Querido Dick, te vas a morir en silencio

Querido Dick, te vas a morir en silencio

Tejemos sin patrón las reflexiones que nos ha suscitado la serie 'I love Dick' en el curso Serializadas*.

Escriben María Castejón Leorza, Laura Carasusán, Emma Lara, Chari Mancini, Mireya Martín, Miren Mindeguia y Patricia Reche.

Ilustración de Irati Fernández Gabarain.

Chris, artista en plena crisis creativa, llega a un pueblo polvoriento en medio del desierto donde pasará las próximas semanas acompañando a su marido en un proyecto artístico. Una figura solitaria entra a caballo en ese pueblo que parece de juguete. Esa estampa propia de cualquier western es el origen de las cartas rebosantes de deseo que Chris dirigirá al cowboy solitario y que arrasarán en el pueblo.

Aunque pueda parecer paradójico, en esta serie creada, escrita y dirigida por mujeres todo gira en torno a un hombre: Dick. Sus esculturas faraónicas, sólidas y tan fálicas como su propio nombre (dick quiere decir “polla”) y su escenografía de John Wayne del siglo XXI.

Dick y su masculinidad impostada, casi ridícula a ojos del público de hoy en día, basada en su disfraz de cowboy y en una actitud desdeñosa plagada de silencios impenetrables o simplemente vacíos, constituyen el hilo que entrelaza a todas las mujeres que Jill Soloway nos presenta: ellas lo desean, lo arropan, lo protegen, lo impulsan, lo respetan, lo imitan o lo rechazan.

En ese “lo” reside el gran valor de esta propuesta: Dick se ha convertido en un objeto. Y, para que Dick sea nuestro objeto, Chris, Devon, Toby, Paula son sujetos. Todas tejen una red en torno a Dick: su deseo, la búsqueda de su aprobación en el plano personal y el profesional, la imitación de su comportamiento, el rechazo o incluso la indiferencia hacia él. ¿Qué tal sienta, Dick? ¿Qué te parece ser el espejo en el que nos reflejamos para expresar nuestro propio deseo? ¿Qué tal es ser el muso que da título a nuestra obra? La Laura de Petrarca, la Grace Kelly de Hitchcock y… ¿el Dick de Chris?

De eso va I love Dick, de la reivindicación de la mujer como sujeto de deseo y como sujeto artístico. Dick sólo es un pretexto. Ni siquiera importa.

Cuéntame, Dick, ¿qué tal sienta estar en este lado?


Querido Dick:
Anoche no podía dormir y empecé a ver una serie recomendada por alguien en quien confío. Primer fotograma y boom, fogonazo. Peor aún, pedrada, y en la sien.

Vi los dos primeros episodios, hice mil fotografías, grabaciones, fetichismos. Me puse a escribir y me dormí tranquila al fin porque algo hizo clic en mi cabeza.

Esta es la última carta que te escribo en cualquiera de tus formas, que no son pocas. Ahora te llamo Dick, pero eres legión y eso lo sabemos ya muchas. Hemos aprendido a reconocerte bajo cualquiera de tus disfraces y empezamos a jugar con algo de ventaja. Es el principio de tu fin, Dick.

Suelo tener dudas sobre todo lo que hago y demasiadas veces siento la angustia de sentirme una impostora. Pienso que no estoy capacitada para lo que he de hacer; de hecho, para lo que hago. Siempre me cuestiono. Temo el éxito, incluso de pequeña magnitud. Me abruman los elogios, incluso los sinceros, y me pregunto cómo es posible que haya conseguido algunas cosas si no sé nada ni estoy preparada. Vivo en un estado en el que se mezclan incredulidad y sorpresa a partes iguales cuando algo me sale bien porque siempre hay alguien que sabe más que yo. Pero eso da igual, la cuestión es que quien queda invalidada frente a ti, Dick, soy yo y eso es incontestable porque consigues lo que quieres con facilidad, pese a cualquier ejercicio de resistencia por mi parte. Siempre pareces tener la última palabra, Dick. Pero eso cambia ahora con esta carta.

