¡Salgan del clóset!… y renuncien a su discriminación

¡Salgan del clóset!… y renuncien a su discriminación

Mi entorno heterosexual me anima a “decir la verdad sobre mí” como lesbiana. Esta narrativa pone la responsabilidad sobre quienes asumimos sexualidades disidentes, obviando la violencia real que enfrentamos. Y me recuerda a cuando de chiquita me obligaban a confesarme.

24/04/2019
Ilustración de Mercedes Lozano en la que un cura con gesto abatido está sentado al lado de un armario en cuyo interior hay colgada una camiseta con camiseta arcoiris.

Ilustración: Mercedes Lozano

En los últimos meses he pensado en la idea de compartir (o no) con mi madre mi sexualidad disidente. Contarle que soy lesbiana, que mi sexualidad me hace sentir plena y orgullosa de haber roto con el sistema heteronormado. Pero quiero tener la certeza de que contarle o no contarle sea decisión mía, realmente libre. Y que esta decisión será para compartirle parte de mi vida, contarle mis amores y mis tristezas, pedir y recibir sus consejos, tener la libertad al igual que mis hermanas de llevar a mi pareja y que sea reconocida y acogida como tal, mi amora.

La presión social me exige “salir del clóset”. Algunas compañeras e integrantes de mi familia, en su mayoría heterosexuales, hablan de “salir del clóset”, de “decir la verdad sobre mí”. Estas narrativas no dejan de ser heteronormativas, porque ponen la carga y la responsabilidad sobre mí, y sobre las personas que hemos sido capaces de cuestionarnos el sistema. Además de obviar la violencia real que existe sobre las personas que asumen sexualidades disidentes.

Que una persona heterosexual me diga “closetera” está completamente fuera de lugar. No han entendido nada. ¿De verdad piensan que salir del clóset es una liberación para vivir plenamente mi sexualidad lésbica?

Yo lo siento más como cuando de chiquita te obligan a confesarte. ¿Tengo que confesar mi sexualidad prohibida? Pienso que la expresión “salir del clóset” puede tener connotaciones de “confesión de la sexualidad” en tanto ilegal, clandestina o ilegítima; que tiene que revelarse a la sociedad de manera similar a quien ha cometido un delito, tiene que presentarse ante un juez para declararse culpable, exponerse. Como quien se hinca sobre un confesionario y expresa sus pecados, y pide perdón. En ambos casos hay pena, penitencia, castigo. Culpa por algo que haces mal, que está mal… tus deseos, tu sexualidad.

En la mayoría de los casos “salir del clóset” es abrir la puerta para exponerse a la violencia, es sufrir, y afrontar comentarios hirientes de gente a la que quieres, tratamientos “correctivos”, bromas (in)ofensivas, despido o segregación laboral, violencia, violaciones correctivas y hasta asesinatos. Muchas mujeres lesbianas que me he cruzado en el camino decidieron salir del clóset. Después de eso, muchas de ellas vivieron expuestas a este sistema violento y decidieron dejar de lado sus deseos, “dejar de serlo”. Renunciaron a sus deseos para no ser violentadas. Esa no es una decisión libre. Quizá “salir del clóset” tampoco lo fue.

Salir del clóset con la familia, en el trabajo o ser pública en una sociedad lesbofóbica que discrimina, violenta y lastima puede ser el proceso flagelante y bien merecido de “compurga de pecados”. Esta violencia social es la penitencia, quizá hasta el remedio que trata de “corregir la sexualidad a través de las violencias sociales”. Como en el derecho criminal, la pena pudiera “corregir la conducta, reformar, reinsertar”.

Obviamente hay muchas historias diferentes, y por suerte muchas tienen finales más felices que lo expuesto aquí. Pero esto también es real, por eso estoy cuestionando la “narrativa social sobre salir del clóset”. La narrativa que a mí me rodea.

Mi pregunta es, ¿quién está en el clóset? ¿Quién tiene que salir de un lugar oscuro donde no puede ver la realidad social que tiene delante (o detrás de la puerta)? Tenemos que hacernos nuevas preguntas si queremos caminar hacia sociedades más incluyentes y respetuosas de los derechos humanos, si queremos caminar hacia sociedades más libres.

En el clóset, ese lugar oscuro desde el que no se puede/quiere ver el mundo, está el patriarcado con sus fuerzas religiosas, capitalistas, racistas, moralistas y pseudo-científicas. Esas fuerzas que durante años, milenios, nos han impuesto sobre el cuerpo candados, trajes de fuerza… formas de querer, de ser, de desear.

En el clóset están sociedades y personas que no se atreven a cuestionar lo aprendido, a cuestionar sus ideas y concepciones sobre lo otro, sobre lo diferente, quienes no se atreven a mirar de verdad a quién tienen a su alrededor. En el clóset están quienes piensan que su “normalidad” es superior al resto, quienes aún conservan un pensamiento esclavizado a “lo que en el clóset se esconde”. La lesbofobia de la sociedad está en el clóset, allí esconde su odio, su asco, su intolerancia e imposición.

Salgan del clóset, yo hace mucho que salí. No estoy en la oscuridad. Las personas que no quieren ver la diversidad sexual que impregna la sociedad son quienes están en un lugar oscuro, en una cueva. Yo no tengo que salir a “confesar” a “decir mi verdad”. Quien tiene que asumir responsabilidades es la lesbofobia normalizada, es quien ha callado ante la violencia cotidiana contra la diversidad sexual.

Salgan del clóset, yo hace mucho tiempo soy libre, libre en mis pensamientos, libre en mis sentimientos y libre en mi sexualidad. Soy libre en mi cuerpa, mi primer territorio e instrumento político. Y soy libre también de decidir con quién quiero compartir mi sexualidad disidente.

El clóset no es mío, es de la sociedad. No está en mi cuerpo, está en mi casa, está en las calles. Yo no tengo que salir de ningún lado.

¿Y tú, en qué lado de la puerta estás?


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