“Los placeres, quejas, penas y alegrías de las mujeres que nos precedieron no quedaron enterradas en las paredes de sus casas ni en la naturaleza confidente, sino que son parte de los eslabones que a través de una fuerza telúrica transmite la vitalidad, energía y capacidad de lucha a la mujer de hoy”
Liliana Muñoz Rioseco

Ágata, Barbastro (Huesca).

Bea, Binaced (Huesca).

Chus, Estadilla (Huesca).

Cuando volví a Estadilla (Huesca), necesité retratar a las mujeres de mi entorno cercano. Necesitaba que todo parara y verlas desde fuera de su cotidianidad, descontextualizadas. Y necesitaba, sobre todo, ser legítima para detenerme a observarlas sin prisa, quizá con el pretexto de encontrar en ellas una pista para reconectar con el mundo rural del que vengo, del que llevaba muchos años alejada y con el que no siempre me es posible decretar un acuerdo tácito de armonía.

No recuerdo si la primera vez pasó algo; sí, que la segunda sentí que había algo que me revolvía las entrañas; que, al profundizar en el proceso, cerrar los ojos y, sin ambages, permanecer, el acto fotográfico y esa quietud adquirían otra dimensión, de ensimismamiento, de conexión íntima. Las sentía muy centradas en sí mismas, quizá porque se creaba un momento para sí al que estamos poco acostumbradas a acceder, y eso abría un canal directo de comunicación entre nosotras aun sin vernos. El ojo está, la mirada también. Son pocos segundos, pero su cuerpo, su postura, su semblante, nos transforma.

Cristina, Camarinhas (Costa da Morte, Coruña).

Ahora alargo intencionadamente ese momento, me regocijo en esa sensación de poderío infinito que siempre me transmiten y me regalan. Son soberanas de ese espacio-tiempo. Sólo para ellas. (Y, en última instancia, para mí).

Gracias.

Marta, bosque el Betato (Huesca).

Nelly, población Puertas Negras, Playa Ancha, Valparaíso (Chile).

Patri, Zamora.