Nostalgia y picardía: ‘Aquelarre de muñecas’  

Nostalgia y picardía: ‘Aquelarre de muñecas’  

Leer este libro me ha catapultado a cuando mi abuela tenía que quitar un cuadro de una pantera porque yo pensaba que me miraba, el día en el que me bajó la regla por primera vez en las piscinas y mi padre me soltó la monserga de "ahora ten mucho cuidado" o cuando falleció Lola Flores. 

 

El libro 'Aquelarre de muñecas' sobre dos muñecas de porcelana.

Foto de Gnomo.eu compartida en su Twitter

Yo nací, según Orwell, en ese momento futurista granhermánico en el que el mundo estaría hecho un cuadro, 1984. Y fíjate que así como quien no quiere la cosa, la fecha que yo usaba como momento futurista está al caer: 2019 ya está encaminado (¡FELIZ AÑO!) y 2020 será dentro de trescientos no sé cuántos días. Que sí, que sí, que no me adelanto. Que ya sé que estoy corriendo mucho. Pero es que nunca pensé que llegaría casi 2020 y estaría el percal como está. ¿Nos damos cuenta de que YA es el futuro? Too much. Yo soy muy poco de Carpe Diem y mucho de Ubi sunt o de “mañana será un nuevo día”, así que no es sorpresa para nadie que me fascinen las tiendas de basurillas de segunda mano. No me refiero a ropa vintage ni retro, que generalmente no me sube de las rodillas o no me pasa por el codo (¿acaso todo el mundo antaño era flaco y pequeño?, ¿o sólo se vende ropa de esos tamaños en las tiendas porque da más glamur?), me refiero a esas tienduchas que tienen radios antiguas, relojes con cuerda, botellas de vino amarillentas con tapón de madera y cuadros peculiares de marcos indescriptiblemente barnizados. A menudo, cuando vivía en Nebraska, mi actividad sabatil mañanera era ir a los tres Goodwills que tenía relativamente cerca y buscar tesoros. Una vez encontré un casette de Mecano. EN NEBRASKA. Lo guardé por un tiempo como oro en paño. Y ahora si os digo la verdad no tengo ni puñetera idea de dónde está. Así es una. El caso es que hoy por hoy estoy volviendo a practicar este deporte y me hace muy feliz mirar cada tramánculo que me encuentro e imaginarme de quién ha sido, cuándo lo ha usado y cómo ha llegado a esa balda a ser vendido al peso, la mayoría de las veces a 1 euro por producto. Cuando mis amigas viajan a sitios (mis amigas viajan mucho) siempre les encargo que me traigan o esculturitas de mujeres, o postales de mujeres. Y en uno de los viajes de mi amiga Leire, flipé cuando me trajo FOTOS REALES DE GENTE que había encontrado en un mercadillo. ¿Quién era esa gente? Tuve entretenimiento para rato inventándome la vida de cada persona retratada. A partir de entonces, se creó un nuevo ritual.

Soy cotilla desde la tierna infancia y disfruto oteando lo que me rodea. Me encanta espiar a quien se pone a tiro, soy chafardera (creo que nunca he escrito esta palabra pero me recuerda a mi amiga del pueblo, igual que ponerle la a los nombres delante, “picar” o “bambas”) y nunca digo que no a un buen chismorreo. Huelga decir que soy exhibicionista emocional de nacimiento y que cuento mi vida hasta aburrir a quien tengo delante, porque yo no sé hablar de otra cosa que no sea yo. Leí en su día no sé dónde que la gente más lista es esa que crea conocimiento, luego está la que habla de ideas y luego la que habla de sí misma o de las demás. Holabuenastardes, en el último estrato social, soy lerda del culo. Y todo bien. Mira, es que estoy ya cansada de que todas tengamos que ser superlistas, y escribir libros. Alguien tendrá que leerse los libros y aprender de la gente ultrainteligente, ¿no? Digoyo, chica.

