“Señoras mías, ya tienen ustedes quien les vengue”. La pensadora gaditana
La publicación 'La pensadora gaditana' surgió en el siglo XVIII en Cádiz, bajo la firma de Beatriz Cienfuegos, como respuesta al periódico 'El Pensador', en el que José Clavijo y Fajardo negaba a las mujeres su capacidad de raciocinio y las invitaba a guardar silencio.
Todo comenzó con El Pensador, una obra publicada entre 1763 y 1967 por José Clavijo y Fajardo. Este periódico, de publicación semanal y editado en Madrid, llegó a sacar a la luz 86 discursos literarios y de costumbres. Cada uno de ellos componía un ‘Pensamiento’. Concretamente, en el Pensamiento dos, Clavijo publicó una carta dedicada a las “damas y su instrucción”, donde básicamente negaba a las mujeres su capacidad de raciocinio y las invitaba a guardar silencio: “Ordinariamente destruye una hermosa con sus discursos, cuanto ha granjeado con su belleza. Si hablase menos, casi nos veríamos obligados a amarla. Quiere hablar siempre y pierde por esta debilidad todo lo adquirido por la hermosura”.
Según Clavijo, las mujeres debían abrazar únicamente dos valores: virtud y discreción. Por supuesto, esto no incluía formar parte de los asuntos públicos: “¿Hemos de ir a las Universidades? No, señoras… Cada estado pide su instrucción particular y la que yo pido y deseo en ustedes no está ceñida a las aulas”.
Las palabras del autor produjeron indignación más al sur, concretamente en la ciudad de Cádiz. Así, desde el 12 de julio de 1763 hasta el 2 de julio de 1764 y bajo el nombre de La pensadora gaditana comenzó su bagaje una publicación escrita que lanzaba el siguiente mensaje a las víctimas de Clavijo: “Señoras mías. Ya tienen ustedes quien les vengue”. Lo firmaba Beatriz Cienfuegos. “Con pluma y basquiña, con libros y bata se presenta una Pensadora, que tan contenta se halla en el tocador, como en el escritorio; igualmente se pone una cinta, que ojea un libro”, escribió. “Yo, Señores, gozo de la suerte de ser hija de Cádiz, bastante he dicho para poder hablar sin vergüenza: mis padres, desde pequeña, me inclinaron a Monja; pero yo siempre dilaté la execución: ellos porfiaron, y para conseguir el fin de sus intentos me enseñaron el manejo de los libros, y formaron en mí el buen gusto de las letras”.
Cienfuegos se presentaba además ante el público como una mujer que adoptaba posturas estratégicas frente al ego de las masculinidades hegemónicas: “Me inclinaron en la libertad de una vida sin la sujeción penosa del matrimonio, ni la esclavitud vitalicia de un encierro. Escucho naufragios sin arriesgar mi hacienda; miro pérdidas con resguardo de mis intereses; diviso escarmientos sin dolor propio; oigo a los hombres sin atenderlos, tal vez le respondo sin creerlos; y alguna vez he pensado en engañarlos, por desquitar en algo los muchos fraudes con que nos burlan; pero el temor de no exponerme a ser objeto de sus malditas lenguas me hace contener en los límites del decoro amable, por no arriesgar en un punto la opinión, que ésta una vez perdida, tarde se restaura”.
La autora hacía alusión al odio de los hombres sobre las mujeres y comentaba el empacho que le producían las licencias que el género masculino se habían tomado a lo largo de la historia: “Encogida en mi natural empacho, pensaba, callaba y sufría (aunque con impaciencia) la licencia que se han tomado los señores hombres de ser los únicos que griten, los solos que manden y los exceptuados de obedecer […] He resuelto tomar la pluma…”.
Obra pionera e invisible
A pesar de la controversia en torno a la autoría de la obra, de la que luego hablaremos, y la insistencia del periódico en generar opiniones impredecibles, resulta inconcebible que La pensadora gaditana no haya estado más en boca de los movimientos feministas del Estado español como obra referente del siglo XVIII. Todo ello, incluso habiendo sido una publicación bastante comentada y polémica en su tiempo.
A su manera y desde un estilo irónico y sarcástico, Cienfuegos lo mismo producía incomodidad en hombres que en mujeres, lo mismo defendía una cosa para defender luego la otra. Con todo, nadie puede quitarle el mérito de haber puesto el dedo en la llaga en la cuestiones de género de manera pionera y bajo el formato de publicación periódica.
Sin embargo, todo parece responder a una cuestión de sarcasmo y a una estrategia comunicativa que ya la autora marca en la obra asegurando que criticará la hipocresía y la falsedad de ideas “con chiste”. Algo muy propio, por otra parte, de la ciudad donde nació el escrito.
Cuando la crítica se centra en los hombres, se hace poniendo de manifiesto el machismo en las formas y en el trato: “Siempre nos tratan de ignorantes; nunca escuchan con gusto nuestros discursos; pocas veces nos comunican cosas serias… y con todas estas experiencias, muy llenas de vanidad, nos gloriamos de nuestra suerte, celebramos sus cortejos (el Pensador sea sordo) y aplaudimos sus rendimientos, cuando todo esto son hazañerías con que procuran nuestro engaño, solicitando sus ideas a costa de nuestros pesares, y muchas veces de nuestro honor”.
Asimismo, la publicación da altavoz a cuestiones como la violencia de género: “Repetidas veces oigo lamentar a muchas de mis amigas de la mala condición de sus maridos: las unas ponderan su olvido, las otras lamentan sus celos, quien se queja por el desprecio con que la trata […] la otra llora al verse encerrada y en continua desconfianza de su esposo”.
