Esta mierda mola

Esta mierda mola

El MDMA es una droga recreativa que provoca sensación de bienestar y desarrolla la empatía. Analizamos los efectos y reversos de esta sustancia, habitual en entornos feministas y queers, que nos hace disfrutar de las luces e ilumina nuestras sombras.

03/04/2019

Si eras millennial antes de que la palabra se pusiera de moda puede que seas una de esas miles de personas que ha escuchado la canción en Youtube. El título no es nada sugerente: “Canción MDMA”. Quizá lo que no sepas es que el tema original es de Viruriano, un tipo que debió ser punk, que no tiene entrada en Wikipedia y del que apenas hay información en la red. En el vídeo que se viralizó, la voz la ponen un tal Arroyito y otro tal Pozuelo, que parecían pasárselo bien quién sabe dónde. Quizá en las fiestas de su barrio o una cena de empresa. El público del misterioso evento también parece disfrutar del cántico a una droga que, dicen, es singular, enamora y se consume “dentro del cubata, tranquilamente delante del segurata”. MDMA es el acrónimo de metilendioximetanfetamina, la sustancia química que popularmente se conoce como éxtasis. Puede que esto te suene más en la voz de Chimo Bayo: “Exta-sí; exta-no. Esta me gusta, me la como yo”. Está a la venta en diferentes formatos: los más populares, pastillas y una especie de polvos o piedritas. A estos últimos es a lo que también se llama ‘cristal’. A diferencia de otras drogas, esa ‘arenilla’ que se consume no acaba de ser precisamente fina y puede recordar a pequeños cristales rotos. De ahí que no se esnife sino que se chupe o se mezcle con la bebida cuando no se toma en versión ‘pasti’.

El Plan Nacional de Drogas del Estado español recuerda que, en 1995, un 2% la de la población, entre 15 y 64 años, había consumido alguna vez en su vida éxtasis. En 2015, la cifra había aumentado al 3,6%. La diferencia es notable entre hombres y mujeres: en ese mismo año, un 5,3% de los hombres encuestados reconocía haber consumido frente a un 1,8% de las mujeres. La tendencia es similar en el consumo de todas las drogas ilegales: los hombres consumen más, a excepción del cannabis, que se fuma casi por igual en edades tempranas. Pero hay una variable que puede escapar al más fiable de los estudios: el estigma. A casi nadie le apetece que se sepa que te drogas. Esto afecta, sobre todo, a las mujeres. El consumo de sustancias con el único fin de disfrutar contradice lo que se espera de nosotras: el famoso qué dirán, el imprescindible estar siempre disponibles para otros, no salirnos del tiesto, mantener el orden. Pero la condena no es solo social. En el Estado español no se pueden fabricar ni cultivar, trasladar ni consumir en la vía pública ningún tipo de droga ilegalizada. Una encrucijada jurídica, que dificulta el consumo legal y se aleja de la principal demanda de las asociaciones de consumidores: la despenalización. Patricia Martínez Redondo, de la iniciativa ‘Género y drogodependencias’, insiste en hablar de “drogas legalizadas e ilegalizadas porque hay una decisión social” detrás de esa categorización.

Pero, ¿qué pasa con el MDMA? “En entornos festivos es una droga común porque su consumo es oral”, reconoce Martínez. Es más habitual, además, que las mujeres utilicemos drogas si su forma de ingesta es discreta para evitar así esa doble penalización social a la que estamos sometidas. “El consumo de sustancias ilegalizadas no forma parte de nuestra socialización como mujeres. En el caso de los chicos, el consumo es una actividad en sí misma”, asegura Martínez, que trabaja desde 1995 en el ámbito de la drogodependencia. Critica que desde algunos sectores profesionalizados se tienda a analizar el género como un factor que protege del consumo a las mujeres, pero ella insiste en algo: “El género es un eje de subordinación, no de protección”. Estamos más expuestas a la condena social y a la violencia sexual en ciertos entornos festivos. Precisamente por eso, la fundación catalana Salud y Comunidad, en 2013, puso en marcha el observatorio Noctámbul@s, que señala que “la violencia sexual y la alta tolerancia [a la misma] en los contextos de ocio representan uno de los principales riesgos asociados no sólo al abuso sino también al consumo de drogas” en esos entornos.

