Que lo petardo no nos quite lo político

Que lo petardo no nos quite lo político

Soy fan de Eurovisión, pero me sumo al boicot que reclaman las organizaciones palestinas ante su celebración en Israel. 

13/02/2019

 

Netta, ganadora de Eurovisión en 2018./ Twitter

Netta, ganadora de Eurovisión en 2018./ Twitter

Soy fan, fan, fan de Eurovisión desde siempre, desde la tele en blanco y negro, desde que no había ningún otro canal para zapear, y el concurso me ha acompañado y servido en todas las etapas de mi camino. De año en año he podido volver a ella y aplicarle las nuevas miradas que había incorporado a mi propia vida. Eurovisión me ha servido para entender el feminismo, el racismo, el clasismo, la geopolítica, la captura de lo LGTB, el homonacionalismo y todo lo que queráis, porque todo, todo, se concentra ahí. Es la representación del proyecto de mundo que los poderes tienen preparado para nosotras y una reivindicación de Europa como centro cultural (ejem) del mundo. Su gran acto de espectáculo-propaganda. Éste es el mundo que os permitiremos tener, nos dice Eurovisión. Y estas son las motos que os vamos a vender. Un gran acto publicitario sobre nuestro propio futuro bajo la forma inocente de un concurso musical medio tontaina y seguido por casi 200 millones de personas en el mundo gracias precisamente a ese formato medio tontaina que no da ni para ponerse en guardia.

Miro Eurovisión, aclaro, sin mirada afectada, sin fruncir el ceño y sin ponerme intensita. La miro y la disfruto, monto fiestas para verla en grupo y esa noche para mí es La Noche. Porque estoy harta de que el petardeo sea privilegio de los indiferentes y porque, como decía mi querida June Fernández hace ya muchos años, si no puedo perrear, no es mi revolución.

Dicho esto, hermanas petardas, este año no va a poder ser. Porque, como bien sabemos, este año Eurovisión se celebra en Israel y los colectivos y asociaciones palestinas nos han pedido que hagamos boicot.

Los motivos lo podéis leer en enlaces que os dejo al final de este texto, pero os hago un resumen para los tiempos acelerados que nos habitan.

Sabemos que Israel está haciendo un genocidio de los y las palestinas. Nada nuevo, no nos engañemos: no hay un solo estado que se libre de haber masacrado a los pueblos que lo incomodan, pero la diferencia en este caso es que el pueblo masacrado nos está pidiendo que hagamos boicot en concreto a Eurovisión y en concreto este año. No apoyar esta demanda ya no es petardeo, es otra cosa bastante más fea. Esta acción forma parte de una estrategia liderada por un montón de colectivos palestinos que creen que la estrategia de boicot internacional selectivo es lo único que puede suponer un cambio definitivo en su situación. Y cuando digo cambio, lo digo refieriéndome al cambio abismal entre la vida y la muerte. El año pasado, Israel ganó el certamen con una canción de buen rollo que denunciaba el bullying, y al día siguiente, mientras aún la tarareábamos, mataba a 55 personas en Gaza y hería a 1900 personas más, aprovechando el tirón de simpatía que Eurovisión le había supuesto.

Que Europa tiene una responsabilidad enorme en la cuestión palestina es evidente, y que Israel nace a partir de otro genocidio, también. En lugar de hacer un proceso de reparación con la población judía tras la Segunda Guerra Mundial, la cuestión se solventó apoyando su traslado a una tierra donde había una población autóctona que no tenía nada que ver en nuestro follón.

Nunca he llegado a entender por qué no tienen más éxito los boicots, que son una acción bien sencilla, bien pacífica y tremendamente efectiva. Pienso, por ejemplo, en el boicot a Air Europa por participar en las deportaciones de personas migradas a Europa. En el caso del boicot a Israel, no va contra la población sino contra la gran maquinaria que legitima la guerra: Caterpillar, Boeing, Hewlett Packard, la Embajada israelí y, ahora, Eurovisión. No hay espacio, pues, ni para dobleces morales. ¿Por qué no boicoteamos más a las grandes empresas, y nos boicoteamos tanto entre nosotras?

Mi hipótesis es que el boicot es anónimo y es incómodo. Es una acción que no implica actividad en un mundo productivista, sino contención en un mundo consumista. Porque no implica hacer pancartas ni gritar más que nadie sino renunciar a cosas que nos apetecen y, encima, sin ninguna retribución social. No hay nada que colgar en Instagram cuando dejas de hacer algo por boicot. Nos relega a uno de los terrores del norte global posmoderno: la invisibilidad, la pequeñez, la antiheroicidad, el anonimato. Y nos relega, también, a no liderar. Nos ponemos a debatir si el boicot sí o no, cuando, en este caso, no hay nada que debatir: si los colectivos palestinos lo consideran oportuno y necesario, ellos saben mejor que nadie.

Yo no me voy a perder Eurovisión, así os lo digo. Pero no veré la edición de este año ni le daré bola alguna a menos que sea para apoyar el boicot. Haremos la fiesta con los grandes hits, pero de los años anteriores. Haremos nuestros karaokes porque la alegría no nos la van a arrebatar. Porque somos petardas, sí, pero lo petardo no nos quita lo político. Que no se confundan, que somos fans de Eurovisión, pero no compramos sus motos.


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