El cuerpo que habito

El cuerpo que habito

Pilar Adan

 

Me envuelve un cuerpo de 36 años. En él, todas y cada una de mis vivencias se disputan la atención, recordándole a mi mente que va por detrás, que sólo es la voz en off que trata de narrar lo que […]

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Imagen: Núria Frago
13/03/2019

Pilar Adan

 

Me envuelve un cuerpo de 36 años. En él, todas y cada una de mis vivencias se disputan la atención, recordándole a mi mente que va por detrás, que sólo es la voz en off que trata de narrar lo que muchas veces no es posible poner en palabras. Con el alma a flor de piel, desafiando a mi capacidad de guardar la compostura y llena de pulsiones que me llevan en volandas sin permiso.

Hace muchos años, escribí unas líneas para la revista que preparábamos en el centro donde entonces trabajaba, un piso de emergencia para mujeres víctimas de violencia machista. Una de mis compañeras se esmeraba mucho en dar formato y llenar de ilusión esas páginas para poder compartirlas después con todas las vidas que “habían caído en nuestras manos”. Suena condescendiente y pretencioso; y, en verdad, lo es; pero creo que se ajusta a lo que yo sentía en aquella época. Llena de ilusión por dar y aprender, y con muchas heridas sin sanar (sin mirar si quiera) que me convertían en una persona inagotable en la entrega, fuerte para sostener el dolor y profundamente disociada para poder conectar de verdad con las otras.

Hoy resuena en mi cabeza una de las frases que compartí: “este boceto sin cuadro que es la vida”. Creo que recordaba esta metáfora de un libro de Milan Kundera (posiblemente de “La insoportable levedad del ser”). Desconozco el motivo porque el que esas palabras están acompañándome ahora; pero lo que tengo claro es que me traen un mensaje, quieren decirme algo.

En las encrucijadas que a veces un cuerpo se siente, la mente trata de trazar caminos más seguros, senderos que saquen de dudas a piernas, alma y pecho; que guíen a esa piel a través de lugares, calles, pasajes… que nos alejen de lo temido y nos acerquen al objetivo de nuestra existencia. Pero, ¿qué ocurre si el cuerpo se adelanta y lo gobierna todo?; ¿si todas las partes que conforman una vida están a merced de una de ellas? ¿De la más salvaje, la irracional, la que no tiene más ley que sus deseos ni otro objetivo que vibrar y sentir cada momento? Yo, no sé lo que pasa; pero lo que sí sé es que, sea lo que sea, no hay ensayo posible para poder después escoger la mejor opción. Se puede ir haciendo eses, aceptando las consecuencias de cada paso y eligiendo el siguiente. ¿Elección? Paradójicamente utilizo mucho esa palabra, también “consciencia”; pero en este preciso momento siento que no elijo nada, quizá sea consciente de mi no elección y eso me haga sentir que soy más libre: ¿Autoengaño quizá?

Un cuerpo de 36 años que alberga dolor y alegrías, sexo y resistencias, pelos y cicatrices, duelos y saltos al vacío… El mío. El que hoy decide pintar ese boceto sin miedo: repensando tatuajes, descubriendo refugios, dejando vibrar las cuerdas vocales, prescindiendo de prescindibles, aceptando algunas dependencias, buscando nuevas militancias, escribiendo desde las tripas, ardiendo de rabia y mostrándola, cuestionando el equilibrio, asomándose a lo desconocido… Un cuerpo que desea encontrarse con las otras y tejer redes seguras en medio de este mundo hostil que me violenta y me ningunea cada día.

El feminismo me ancla y me recuerda que estoy acompañada. Y, entonces, puedo saltar.

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