Me parece legítimo reclamar para mí mis miedos, mis dudas, mis inseguridades. Ganármelas por méritos propios. Sé, gracias al feminismo, que cuando hasta las mejores personas y los grandes proyectos fallan soy el centro de mi vida. Que todo pasa por mí. De mí depende mantenerme. Está también la otra cara de la moneda, donde me encuentro justificando lo complejo que resulta mi trabajo. Me hago cargo de comentarios que, sin mala intención, infravaloran lo que hago restando importancia al esfuerzo: “No te preocupes que puedes hacerlo de sobra”, “ya verás cómo no es nada y lo haces en un momento” o “siempre te pasa lo mismo y siempre puedes con todo”. De momento, siempre he podido con todo, pero no olvido qué precios he tenido que pagar.

En realidad, esta carta no es para ti. Es la última carta que me escribo a mí porque resulta que también soy tú. La última carta al yo que se vincula a ti una y otra vez porque, Dick, ya no tienes poder sobre mí.
Tu cuerpo se sumerge lentamente en un tanque de agua en mitad del desierto. Ya no estás, Dick. Ya no quedan ni las burbujas que hablaban de tu respiración bajo el agua. Al fin estoy yo.


Querido Dick:
La primera vez que te vi, me sentí agradecida de tu existencia.

Agradecida porque sabía que iba a usarte para humedecer mi mente y mi sexo. Por ti, mis instintos se activan y ya puedo oler y paladear ese sabor con el que acabará mi cuerpo.

No quiero saber de qué humor te levantas por la mañana, ni qué planes tienes de la vida, ni me importa saber cómo te mueves en la cama, ni siquiera necesito que me toques o sentirte. No necesito de ti nada más que saber que existes.

El “perdona, no es por ti es por mí” adquiere aquí todo su significado.


Querido Dick:

¿Dónde me encontré contigo por primera vez? Supongo que sería en aquel desértico cruce de caminos. Allí donde el aburrimiento se topa con la frustración y el bloqueo. Lo siento, Dick. Sé que querías algo más trágico, como un pajar en llamas y una dulce granjera en apuros, pero no había dramas reales en ese cruce. Yo no creo que haya que estar destrozada para descubrirte, basta con aburrirse lo suficiente. Además, ésta es mi historia, ¿a quién le importa lo que tú quieras?

Puede que esto empequeñezca esa enorme escultura en la que apoyas tu ego, pero tienes que saberlo: tú no salvas mujeres destrozadas, Dick. Nos salvamos nosotras. Tú sólo eres un estímulo para nuestra imaginación, utilizada como arma para matar el hastío; un arma contra la sequía física y creativa. La imaginación convertida en una pistola de vaquero, cargada con balas de arte y deseo.

Eso es lo que aprendí cuando me crucé contigo, Dick: que el deseo y el arte pueden compartir origen y, si los riegas, se entrelazan y juegan como ramas que nacen de un mismo tronco. ¿Jugamos, Dick?

Lamento no tener tiempo para esperar tu respuesta, vaquero, pero, sinceramente, creo que nos toca tomar la voz a las mujeres. Es el momento de crear, de escucharnos y de contar nuestras historias. Toca estimular nuestro deseo y nuestra imaginación para romper los moldes en el ámbito físico y creativo. Como una explosión de libertad que haga crecer nuestras ramas. Y para eso sirve, I love Dick, amigo, para hacernos explotar.

Espero que no te moleste ser el objeto, Dick. Al fin y al cabo, ya te tocaba.


Querido Dick:
Tendría unos 13 años la primera vez que escuché hablar de masturbación en público. Iba en el bus camino del instituto. Ellos, sentados en la última fila, hablaban de lo divertido que era tocársela, se reían y hacían comentarios a voces, sin ningún tipo de pudor, ni rastro de vergüenza, cero disimulo. Pavoneo adolescente en estado puro. Me flipó: me dio pudor, sentí vergüenza y hasta disimulé que estaba con la oreja pegada.

