Diversidad funcional y maternidad: ¿Quiénes somos en el espejo?
Una foto premiada en un concurso sobre mujeres con 'discapacidad' que evoca el anhelo de una mujer en silla de ruedas por una maternidad en un cuerpo normativo, sirve a la autora para reflexionar sobre estereotipos e imaginarios capacitistas.
Nota: En este artículo se analiza una foto premiada en un concurso de la Fundación CERMI Mujeres, dedicada a favorecer los derechos de mujeres y niñas con discapacidad. No la reproducimos para no incumplir sus derechos de autoría. Puedes verla aquí. Utilizamos como imagen de apertura la ilustración de un reportaje sobre diversidad funcional y derechos reproductivos publicado en Pikara en 2011 que a posteriori nos ha hecho reflexionar sobre el imaginario en torno a la diversidad funcional que se analiza en este artículo.
Si me imaginara embarazada y tuviera que ver mi reflejo en un espejo, no me encontraría fácilmente porque nunca vi una mujer embarazada en una silla de ruedas por la calle. Creo que no podría estar sentada a 90 grados con una panza de ocho meses y que mis pies y sus retenciones de líquidos serían exagerados para mantenerlos en el reposapiés. Puede que la escoliosis de mi espalda se acentuara y mi panza fuera un cacahuete lateral alejado de esas tripas de revista redonditas donde imaginamos al embrión en la postura que nos enseñan los libros de biología del colegio.
En realidad, como digo, no tengo ni idea de si tendría que estar en la cama a partir de un mes concreto ni cómo sería el proceso, porque es posible que esta imagen que describo esté llena de prejuicios por ignorancia. Ignorancia global y universal, en la que me incluyo, ante una cuestión barrida y escondida en un rincón, junto con otras bolas de pelusas densas y oscuras que componen la esfera de la maternidad y la diversidad funcional.
Reconozco que la maternidad no es mi deseo y creo que tampoco es mi deseo frustrado. Si lo analizo, muy probablemente a pesar de ser una mujer de 34 años no siento la presión social y familiar de ser madre. En parte, en gran parte, porque soy tetrapléjica, y en esta sociedad ser tetrapléjica está más asociado a querer morirse que a querer dar vida.
Pero la cuestión a ventilar en este análisis no es mi deseo particular, sino la aberración y la violencia volcada sobre la mayoría de las mujeres con diversidad funcional cuando se premian fotos como “Reflejo de mi deseo”, a la que una entidad como CERMI Mujeres concedió el segundo premio y 2000 euros en su “I concurso de fotografía Generosidad” por su aportación a un imaginario social muy aislado de las realidades que vivimos las mujeres con diversidad funcional cuando pensamos en la maternidad. Esto se conoce como violencia simbólica y se escribe en mayúsculas y en rojo sobre esta foto.
Fueron las redes sociales, a través de la página de Facebook “Actúa con tu diversidad”, las que en otoño de 2018 ponían en aviso sobre qué mirada estaba plasmando esta foto, y fueron los comentarios de extrañeza de quienes se animaban a comentar la publicación los que me animaron a escribir sobre cómo se nos cuela este tipo de violencia a través de nuestras pupilas.
Con esta imagen, no se muestra el mundo que rodea la maternidad de una mujer con diversidad funcional, sino que se alimentan dos creencias violentas que nos escupen en la cara los días pares y los impares.
La primera se puede observar si nos situamos en la mujer en silla de ruedas y lo que ve en el espejo. Se define nuestro deseo de maternidad cargado de nubarrones amenazando tormenta a través de un único camino: acercarnos a ser una mujer blanca, bípeda y con un saludable embarazo en los últimos meses de gestación.
Toda maternidad que se aleja de esta imagen es interpretada según dos fuertes versiones aceptadas sobre nuestras opciones: o bien somos mujeres que vivimos con anhelo y frustración la imposibilidad de cumplir ese rol maternal “normal” – ¿Cómo vamos a cuidar a otro ser, si nosotras somos seres a los que cuidar?– o bien se nos tacha de superheroínas –con toda la carga que la losa de la superación supone– si decidimos llevar a cabo un embarazo “pese” a nuestra diversidad.
Las maternidades que se nos asocian parten de la misma idea que nos incapacita para ser madres sin pero. Incluso el deseo de no ser madres es juzgado. ¿Dónde queda la opción de no ser madres como una decisión meditada y feliz? Siempre detrás de la pena causada por “la imposibilidad” y por “el sentido común”.
La segunda creencia que nos tendría que revolver las entrañas y permitirnos usar la ira contenida para darle la vuelta a demasiadas verdades impuestas, la vemos si nos situamos dentro del espejo, mirando a la mujer en silla de ruedas. ¿Por qué la diversidad funcional se representa a través de una persona sentada en una silla de ruedas manual?
Curiosamente, la temática que alimentaba el concurso era “No más esterilizaciones”. Las esterilizaciones forzosas se realizan y se han realizado a mujeres con diversidad funcional intelectual. Mujeres con rasgos característicos diferentes a los que muestra la mujer sentada en la silla de ruedas de la fotografía. De hecho, la imagen no muestra más que una silla: el rostro de su ocupante, su posición en la silla, el tipo de silla, su sistema de comunicación, los rasgos y características que podrían hacernos ver que se trata de una mujer con diversidad intelectual no existen.
Me gustaría pensar que nuestra sociedad tiene superada una visión negativa de la diferencia y suficientemente valorada la diversidad como para no necesitar mostrar unos rasgos que identifiquen la diversidad intelectual. Que estamos de vueltas de la necesidad de exponer y clasificar las realidades físicas y cotidianas de la diversidad funcional. Pero eso es mentira. La ausencia de la representación pone de manifiesto qué se está dispuesto a mirar y qué no se quiere mostrar.
Tal vez se podría premiar a la fotografía por enseñar la mentira e invisibilización constante que nos agrede a diario, ya que ni ésta es la maternidad que soñamos vivir, ni están representadas las mujeres con diversidad potencialmente víctimas de las esterilizaciones, de las que trataba el concurso.
Esta fotografía es la imagen que el resto de la población puede observar sin sentir miedo. Sin sentir miedo a realidades injustas que cuesta mirar y que podrían estar cerca, tan cerca como para tocarnos. ¿Cómo solucionar la visión incómoda? Con una foto que nos olvida, ya que no estamos ni dentro de fuera del espejo.
No soy una mujer con diversidad funcional intelectual ni corro el riesgo de ser esterilizada, aunque mi silla de ruedas y otras discriminaciones nos vinculan y acercan. De nuevo, unas hablamos de otras y una gran asociación de mujeres con “discapacidad” (CERMI no contempla el término diversidad funcional) premia una bofetada a mano abierta que duele porque no nos representa.
Las grandes asociaciones de la discapacidad demuestran así ser aliadas fieles para perpetuar la diferencia al suavizar realidades. Mientras, el público aplaude desde un lugar más cómodo que el de las teóricas protagonistas de la foto, a las que no vemos. ¿Dónde están aquí las mujeres esterilizadas? ¿Qué estamos dispuestas a ver y a perder para conocerlas?
Actualmente, el concurso en su tercera edición vuelve sobre el tema de la maternidad y se atreve premiando una foto más directa y menos amable. Puede que les hayan llegado los zumbidos de las moscas que críticas entonan un “pero vamos a ver”, puede que las las entidades que representan la discapacidad aprendan rápido a lavar su discurso conservador, y puede que tengamos que seguir hilando fino y abriendo bien los ojos ante la violencia que se cuela sobre lo que somos y vivimos.