Las feministas también incomodamos a otras feministas
Se supone que las feministas estamos aquí para incomodar. Al jefe cuando no le reímos las gracias machistas, al señor que nos mira fijamente en el metro... Pero, muchas veces, las feministas también nos incomodamos entre nosotras.
Laura Roca
Hemos leído, hemos escuchado, hemos compartido que las feministas estamos aquí para incomodar. Para incomodar a nuestro jefe cuando no le reímos sus gracias machistas, para incomodar al camarero que se toma la libertad de decirnos que sonriamos, o al señoro que nos mira fijamente en el metro sin un ápice de vergüenza. Para mandar a toda esta panda lo más lejos posible. Al carajo, preferiblemente. Estamos aquí para incomodar a las personas que se benefician de sus privilegios y que deciden mirar hacia otro lado antes que admitir la desigualdad y las estructuras de poder que nos atraviesan a todes y nos esclavizan diariamente. Esto ya lo hemos entendido hace tiempo.
Lo que nadie te cuenta, es que las feministas también estamos aquí para incomodar a otras feministas. “Feministas”. Las reconocerás. Son aquellas que critican los bloques no mixtos en las manifestaciones, pero que a la vez te dicen que tenemos que ser libres de hacer lo que queramos. Son aquellas que juzgan las concentraciones feministas exclusivas para mujeres racializadas y se sienten “discriminadas” por no poder acudir (no que hubiesen ido aunque pudieran, dicho sea de paso, porque esencialmente la lucha antirracista se la trae al pairo). Y son aquellas que te miran de reojo por no ir arreglada, depilada, peinada y todos esos “adas” imperativos para las mujeres de bien. Que libre sí, pero aféitate esos sobacos anda, que da un poco de asquete. Esas. Sabéis de qué hablo, de quiénes hablo. Y de lo que se habla muy poco, es que estas personas se cruzarán en nuestro camino mucho más de lo que podemos anticipar. Incluso en los espacios que consideramos seguros. Espacios que deberían estar libres de casposidad y ranciedad, estas personas y estos pensamientos se colarán y nos atizarán como un mazazo de realidad.
Y muchas veces, estamos preparadas para otros ataques, pero estos nos descolocan y nos dejan desorientadas. ¿Cómo puede ser posible? Se nos olvida que privilegios tenemos todes, y por lo tanto podemos elegir situarnos sobre ellos como un podio y dejar que nos cieguen, por muy feministas que nos digamos. Y entonces, se plantea una encrucijada: ¿digo algo, o me callo? Además, todo el mundo parece estar de acuerdo, ya voy a salir yo, la de siempre, a joder la fiesta. Pues sí, querida, es nuestro derecho, y también nuestro deber. Porque las feministas cuestionamos los privilegios y el poder, y por ende, a veces, cuestionamos a otras feministas. Así que, camarada, prepárate porque vienen curvas en el camino hacia la igualdad de unos pocos. Y solo me queda decirte que no estás sola. Por cada mirada de desprecio, cada resoplo, cada par de ojos en blanco ante tus opiniones. Aunque no nos veas, seguimos incomodando junto a ti.