Pensionistas y estudiantes: ¿y si aprendemos de Nicaragua?

Pensionistas y estudiantes: ¿y si aprendemos de Nicaragua?

El movimiento #OcupaInss fue un ejemplo de lucha intergeneracional, en el que la juventud dio apoyo logístico, de cuidados y comunicación a las y los jubilados que se manifestaban en defensa de las pensiones. Recordamos esa semilla clave para entender las protestas contra el Gobierno de Daniel Ortega, en el aniversario de la Revolución de Abril y su cruenta represión.

24/04/2019
Una imagen de la represión policial a las y los pensionistas, tuiteada por el diario La Prensa el 20 de junio de 2013

Una imagen de la represión policial a las y los pensionistas, tuiteada por el diario La Prensa el 20 de junio de 2013

Nota: Esta es una adaptación del artículo ‘Jubilatuen borrokak’, que publiqué en el número 2630 de la revista Argia. Jatorrizko artikulua euskaraz irakur dezakezu.

Leí recientemente una entrevista a integrantes de la plataforma vasca de pensionistas en Berria. Lamentaban la escasa participación en sus manifestaciones de estudiantes, trabajadoras y trabajadores, y la atribuían a que, como ven lejos la jubilación, no se identifican lo suficiente con su lucha. Leer esas declaraciones me hizo viajar a Nicaragua, y viajar en el tiempo, al año 2013.

Estas semanas se celebra el primer aniversario de la llamada Revolución de Abril, un movimiento cívico espontáneo (digan lo que digan) contra el Gobierno de Daniel Ortega que se inició ante la represión de una manifestación por una nueva reforma de la seguridad social. Para entender que las protestas no surgen de la nada (y desmontar así las teorías conspiranoicas que ha sostenido parte de la izquierda internacional), hay que retrotraerse al movimiento #OcupaINSS.

En junio de 2013, 15.000 personas convocadas por la Unión Nacional del Adulto Mayor acamparon frente al edificio del Instituto Nacional del Seguro Social (INSS) en Managua, para exigir el cumplimiento de una ley que prometía una pensión reducida a las personas que no alcanzasen los años mínimos de cotización. El movimiento estudiantil apoyó esta movilización y dio a conocer en redes sociales la lucha de las y los jubilados a través del hashtag #OcupaInss, que se inspiraba en el #OccupyWallStreet organizado en Nueva York en 2011. Durante la semana que duró la acampada, les jóvenes proporcionaron a les manifestantes agua, alimentos y medicamentos. Cuando la policía inició la represión de la acampada, grabaron los abusos policiales y los emitieron en directo por Twitter. Esa alianza propició un logro político: ese mes de julio un decreto presidencial ordenó la aplicación de la pensión reducida.

En esa época yo vivía entre Bilbao y Managua y seguí con mucho interés el movimiento #OcupaINSS. Me resultó inspiradora esa solidaridad intergeneracional, en la que las personas mayores eran el sujeto político pero el apoyo y la labor de comunicación de la chavalería fue clave, y se enfrentaron codo a codo a la represión policial. La noche del 22 de junio de 2013, el movimiento #OcupaINSS denunció que 300 encapuchados de la Juventud Sandinista (vemos cómo ya entonces actuaba como grupo de choque) atacaron a tiros a 50 jóvenes y 35 mayores con la complicidad de la Policía Nacional. También denunciaron las detenciones ilegales de 16 jóvenes y que seis de estos sufrieron torturas e intimidación.

En febrero de 2018, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presionó a Daniel Ortega para que elevase la edad de jubilación. En abril, el Gobierno anunció que subiría las cuotas de trabajadores y empresas y los impuestos de las personas jubiladas. El movimiento estudiantil recuperó entonces el hashtag #OcupaINSS y salió a la calle en catorce 14 de Nicaragua. No se limitó a una reivindicación aislada sobre la cuestión de las pensiones sino que lo interpretó como una razón más para impugnar las políticas neoliberales y autoritarias de Ortega. Sabemos lo que ocurrió a partir de entonces: más de 360 personas fueron asesinadas por cuerpos policiales y parapoliciales, la mayoría chicos menores de 25 años; estudiantes universitarios y habitantes de barrios desfavorecidos. Hay que sumar a la lista los centenares de personas encarceladas, millares de heridas y decenas de millares de exiliadas.

Una de las postales compartidas por la cuenta de Twitter de #OcupaInss en junio de 2018 para denunciar la represión policial

Una de las postales compartidas por la cuenta de Twitter de #OcupaInss en junio de 2018 para denunciar la represión policial

Amnistía Internacional tituló su informe sobre la represión en Nicaragua “Disparar a matar”, porque quedó demostrado que los autores de los disparos tenían armas de alto calibre y preparación militar para herir de muerte con balazos certeros a los manifestantes. Un año después, Nicaragua ya no sale en las noticias y la ciudadanía ya no protesta por la amenaza de cárcel o de muerte, pero el régimen sigue persiguiendo a toda persona o entidad que considere subversiva, valiéndose de la ambigua ley antiterrorista que aprobó en julio para atajar la rebelión popular. Hay más de 300 presos y presas políticas en las cárceles y muchas han reportado torturas, así como abusos sexuales en el caso de las mujeres. En estos momentos solo es posible manifestarse en el exilio, destino forzado de lideresas como la campesina Francisca Ramírez.

A pesar de que la lista de vulneraciones de derechos humanos no ha parado de engrosarse y que observadores internacionales han atribuido a Ortega delitos de lesa humanidad, un sector de la izquierda vasca y española ha preferido hablar de geopolítica y de golpe blando ideado por el Imperio que entender que las movilizaciones contra Ortega parten de una lucha intergeneracional de resistencia contra las exigencias del FMI, la cual se suma a la lucha campesina contra el Canal Interoceánico, a la lucha medioambiental y a la feminista, entre otras. Mientras opinamos desde nuestra comodidad sobre el rol de Estados Unidos o sobre las comparaciones con Venezuela, o mientras evitamos posicionarnos porque “es muy complicado”, perdemos la oportunidad de aprender de la cultura política de los movimientos sociales nicaragüenses del siglo XXI, así como la generación anterior a la mía aprendió de la Revolución sandinista.

Para escribir este artículo, le pregunté a una amiga activista nica que ha viajado a menudo al Estado español por qué cree que en nuestra sociedad no se ha dado ese apoyo de estudiantes a pensionistas. Me contestó que en Nicaragua las personas ancianas no viven solas o en residencias, sino que conviven con sus nietas y nietos, y que tal vez esa convivencia ha sido la clave de la solidaridad. Añadió que en nuestra sociedad percibe un menor respeto hacia la tercera edad. Paradojas de la vida: la única salida laboral para muchas emigradas y exiliadas nicaragüenses a nuestro país es la de cuidar de nuestras abuelas y abuelos.


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