Una chupadita, hermana

En ambientes feministas, lésbicos y queers, en los que el consumo de MDMA es muy habitual, la realidad es otra. Patricia Martínez, como observadora participante en fiestas feministas, asegura que ha detectado cómo en algunos espacios activistas el consumo de drogas como el MDMA o el speed es una actividad en sí misma vinculada al ocio y al goce. “El feminismo proporciona espacios de seguridad para el disfrute y una de las maneras es consumir. Si te apetece, claro”. Ana Burgos, coordinadora del observatorio Noctámbul@s, cree que el M “está tan extendido, aceptado e, incluso, promovido” precisamente por su forma de consumo: “Esnifar se relaciona con una práctica masculinizada, con ambientes más turbios, de farloperos [expresión para referirse a las personas que consumen cocaína], con valores que no representan nuestra forma de hacer. El M puede consumirse en grupo, una chupadita discreta, sin necesidad de ir al baño”. Esta droga tiene una alta aceptación en entornos activistas no sólo por su forma de consumo sino por sus efectos.

Si preguntas a distintas personas que toman MDMA qué se siente es probable que muchas respondan lo mismo: se siente todo. Los efectos son distintos en cada cuerpo, pero ciertas emociones se repiten: plenitud y bienestar; claridad emocional, un aumento de la empatía y de las capacidades comunicativas; una percepción mucho mayor de los sentidos. Es una sustancia empatógena y entactógena. La empatía y el tacto parecen tomar una dimensión distinta con su consumo. De estas características se deriva, probablemente, la leyenda que dice que es una sustancia afrodisíaca. En realidad, en el caso de las personas con pene, inhibe la erección y a todas nos dificulta llegar al orgasmo. Eso sí, estimula el deseo sexual al generar una necesidad de cercanía, de tocar y ser tocadas, de acurrucarse. “Si se entiende la relación sexual como sinónimo de coito, el MDMA no lo facilita, ni mucho menos. Si entendemos el sexo como algo más amplio, sí, claro”, cuenta Nuria Calzada, de Energy Control, una asociación que trabaja por la reducción de riesgos en el consumo de drogas.

“Yo me pongo mala con el M. Me follaría a cualquiera que se me ponga delante”, cuenta una consumidora habitual. Justo después, sin embargo, narra todos sus encuentros sexuales frustrados. “Es imposible correrse y no veas cómo jode”, sentencia. El MDMA nos conecta con la sexualidad, con el cuerpo, con el deseo: “La feminidad se asocia a la pasividad sexual, a no mostrar el deseo en público y esta droga facilita la conexión con una misma y con las otras. Ellos expresan su sexualidad de una manera abierta, visible, efusiva, sin ningún juicio social”, explica Burgos. En ambientes feministas bolleros es distinto, pero es imprescindible una mirada crítica que analice los porqués. “Tendríamos que darle una vuelta a qué papel juega en la hipersexualización de nuestros ambientes, en la creación de una identidad colectiva y en la exclusión de ciertas personas, que no pueden o no quieren entrar en eso”. Ana Burgos cree que es importante repensar qué pasa si “no nos queremos drogar o no queremos entrar en esas dinámicas de sexualización de la fiesta y expresión pública del deseo”,

A pecho descubierto

Lo que te hace el M es abrirte en canal: conectarte con todos tus sentidos, con las personas que te acompañan en ese momento, con las farolas, los bolardos, el asfalto, la música, las luces. Pierdes el miedo y la vergüenza; entiendes todo lo que sucede en tu entorno, interpretas todas las miradas, disfrutas de los pequeños detalles hasta sentirte completamente feliz; entiendes el ritmo de la música que suena, sonríes con todo el cuerpo y te importa un carajo si te pisan, si nieva, llueve o hace un calor insoportable. Da igual cuánto de rockera seas, que te entregas a la música de Sonia y Selena como si esa fuera la última canción que vas a bailar en toda tu maldita —hasta ese momento— vida. Es tal el estado de bienestar al que te lleva, que varios estudios indagan en sus beneficios para tratar shocks postraumáticos. No cura nada, pero provoca una apertura emocional muy grande, que permite hablar con la más profunda sinceridad y honestidad.

