La Desbandá. Identidad y memoria
Ana Leiva e Isabel del Valle comparten sus recuerdos de la Desbandá, aquella huida masiva de Málaga en plena Guerra Civil. Marta Orosa recupera la memoria de su abuela -y la de su madre, sus tías, sus primas, y la de su hermana y la suya propia, y la de tantas mujeres andaluzas- en un proyecto que trata de desmemoria, incomprensión y ausencias.
El proyecto artístico, ‘La Desbandá. Identidad y memoria’ que cabalga entre el trabajo documental y el conceptual y que enraíza lo personal con lo político, nace de las historias que me contaba mi abuela en el salón de su casa, de cuando tuvieron que coger cuatro cosas y salir huyendo de Málaga porque llegaban las tropas franquistas “cortando cabezas y violando a mujeres”. Era el 7 de febrero de 1937.
Esas historias de mi abuela, que siempre me parecían quedarse a medias (como si de algunas partes no se pudiese hablar), no eran La Historia con mayúsculas que encontraba en los libros. No era la voz visible. Era la de Antonia, una mujer andaluza, que nos hablaba desde lo que había vivido. Siento que esas historias son también las de mi madre, las de mi tía, las de mis primas, las de mi hermana y las mías. Digo que son nuestras porque todas hemos vivido escuchándolas y porque han configurado los dolores y las fortalezas con las que hemos crecido.
Para mi abuela, que tenía seis años en aquel momento, la Desbandá fue una aventura: un camino lleno de niñas para jugar, cañas de azúcar para comer… ¿Qué más podía pedir? La mamatoña, su madre, lo vivió desde el lugar de quien deja su casa, sus quehaceres, sin despedirse de sus vecinas y se lanza a caminar con sus hijas y el miedo a cuestas. Caminaban por la carretera de Málaga a Almería, con el mar a su derecha y a la izquierda la montaña. Ella contaba siempre que a lo lejos, en el mar, se veía una lucecita que no le gustaba ni un pelo y cuando estaban llegando a Almería esa luz resultó ser un barco desde el que las bombardeaban. Entonces ya no había juego, ni cañas dulces, solo quedaban los cuerpos esparcidos por aquel camino y el miedo de las que consiguieron sobrevivir.
Fue uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Civil española. Maribel Brenes, coautora del libro 1937. Éxodo Málaga Almería, señala que por esa carretera, que ahora se conoce como la carretera de la muerte, se desplazaron entre 100.000 y 300.000 personas tras las amenazas radiofónicas de Queipo de Llano y, más de 5.000 personas murieron en el camino. “Yo iba andando y pisando muertos”, me dice Josefa La Molinera, una de las supervivientes. Sin embargo, esa historia trágica de Andalucía es una historia olvidada.
Ana Leiva, que tiene ahora 97 años, se ha pasado más de 30 sin hablar con nadie lo que vivió aquellos días de febrero. “Después de eso, en mi casa no se habló absolutamente nada. Cada uno se lo tragó y se lo quedó con él”, me cuenta. Ese, me parece, que es un olvido de alguien que está lleno de dolor y necesita seguir viviendo, pero siento que el olvido sobre la Desbandá corre en muchas direcciones y está atravesado también por otros silencios, determinados por la culpa o la vergüenza.
82 años más tarde, con la necesidad de restaurar esas narraciones a medias de las voces que no forman parte de las Grandes Narrativas ni la Historia, llevo a cabo ‘La Desbandá. Indentidad y memoria’, que consiste en una serie de diez retratos de supervivientes de la Desbandá, intervenidos posteriormente con imágenes originales del suceso, fotos personales y otros objetos. Cada imagen va acompañada del testimonio en audio de las protagonistas.
En las charlas con ellas no encontré fechas, ni horas. Encontré con voces llenas de verdades -las verdades que salen del cuerpo-, de desmemoria, de incomprensión y ausencias. Ahora sé que esas historias, que parecían prohibidas y que se contaban en la casa de mi abuela, no solo estaban allí entre nosotras, sino que estaban en otras casas (se contaran o no) y han configurado las penas y las fortalezas de muchas familias andaluzas.