Seis cosas que estoy aprendiendo desde que perdí a mi bebé
La coach reflexiona sobre el espacio para la pérdida, el duelo y la imprevisibilidad de la vida. Y comparte los aprendizajes y lo que a ella le ha ayudado, como poder compartir, visibilizar y politizar las experiencias que vivimos las mujeres. También, escribir este texto.
“Relajarnos en el momento presente, relajarnos en la ausencia de esperanza, relajarnos en la muerte, no resistirnos al hecho de que las cosas se acaban, de que las cosas pasan, de que no tienen sustancia duradera, de que todo está cambiando constantemente: éste es el mensaje básico”
“Todas las cosas de nuestra vida pueden despertarnos o ponernos a dormir, y básicamente depende de nosotrxs dejar que nos despierten”
Pema Chödron
De repente, el shock.
La pérdida de la inocencia.
21 semanas de embarazo. Unos meses que son un mundo.
Se acabó. De la noche a la mañana. Todo iba bien, me sentía fuerte, no había ningún problema.
Pero esa mañana lo hay. Y me encuentro, como en una suerte de pesadilla macabra, en el hospital; pariendo a mi bebé sin vida.
Nada se sabe. Quizá fue una infección. Se rompió la bolsa. No se sabe. No hay explicación.
NO HAY EXPLICACIÓN.
Cierro los ojos y entro en una especie de trance. Es extraño y poderoso, respiro profundo, me crezco, me empodero, me despido de él mientras sale de mi vientre.
No siento más que una conexión intensísima con el presente, con cada segundo. No hay pasado ni futuro, sólo hay cuerpo y respiración. No soy capaz de dimensionar lo que estoy atravesando y mucho menos lo que pasará.
Tan solo el shock. Y después, el silencio.
De ese 22 de junio de 2017 hace 1 año y 9 meses.
Ese día, sin saberlo, emprendí un viaje. Un viaje desconocido e imprevisible hacia adentro, del que no puedes escapar; un viaje que te transforma por completo, con aliento de montaña rusa y un tacto que, en los momentos más duros, es de pared fría y rugosa.
Hoy, en este artículo, trato de poner palabras a tantos aprendizajes que han ido llegado en estos meses de travesía. Reivindico, más que nunca, que lo personal es político. Quiero dar visibilidad sin tapujos a esto, que es parte de la vida. Del mundo. De todo aquello que tantas veces se pretende esconder debajo de la alfombra, pasando página.
Hoy estoy (un poco más) preparada para entender que todas las situaciones duras e incomprensibles pueden servirnos para crecer si nos damos el espacio para ello.
Aprendizaje 1- Lo simbólico duele, necesitamos ocupar lo público
En los primeros meses tras la pérdida mi percepción era borrosa y tengo recuerdos difusos. Digamos que funcionaba en modo automático. Supongo que es algún tipo de disociación que nuestra mente pone en marcha para poder soportar el dolor y la frustración.
Sin embargo, hay algo que recuerdo con mucha claridad. Me molestaba horrores ir por la calle y ver sólo estatuas de tíos. Señores en caballo, con espadas, con poses recias y solemnes, médicos, universitarios, científicos, militares. Señores a los que, desde el espacio público, desde lo visible, la sociedad honra y reconoce por sus hazañas, aportaciones y logros (un tanto dudosos en ocasiones, por cierto).
¿Y las mujeres? ¡Qué dolor, joder! ¿Dónde están las mujeres músicas, empresarias, científicas, limpiadoras, agricultoras, las mujeres que toda la historia han parido, criado, alimentado y sostenido a criaturas, personas mayores y a tantos hombres?
Que nosotras estamos infrarrepresentadas en lo público, o que directamente no existimos, ya lo sabía. Pero, uf, sentirlo desde mi cuerpo recién parido, desde mi pérdida, supuso alcanzar otro nivel de consciencia, mucho más doloroso y sincero.
Me hizo sentir terriblemente sola.
De alguna manera mi sociedad, aquella a la que me han dicho que pertenezco en igualdad, me mandaba el mensaje de que todo esto por lo que pasamos las mujeres cisgénero (la menstruación, la menopausia, el estar embarazadas, parir, criar, perder bebés, ver nuestros cuerpos transformados) no es importante, no es una hazaña, mucho menos algo que reconocer y representar de manera visible.