Algunos de estos estudios, especialmente avanzados en Estados Unidos, arrancaron en España de la mano del José Carlos Bouso, psicólogo clínico y doctor en Farmacología. El programa en el que trabajaba se canceló a raíz de la muerte de dos jóvenes en una rave [fiesta de música electrónica] en Málaga, que se relacionó con el consumo de éxtasis. Bouso busca cómo abordar trastornos de estrés derivados de vivencias especialmente traumáticas como una violación o un ataque terrorista: “Ante situaciones violentas, se desarrollan una serie de conductas que dificultan la vida cotidiana: miedo exacerbado, estrés, ansiedad, hipervigilancia y un revivir, de manera no controlada, continuamente el hecho”, cuenta. De la mano de una terapia, el MDMA ayuda a evocar esa situación violenta de una forma controlada para poder enfrentarse al dolor porque asegura que es un “antídoto contra el miedo”.

El ser humano ha experimentado tradicionalmente con diferentes drogas para alcanzar estados de conciencia distintos a los cotidianos. Mejores que los cotidianos. El MDMA no cambia la realidad, cambia nuestra percepción de la misma durante un ratito. ¿Qué se pretende entonces con esos viajes? “Está relacionado con la búsqueda de la felicidad a toda costa, con esta cultura hedonista, con la necesidad de evadirse de un montón de mierdas, problemas y precariedades del cotidiano”, cuenta Ana Burgos. Precisamente esa relación entre las drogas y la evasión es lo que quieren romper desde grupos anarquistas y straight edge [subcultura que apuesta por un estilo de vida sin consumo de drogas, alcohol ni tabaco] con su lema “Las drogas evaden, pero no liberan”. “Esa idea tiene muchas limitaciones porque yo sí reivindico el derecho a la evasión y a la experimentación desde estados alterados de conciencia, pero no dejo de ser crítica con el mundo en el que vivimos y esa necesidad de salirnos de la normalidad que nos ahoga”, sigue Burgos. Los peligros existen, pero la adicción al MDMA o las sobredosis letales no son habituales. Eso sí, puede provocar hipertensión, mareo, ataques de pánico o pérdida de conocimiento. Uno de los problemas más frecuentes es la subida de la temperatura corporal: se siente muchísimo calor. ¿Algunos consejos para un consumo responsable? Hidratarse, descansar y evitar los golpes de calor a toda costa. En cualquier caso, se recomienda dejar pasar entre 4 y 6 semanas, como mínimo, entre toma y toma. El consumo habitual provoca daños en la neurotransmisión de compuestos neuroactivos que libera la sustancia: serotonina, dopamina o norepinefrina.

Todo lo que sube, baja. Al día siguiente, ese mundo maravilloso de luces y música puede convertirse en un auténtico calvario para algunas personas. Te sientes plena, pero ¿quién tiene motivos para sentirse siempre así? El bajón puede suponer un viaje muy duro a lo peor de nosotras mismas. El éxtasis no engancha, pero ¿quién no quiere ser siempre feliz? ¿Quién no quiere disfrutar de todos los destellos de la vida? En el mundo de Mr. Wonderful, el MDMA es un atajo a la felicidad, pero el tiempo para las visitas es muy corto. Unas horas después, probablemente con dolor de cabeza, miras los vídeos del móvil y no entiendes cómo pudiste desgañitarte así con la música de Sonia y Selena.

 


#AMIGAS I. de María Bastarós
A veces sueño
con la amiga feminista definitiva
La conoceré en una rave
se me acercará
sigilosa
con oscilantes pasos de Doctor Martens
y un trozo de pastilla en la mano
y me dirá:
Toma tía
un cuartito pa ti sola
como la Virginia Woolf

 

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