Resulta además habitual en la obra -algo también propio de las publicaciones contemporáneas- que la propia autora se inventara otras, por ejemplo, en forma de cartas. Así, las cartas que La pensadora supuestamente recibía de otras mujeres le permitían cuestionar lo dicho en el pensamiento anterior e incluso contradecirse para otorgar un punto de vista diferente. En uno de estos recursos literarios en forma de cartas, una mujer hace referencia a lo denostado que está el “cotilleo” femenino frente al masculino: “Señora mía, ya sabe usted que nosotras estamos atildadas, marcadas, y tenidas por curiosas de primera clase; y que para elevar una ponderación sobre este asunto, dicen los benditos de los hombres: “esas son curiosidades de mujer”, haciendo peculiar a nuestro sexo un abuso que se mira en el suyo con tantas reverendas que puede pasar por colegial más antiguo en la universidad de sus costumbres… desde el principio del mundo ellos son los que escriben, y mandan, no se lee en los libros otra cosa que sátiras contra las mujeres que yo aseguro que si por un año estuviésemos desocupadas, y se nos permitiera quejar de sus nulidades, que tendríamos materia para llenar más volúmenes que cuanto se miran esparcidas en contra de nuestra opinión”.
La investigadora Cinta Canterla expone en su artículo El problema de la autoría de La pensadora gaditana que estos vaivenes de defensa y ataques y de puntos muy diferentes en una misma obra responden al propósito de la misma y al tiempo en el que la obra se inserta: “Desde mi punto de vista, La Pensadora presenta una metáfora o fábula del enfrentamiento de la España antigua que muere y la nueva España liberal que comienza a nacer, simbolizando en el recurrente tema a lo largo de sus páginas de la falta de entendimiento mutuo entre los castellanos antiguos de la España del interior -con su obsesión por el honor, la religión y el antiguo orden- y el irrevente, desacralizador y sensual sentido de la vida de los gaditanos”.
Apunta además que este sentido de la vida social -frívolo, a ojos de un castellano austero- en el que las distancias se diluyen era visto como un peligro político para el antiguo orden.
Polémica autoría
En la obra El pensamiento audaz tiende su vuelo, pioneras del periodismo en Cádiz, Cristina Ruiz Guerrero comenta que a lo largo del siglo XVIII aparecen muchos nombres en la prensa bajo seudónimos femeninos, lo que hace muy difícil identificar si los autores son hombres o mujeres. Las firmas más conocidas fueron las de Escolástica Hurtado, La Pensatriz Salmantina y, especialmente, la de Beatriz Cienfuegos. También Cinta Canterla apunta que “se afirmaba, un poco a la ligera, que no parecía posible que una mujer fuese en esa época tan ilustrada como para escribir una publicación tal, desconociendo, quizás, que en Inglaterra The Spectator conoció, a su vez, una rival femenina, The Female Spectador, que comenzó a publicarse en 1744, y que realmente fue escrito por una mujer, Elisabeth Hollywood”.
Sin embargo, las mujeres andaluzas se han caracterizado por ser pioneras en el oficio periodístico. En la obra Escritoras andaluzas en la prensa de Andalucía del siglo XIX, Ángeles Carmona hace cuenta de más de 30 mujeres que colaboraron con regularidad en la prensa del sur: 22 fueron directoras de periódicos y nueve lo hicieron en Cádiz, siendo la ciudad andaluz con más tradición. Por ejemplo, en 1811, Carmen Silva dirigió en la ciudad uno de los periódicos más radicales de la época: El Robespierre español.
Los rumores sobre que ‘la pensadora’ era un hombre los lanza la propia autora en el ‘Pensamiento III’. Allí recoge lo que se habla en la calle y lamenta que se ponga en duda su género simplemente por hacer una producción intelectual.
Cinta Canterla hace una interpretación más compleja del asunto. Por una parte, asegura que una de las razones por la que se pone en cuestión el género de la autora es el éxito que la obra tuvo en su tiempo ya que, afirma, otros periódicos con nombre de mujer no se discutieron porque no gozaron del éxito de La pensadora. Por otro lado, Canterla considera que La pensadora no es el juego de identidad entre el autor real y el personaje, sino del propio personaje, en tanto juega en el relato a que no se se sepa realmente con seguridad qué clase de identidad tiene: ficción dentro de la ficción. Para la investigadora el asunto no está tanto en si es -citamos literalmente- “hombre o mujer fingida, sino en si es o no un personaje conservador o simplemente está haciendo una parodia de este tipo de punto de vista”.
En definitiva, estamos ante una provocación social que se llamó Beatriz Cienfuegos a la que quizás ni le interesaba formar parte de género alguno pero que escribió de manera lúcida en muchos pensamientos sobre cuál era el lugar que se le daba a las mujeres en sociedad y qué dinámicas se establecían al hacerlo poniendo el acento incluso en cuestiones como la peformatividad, al hablar de cómo se construía la masculinidad imperante desde la misoginia: “Igualmente hermosos son los hombres pero no deben llamarse hermosos por una delicadeza de facciones que los afemine. Se hacen hermosos pareciendo Hombres. Esto es, huyendo de toda afeminización y acostumbrando su traje a todo aquello que es más propio del valor y la ciencia a la que son destinados”.
*Nota de la autora del texto: El que Beatriz Cienfuegos destaque que es andaluza como un factor a destacar tiene que ver con la fecha en la que se publica el escrito. Cádiz era centro de referencia intelectual en aquella época y las mujeres andaluzas de clase alta gozaban de mayor prestigio en ese área. No es de extrañar, por tanto, que para contradecir una obra que ponía en cuestión la capacidad de las mujeres de razonar, la autora decidiera situar bien a Cienfuegos para dejar claro de dónde venía.