Bueno, claro, a menos que sea desde una visión esencialista y romantizada de la maternidad, como destino feliz, ideal, único y maravilloso de todas las mujeres.
Si no es así, simplemente no se muestra. Lo feo, lo poco apropiado, lo que rompe esa imagen idealizada, muchas de las realidades propias de las mujeres o de personas no binarias, sencillamente, son obviadas.
Esto me hizo darme cuenta de la necesidad de hacer política en torno a los abortos no deseados, de hablarlo, de contarlo, de compartir experiencias, de escuchar otros casos. De la necesidad de saberte acompañada, de saber que no eres la única y que tu sociedad reconoce ese dolor y esa experiencia, no solo las vivencias relativas a esa referencia falsamente neutra que es el hombre blanco, occidental y de clase media-alta.
Aprendizaje 2 – La importancia de respetar los tiempos y los procesos de dolor de cada persona
Esta sociedad nos muestra que la muerte, lo desagradable, la enfermedad o las pérdidas son realidades que no existen o que se han de esconder. Por supuesto, no tenemos ni la menor idea sobre cómo acompañar un duelo. Nadie nos enseña.
Lo verdaderamente importante cuando has vivido un evento doloroso, lo que te otorga el “DPSR” (diploma-de-persona-solvente-y-resolutiva), es el estar bien y sonriendo cuanto antes, como si nada hubiera pasado. Alguna vez he escuchado al psicólogo Joan Garriga hablar de la “dictadura de la felicidad” en la que vivimos.
Algo que estoy aprendiendo y en lo que pongo especial atención es a respetar los tiempos y los procesos de dolor de cada persona. Cada ser es único y particular. También, ante el sufrimiento de una persona, omito frases que, a pesar de venir en muchas ocasiones desde una buena intención, duelen mucho. Para muestra, algunas que he escuchado repetidamente:
“Tranquila, ¡pronto tendrás otro bebé!” (Horror de los horrores).
“¿Todavía sigues mal? ¡Ha pasado ya mucho tiempo!” (Os juro que es verdad).
“Lo mejor es que vuelvas a trabajar y así te olvides” (Lo malo hay que olvidarlo lo antes posible).
“Venga, anímate, se te pasará antes. No le des tantas vueltas” (“Anímate” en ciertos momentos suena a ciencia ficción y es como una puñalada en medio del corazón).
Me alucina que no se nos enseñe desde la educación básica que la muerte es parte de la vida. Y cuando hablo de la muerte no me refiero solo a la muerte física, sino a lo doloroso, lo frustrante, lo incontrolado, los duelos, los cierres, los finales.
Todas y todos atravesaremos pérdidas y duelos. Y es importantísimo que sepamos lo que implica y, al menos, unas nociones sobre cómo acompañar respetuosa y empáticamente a una persona que está sufriendo.
Sentir el dolor que implica una pérdida así de alguna manera me ha suavizado, me ha hecho más empática, más cercana al dolor de las otras personas. El impacto que ha tenido en mi manera de acompañar como coach ha sido tan tierno y tan bestia a la vez que diría que hay un antes y un después.
Pero para poder rescatar estos regalos y sentir todo esto que os cuento ahora, he necesitado y seguiré necesitando tiempo, tiempo para dejarme sentir y elaborar.
Alguien que ha vivido una pérdida y está transitando un duelo no necesita que le salven, ni que le digan la frase perfecta, ni que le quiten su dolor. Tampoco que lo minimicen o le hagan pensar que ese dolor no existe y que todo irá bien.
Una persona que ha vivido una pérdida necesita sólo dos cosas: espacios sin juicios y presencia amorosa. El tiempo y un buen proceso terapéutico pueden hacer el resto.
Aprendizaje 3- La aceptación de la vida como un proceso que no podemos controlar
En la sociedad en la que vivimos se nos inocula una falsa sensación de control. Control sobre nuestras vidas, sobre los imprevistos, sobre el dolor. Vivimos en un continuo bombardeo de publicidades de seguros: de vida, de accidentes, de la casa, de viajes, seguro para una posible pérdida del móvil, alarmas antirrobo…
No digo que no pueda ser útil en ocasiones tomar precauciones, sino que el capitalismo juega continuamente con nuestro miedo a la pérdida y nos ofrece a cambio una supuesta seguridad, una permanencia y una continuidad que no es real.
