa es la tónica que experimentamos las lesbianas en el día a día, y a menudo sale a la luz en las numerosas ponencias, charlas y cursos de formación que he impartido en materia de diversidad afectivo-sexual y de género, tanto al profesorado como a la ciudadanía en general y a las instituciones. Aún queda mucha resistencia.
“A mí no me importa con quién te acuestas ni qué haces en tu intimidad”: con esta frase suelen poner de manifiesto algunas personas que ya está bien de reivindicar la homosexualidad, que ya está todo conseguido y normalizado, que ya no hace falta seguir luchando por “imponer” nuestra sexualidad. Pero lo cierto es que no se trata de contar con quién me acuesto, con quién me levanto ni con quién mantengo relaciones sexuales. Si esto es lo que realmente preocupa y de esto va la alarma que se despierta en buena parte de la sociedad cada vez que ponemos de manifiesto nuestro lesbianismo, desde ya les digo que pueden respirar hondo y permanecer tranquiles, porque ni lo decimos ni lo diremos: pero no por ustedes, sino por respeto a nuestra verdadera vida íntima, esa que no aireamos porque forma parte de nuestra verdadera privacidad. ¿Y de qué trata esa intimidad? Pues íntimo o privado es qué hago en la cama, pero no con quién lo hago, ni a quién amo o a quién deseo. Las personas socializamos nuestras relaciones afectivas y sexuales en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. Socializamos con quién nos acostamos, con quién nos levantamos e incluso a quién o quienes deseamos en muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana. Por tanto, nuestro lesbianismo no se reduce a las especificidades practicadas durante nuestra actividad sexual. Es más, podríamos permanecer años sin tener relaciones sexuales y no dejaríamos ni un solo momento de ser lesbianas ni de soportar la lesbofobia cotidiana a la que estamos expuestas (y que tan interiorizada tenemos, todo sea dicho).
Pretender disuadirnos de que nos pronunciemos como si cada vez que lo hiciéramos estuviéramos describiendo nuestras prácticas sexuales –esto es, qué hacemos en la cama– es una herramienta más del sistema para tenernos calladas y que no hagamos “ruido”. Es el armario social al que nos enfrentamos en la sociedad. El armario es un arma política opresora del patriarcado que persigue la represión de la expresión homosexual. El estigma existente entorno a toda manifestación pública de la homosexualidad junto a la presunción de la heterosexualidad obligatoria a menos que se demuestre lo contrario van en detrimento del principio de igualdad para el colectivo LGB.
Las lesbianas soportamos todas las violencias habidas y por haber como mujeres en esta sociedad; pero es que, además, no nos gustan los hombres, por lo que suponemos una amenaza más para el sistema. Saber que soy lesbiana no hace a nadie conocedor ni conocedora de mi vida privada. Soy lesbiana cuando me relaciono con hombres y con mujeres, cuando conozco a gente nueva, cuando voy a las visitas médicas, cuando doy rienda suelta a la imaginación y fantaseo con la vida en general, cuando bromeo y hago chistes (sí, mi humor también es lesbiano). En el trabajo, en el restaurante, en el descanso para el café, en la farmacia, en las fiestas, en la calle…no solo en la cama. De hecho, hay muchos días del año en que soy lesbiana en todos sitios excepto en la cama (bueno, en los sueños también soy lesbiana, claro está).
Creer que solo soy lesbiana cuando me acuesto con otras mujeres es un argumento simple y rancio que reduce y oprime nuestra modo de vida. Mi mirada es lesbiana siempre y sin descanso: eso implica ser mujer, sentirme atraída por mujeres y no desear a los hombres (todo junto, y por separado también). Desde que me acuesto hasta que me levanto, lo haga sola o no.
Y estoy harta de que me digan “a mí no me importa tu vida privada”. Pues a mí sí me importa la tuya, hermana. Cuando tú hablas de tus opresiones, yo te escucho, las siento mías y te creo, hermana. Así que la mía también debería importarte, y mucho. No porque sea mía, sino porque también es tuya, nuestra (como mujer al menos). Recuerda que de ahí viene aquello de que “lo personal es político”. ¡Si no, de qué!
Estamos cansadas de escuchar la misma cantinela una y otra vez. Las lesbianas somos mujeres. Ser lesbiana es una interseccionalidad más como mujer. Además, la lesbofobia no solo la soportamos las mujeres lesbianas. Tiene una raíz muy grande relacionada con el sexismo y eso hace que nos afecte y nos incumba a todas. El sistema utiliza el lesbianismo como un insulto: aquellas mujeres que se salen de los roles de género culturalmente establecidos son descalificadas como “marimachos”, “bolleras”, “camioneras”, “tortilleras”… Vale cualquier insulto que les recuerde que se están saliendo de la heterosexualidad o de los estereotipos de género que les corresponden. Por tanto, la lesbofobia no es un problema de las mujeres lesbianas únicamente. Escuchémonos y luchemos juntas en una misma dirección. No le demos el gusto al sistema de oprimirnos entre nosotras.