En septiembre de 2018, Penguin Random House publicaba Aquelarre de muñecas. Con casi sesenta escritos divididos en tres partes a lo largo de 218 páginas, la escritora murciana Ana Elena Pena nos facilita un ameno recorrido de lo que son sus recuerdos vitales. La autora nació ocho años antes que yo, pero se me ha hecho francamente sencillo pasearme por su vida de puntillitas, mirando debajo de las alfombras y a través de las ventanas de lo que nos cuenta en su última obra. Da la sensación, cada vez que la lees, de estar presenciando un momento Amélie en el que el tapón de un frasco de colonia cae al suelo, pega a un azulejo y descubre un hueco secreto con una caja llena de cosas cuquis con significado para quien las guardó y para quien las mira fascinada. Bueno, a ver: como Amélie, pero menos cursi.

Entre cuento y verso, verso y cuento, Ana Elena Pena va dando forma a las vivencias de un grupo de personas formado por la generación justo anterior a la millennial. Nacieron sin teléfonos móviles, asistieron ojipláticos al parto del primer videoclip de Michael Jackson, “Thriller” y tenían abuelas cuyas decoraciones hoy por hoy muy kitsch (¿esto es la comida esa que parece pizza inflada o el estilo ese rococó ecléctico que hace las delicias de les hipsters, que no mentero?), hacían que vivieran en las casa de los horrores, con despensas y habitaciones oscuras que provocaban un miedo de lo más perturbador. Leer este libro me ha catapultado a cuando mi abuela tenía que quitar un cuadro de una pantera porque yo pensaba que me miraba y me ponía a llorar de miedo, el día en el que me bajó la regla por primera vez en las piscinas de Viana en Galicia y mi padre me soltó la monserga de “ahora, ya sabes: ten mucho cuidado” o cuando falleció Lola Flores. También me han venido a la cabeza aquellas tardes que pasábamos encerradas en la despensa de mi amiga del pueblo mirando fotos de la Interviú (¿quién no?), y hablando de cómo los hoyuelos en los mofletes nos harían más guapas. ¿Alguien más ha ensayado para que le salga hoyuelo o éramos nosotras las únicas obsesionadas?

Aquelarre de muñecas es un libro PRECIOSO. La autora rememora, no sé si con nostalgia, pero definitivamente sí con cierta gracia y picardía, todo lo que se le pasa por la cabeza en cuanto a su niñez y adolescencia sin demasiado orden ni concierto. Lo mismo te chocas con la EGB, como buceas entre mujeres fatales de la calaña de Lolita, Salomé o Lilith, que acabas diciendo Verónica tres veces delante de un espejo después de haber hecho la ouija. Lo mismo te habla de su anorexia y bulimia, como escribe sobre el famoso “qué quieres ser de mayor”, te habla de su cuarto mes de embarazo, que te casca una cita de Charles Manson. Yo no sé si las niñas mayores lloran o no (sólo sé que yo lloro del orden de 1,5 veces al día: unos días 4 veces y otros cero), pero Ana Elena vierte sobre ti cual catarata una serie de situaciones que te hacen disfrutar, no sólo porque son divertidas e ingeniosas, sino porque con cierta nostalgia, vas a transportarte tú misma a cuando te tocó vivirlas a ti.

Además, lo bueno de este esta compilación de escritos, es que yo diría que puedes leerlo en el orden que te dé la gana. A mí me pasó que primero me leí todos los poemas, y luego me leí los cuentos en desorden, porque sentía que así tenía que ser. Hoy no es 20 de abril, pero pareciera que cuando te zambulles en estas páginas aparece una voz por detrás de ti que te pregunta eso de “hola, chata, ¿cómo estás?”… es como si al contarte su vida, la autora te invitara a pensar y a contarte tu propia historia. Esa historia mediocre sin grandes logros a la que quizás no le ha prestado la suficiente atención. Y giras la vista atrás y piensas: hostia, cuánto ha llovido, ¿no? Y empiezas con el “te acuerdas cuando…”. Y tienes una conversación contigo misma. Porque este es un libro que remueve. Un libro que te pone en modo reflexivo. Eso sí, siempre con “carácter alegre pero ánimo depresivo”, como ella dice, pero vas a sentir que tienes acceso al archivo metálico con cierre y candado. Me parece que te haces un gran regalo de año nuevo, si imitando a Ana Elena Pena te das el gustazo de honrarte y re-conocerte. En el orden que te dé la gana, por supuesto. Por el módico precio de 12 euros con 90 céntimos. No dejes de hacerlo.


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