Porque la vida real incluye imprevistos y cosas fuera de control; algunas de ellas son maravillosas, otras son dolorosas. La naturaleza de la vida es esa: la imprevisibilidad.
Yo creía firmemente que, si me esforzaba lo suficiente o tenía la ilusión necesaria, podía tirar adelante lo que quisiera. Por supuesto, también el proceso de quedarme embarazada, el propio embarazo y la maternidad. A lo largo de mi vida, esta idea se había reafirmado en mi experiencia: cuando he luchado, me he implicado, me he ilusionado, las cosas han salido adelante.
¡Menudo choque el verme absolutamente vendida! A veces una lucha, se emociona, pone todo su amor en algo… y no funciona. Y no es culpa de nadie.
Éste está siendo uno de mis grandes aprendizajes (en ello estoy): la humildad, la aceptación, el estar más presente aquí, ahora, hoy, con lo que hay.
Me permito preguntarme con más trascendencia: ¿Qué maternidad desearía? Y siento el deseo de reinventar, de buscar más colectividad, más red, de transformar mi modo de vida, mi sexualidad, de cambiarlo todo en esa hipotética maternidad.
La novedad es que ahora también me permito preguntarme lo que antes tenía vedado: ¿Y si finalmente no tengo hijxs? Y dejo que esa pregunta me cale, dando lugar a todas las sensaciones, miedos y dudas que me genera. Al contemplar esta opción antes también aparecía, estelar, la rabia. Ahora… hay más paz, más confianza, menos lucha.
Sé más que lo que venga, siempre que me yo me permita a mí misma estar abierta y seguir aprendiendo, estará bien.
Aprendizaje 4 – El desapego: aprender a soltar, aprender a decir adiós
Ni os puedo contar todo lo que he llorado durante estos meses. Llantos descontrolados, llantos serenos, llantos en solitario, llantos acompañada, llantos sin consuelo, llantos rabiosos, llantos desesperanzados, llantos sanadores.
Todos, absolutamente todos ellos, ahora lo veo, tenían de fondo la frustración, la rabia, el miedo y la negación del desapego.
El no querer soltar.
A mi hijo.
Mi imagen proyectada de madre especial y rebelde que podría con todo.
Mi imagen proyectada de pareja preciosa con un bebé (¡Uf! Amor romántico tatuado en el tuétano).
Mis expectativas y sueños.
Mis fantasías inconscientes de perfección.
Mi autoimagen de guerrera que con su fuerza lo consigue todo.
Mi amor que todo lo puede.
Mi control sobre todas las situaciones.
Mi energía infinita que está a tope siempre.
Vaya. Resquebrajarse no es fácil…
Pero poco a poco, como si un pequeño y frágil tallo verde comenzara a salir tímidamente de la tierra, comienzo a comprender que la vida también es desapego.
Que a veces hemos de aprender a decir adiós a autoimágenes, a personas, a proyectos, a lugares, a deseos… para poder avanzar y seguir conectadas con la vida.
Y que, si le damos espacio a este aprendizaje tan clave, accedemos a una nueva dimensión de nosotras mismas, más amplia, más rica, más fértil.
De repente, cuando simplemente dejas que todo caiga, aparece lo verdadero, aparece la esencia.
Aprendizaje 5 – La trampa de la independencia
La primera vez que oí hablar de la figura del homo economicus fue leyendo a Amaia Pérez Orozco, economista feminista. En palabras de Orozco, el homo economicus es el sujeto de la teocracia mercantil en la que vivimos. Es “un individuo aislado, autosuficiente, racional y egoísta. Toma las decisiones mediante un proceso individual y racional de maximización de la utilidad. Sin cuerpo. BBVAh (sujeto blanco, burgués varón, adulto, con funcionalidad normativa y heterosexual)”.
Es decir: el mercado laboral (y recordemos que aquí los derechos sociales van unidos al trabajar y cotizar) nos quiere a las personas sanas, preparadas en todo momento, fuertes, por supuesto sin tareas de cuidado a nuestro cargo, disponibles a todas horas e individualistas.
ESE es el trabajador que este mercado quiere.
