‘Sita’: una trinchera literaria contra el desahucio amoroso

‘Sita’: una trinchera literaria contra el desahucio amoroso

Leer esta obsesiva crónica del fin de una relación puede resultar decepcionante para quienes admiran a Kate Millett precisamente por ser una pionera en definir el amor romántico como “el opio de las mujeres” y apostar por la revolución sexual. No nos dejemos llevar por esta primera impresión: Sita es un ejercicio de libertad creativa y la historia de una escritora que gana la batalla contra la página en blanco.

12/12/2018

“¿Por qué la pérdida es la medida del amor?”, se preguntaba la voz narradora de Escrito en el cuerpo, poética novela de la británica Jeanette Winterson que vino a mi cabeza más de una vez durante mi lectura de Sita. El amor se engrandece en el recuerdo a medida que va desapareciendo en el presente y Sita es la crónica, en vivo y en directo, de esta desintegración de una patria y de una lengua enarboladas por dos mujeres muy diferentes: Kate Millett, la neoyorkina, la artista, la feminista que había removido los cimientos patriarcales a principios de los setenta con su Política sexual y Sita, la europea afincada en California, la esnob que había estado casada tres veces, la madre, la abuela. Les separaban quince años y todo el país que se extendía entre ellas. Sin embargo, la ternura —”Dormida, estira el pie y toca el mío. Como un beso.”— y el deseo —”Cómo me ha hecho el amor siendo una mujer y yo siendo una mujer con ella¨— hicieron posible este fuego que parecía eterno.

Portada de la edición de 'Sita' publicada por Alpha Decay y traducida por Núria Molines

Portada de la edición de ‘Sita’ publicada por Alpha Decay y traducida por Núria Molines

Pero “el amor es injusto”, escribe Millett al darse cuenta de que la llama se apaga para Sita, de que lo mismo que funcionaba deja de funcionar, de que lo que Sita consideraba encantador en ella es ahora causa de su exasperación: “Resulta inconcebible que esto suceda, que te dejen de amar, cuando el recuerdo conoce un mundo completamente diferente”. Sita es la crónica de Kate Millett, quien asiste a su propio olvido y lo registra en su cuaderno casi más sorprendida de la persona en la que se está convirtiendo a medida que su corazón se rompe a cámara lenta que de la crueldad de la otra, la que se desenamora y por tanto se juega menos. Así, Millett escribe con una pluma visceral, unas veces triste y otras furiosa, sobre su pérdida literal de voz —”No tenía nada que decir, estupefacta al darme cuenta de que no tenía nada que decir; me sentía ajena, distraída, desgajada de mí misma”— y sobre su sometimiento literario a las manipulaciones y antojos de una Sita a ratos distante y en ocasiones incluso malvada.

Para las lectoras feministas que recuerdan a la Kate Millett irreverente y libre, a la libber radical de la segunda ola que reivindicaba la libertad sexual y el origen histórico y cultural del patriarcado, esta imagen que ofrece la autora de su persona puede causar desconcierto, incluso decepción. Sita llega a sentirse como un texto agónico hasta en los momentos en que todo parece que va a volver a ir bien y que la relación va a salvarse, porque quien lo lee no deja de sentir la inquietud de haber experimentado algo similar y de tener el presentimiento de que la cosa no pinta bien. Sin embargo, exponerse como alguien vulnerable y lleno de contradicciones, sin “el disfraz de la ficción, esa defensa”, es un acto de valentía y de honestidad muy difícil de encontrar en el género autobiográfico. También es un acto de libertad creativa, un poner en el centro lo pequeño, la grisura del día a día de una relación que se desvanece. Una relación entre dos mujeres, no lo olvidemos, y es que los hombres se asoman tan solo en la periferia de esta historia verdadera.

¿Cuántas veces aparece el nombre de Sita en cada hoja, la S mayúscula destacando en innumerables líneas? El relato de Kate Millett puede resultar una lectura agotadora, pues página tras página desgrana los mismos sentimientos de impotencia y de pérdida hasta que los transforma en una obsesión, en una lucha contrarreloj para que nada se pierda, en una trinchera contra el desahucio amoroso magistralmente reproducida al castellano en la traducción de Núria Molines. Sin embargo, no olvidemos que Millett es ante todo escritora y el desahogo no es el motivo principal por el que vuelca su desesperación sobre un cuaderno. Como artista de la palabra, Millett convierte a Sita en un personaje literario y con la curiosidad de una científica que está realizando un experimento decide quedarse y vivir sin analgésico alguno el abandono con el fin de “estudiarlo, registrarlo incluso, poseerlo”, celebrando su “capacidad de captar la experiencia que me convierte en algo más que su víctima”. Además, se pregunta al escribir lo que le está pasando si “el hecho de elegir un día —que comienzas a sabiendas de tener que recordarlo y observarlo— ¿afecta de alguna manera? ¿La verdad se desequilibra, se distorsiona?”.

Sita es la historia del fin de un amor, sí. Pero sobre todas las cosas, Sita es el experimento literario llevado a cabo por una autora que sabía que en cuanto cerrase el cuaderno se marcharía para volver a ser libre. Poblado de imágenes bellas e implacables, de sensualidad y de todos esos momentos desastrosos que nos convierten en seres humanos, estamos ante una prosa que requiere un esfuerzo de lectura para no incurrir en el desaliento, pero que al mismo tiempo resulta imposible de abandonar sobre la mesilla de noche, como si el mantra con nombre propio de Millett hipnotizara a quien devora su crónica: Sita, Sita, Sita.

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