En cuanto a nosotras, tuvieron que pasar un par de años o tres para que empezásemos a hablar de sexo. Esas primeras conversaciones no llegaban más que a comentarios de refilón, entre risas ruborizadas y kilos de vergüenza. Y siempre, siempre, entre nosotras, en círculos cerrados y en voz baja. Secretos de chicas en las esquinas del patio de recreo, mientras compartíamos algún primer cigarrillo entre cinco. Poco a poco, fuimos confesando aquello que nos gustaba o no, analizando los detalles de cada acontecimiento mínimamente sexual que íbamos coleccionando. Siempre entre nosotras.

En el instituto ellos hablaban de sexo abiertamente y delante de quien fuera, aprovechaban cualquier excursión para comprar revistas porno, comentaban sus “pajas”, sus “corridas” y el tamaño de sus miembros. Las chicas, manteníamos nuestras conversaciones secretas y, en público, hacíamos como que aquello no iba con nosotras. Ocurría allí mismo, delante de sus narices, y ellos no lo sabían, no lo podían saber. Para ellos, el nuestro siempre fue un mundo desconocido. Casi anodino.

Lo nuestro debía quedarse entre nosotras y, como mucho, compartíamos algo con el novio de turno. Nosotras lo sabíamos todo sobre ellos; ellos, nada sobre nosotras. Eso no nos hacía más poderosas ni más libres, sino todo lo contrario: en nuestro fuero interno, dábamos por hecho que el sexo oficial era el que ellos narraban, lo públicamente aceptado.

No hemos cambiado tanto si todavía nos incomoda pensar en ver I love Dick en compañía masculina. Una serie brutal, sin matices. Tan brutal como si la niña del bus se hubiera levantado de su asiento, se hubiera plantado delante de los chicos de la última fila y les hubiera soltado que ayer se masturbó por primera vez y que le flipó correrse. Brutal, porque coge todas esas conversaciones secretas y las grita en medio del patio del colegio; porque pone nuestra vida sexual en primer plano tal y como es, sin vergüenza, sin tapujos, sin mierdas. Hace oficial lo nuestro, lo reivindica. Y nos hace poderosas.


Querido Dick:

Te vas a morir de silencio. Vas a aprender a callarte para que las mujeres de tu alrededor me cuenten lo que quieran sin que tu sombra les reste luz. Para que dejen de ser alrededores. Vas a dejar de utilizar nuestras contradicciones como si no fuesen lógicas. Mira, te vas a callar porque lo necesitas, porque te lo va a pedir el cuerpo. Escucha. Después de ver ese capítulo en el que las mujeres nos cuentan su historiografía sexual, descubro que en veinte minutos sé más de ellas que de mis amigas. Y el conocimiento es poder. Por eso es necesario que te calles. Porque hay tanto ruido tuyo en mi cabeza que me ha dado sordera sexual. La muerte por silencio no duele mucho, no te asustes. Estás tan acostumbrado a ser el título, a ser la primera impresión, pero no te va a quedar ni la sinopsis, querido. Porque tu problema ha sido ese: te repites tanto…que ya no hay misterio. Del “Gran Hermano” a la “Gran Polla”… y, aunque estás en todas partes, la erección cultural no te iba a durar toda la vida. Por eso se te empieza a ver venir a miles de escenas de distancia. Y es que hemos aprendido algo y ahora big feminist are watching you. A ver, los Perez-Revertederos del fondo, que se callen también; eso que notáis es el contagio del virus del silencio. Si seguís hablando se empeora la sintomatología. Callaos para que podáis empezar a buscar la cura. Porque no nos vamos a hacer cargo nosotras, nos acaban de dar el alta en rehabilitación audiovisual y estamos fascinadas. Estamos más ensimismadas que tú cuándo te colocas tu sombrero de vaquero, desquerido Dick, te quedaste sin ganado. Te quedaste sin obra. Le vamos a rendir deshonores fúnebres a tu maltrecho guión y no va a haber personaje secundario que te salve. Ni Paquita Salas va a querer representarte. Y es que aunque parezca que no, no vas a morir de éxito, creído Dick. Vas a morir de silencio, de falta de oyentes, que viene a ser lo mismo. Me gusta cuando callas porque estás como de excusa para que hablemos.

 

*’Serializadas: Actualidad e historia de las mujeres a través de las series de TV’, impartido por María Castejón Leorza, fue organizado por el Ayuntamiento de Iruñea-Pamplona durante el curso 2017-2018.

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