Pero eso va intrínsecamente en contra de lo que la vida es en esencia.
¿Qué ocurre si una persona enferma? ¿Si tiene diversidad funcional? ¿Si fallece su madre y no tiene ánimo para trabajar? ¿Qué ocurre si tiene a su cargo hijos e hijas que dependen de ella? ¿O personas mayores? ¿Qué pasa si se encuentra deprimida, con ansiedad? ¿Y si no tiene a nadie que le cuide, le planche, le cocine, le lave la ropa, limpie la casa, le haga la compra, le de apoyo emocional… y lo ha de hacer ella misma?
¿Qué ocurre si pierdes a tu hijo a los cinco meses de embarazo, te quedas hecha polvo y trabajas como autónoma en una sociedad capitalista y mercantilista?
Pues que tu mutua de trabajo intenta por todos los medios no pagarte la baja que te corresponde, ya que sigue una lógica de mercado y no de cuidado. En mi caso, me amenazaron con retirarme la prestación (un mes después de la pérdida) si no iba al psiquiatra y me medicalizaba. Me negué.
No lo hice, no estaba enferma. Simple y sencillamente estaba pasando un duelo.
Me quitaron la prestación.
Nunca había sentido tanto el estigma de la débil, la loca y la histérica que las mujeres cargamos sobre nuestras espaldas.
Aprendí –más allá de lo racional, desde el cuerpo- que la autonomía y el individualismo son una trampa. Que necesitamos una red, que los seres humanos necesitamos ser cuidados y no sólo en épocas especialmente vulnerables como cuando somos bebés o personas ancianas.
Necesitamos seguir visibilizando que sin los cuidados que mayoritariamente hacemos las mujeres, el mundo se derrumbaría. Que ese homo economicus no es posible sin una mujer que le está planchando la camisa en casa y cocinándole unas albóndigas.
Que este modelo de espanto, que pone el mercado en el centro, no se sostiene por ningún lado.
Aprendizaje 6- Lo que me habría ayudado. Lo que me ha ayudado
Me habría ayudado tener más información en el hospital, también más humanidad. No sabía qué iba a pasar, cuál es el protocolo en estos casos, qué harían con el feto, cómo coño son las contracciones. Ni siquiera había empezado las clases de preparación al parto. Nadie me explicó nada. Urgen unos protocolos unificados, feministas y que pongan el cuidado en el centro para acompañar pérdidas y duelos perinatales.
Estoy muy orgullosa de cómo enfrenté este revés, pero en momentos de tanta vulnerabilidad contar con palabras amables, trato cuidadoso y toda la información necesaria debería ser algo obligatorio.
Habría sido como un bálsamo el oír hablar más del tema en los medios, en la sociedad, en lo público. Es algo TAN escondido que, tan solo cuando empiezas a verbalizarlo, comienzan a brotar como setas casos y casos de otras mujeres, compañeras de trabajo, amigas de amigas, familiares… que han vivido pérdidas gestacionales, en algunos casos muy avanzadas.
Leer a la ilustradora Paula Bonet, que con valentía relata su experiencia con dos abortos, fue algo que me ayudó mucho y que desde aquí le agradezco de corazón.
A pesar de que he estudiado lo que es un proceso de duelo, como siempre no tiene nada que ver lo que una conoce en el ámbito racional con el pasarlo por el cuerpo. Habría sido de gran ayuda conocer más sus fases, la montaña rusa que supone, las emociones desbocadas sin orden lógico.
Durante todo este camino han sido importantísimas algunas lecturas, las conversaciones sin reloj, el aprender (ahí ando) a dejarme ayudar, a no juzgarme; el dejarme estar como estoy sin exigirme, bajar el ritmo, la naturaleza, la escritura libre, la mayor aceptación de lo que hay, la frescura del teatro espontáneo, la meditación, la terapia, mis espacios feministas no mixtos, las clientas increíbles que cada día me enseñan tantas sabidurías, el expresar la rabia (un secreto: esto es lo que más me cuesta, ¡pero le estoy encontrando el gustazo a sacar la fiera a pasear!).
Me ayuda también mucho escribir esto.
Poder compartir, visibilizar y politizar las experiencias que vivimos las mujeres.
Gracias por ser un paso más en mi camino.