Tratado sobre la mosquita muerta

Tratado sobre la mosquita muerta

O "Good morning, my beautiful psycho", un relato de Txus García sobre las maestras de la violencia luz de gas, de las actitudes pasivo-agresivas, de los "pellizcos de monja".

Texto: Txus García
Ilustración: Sonia Lazo

Ilustración: Sonia Lazo

La mosquita muerta que nunca ha roto un plato, tiene un saco de odio debajo del refajo.Gloria Fuertes

En esta ocasión no he entregado el artículo con la debida puntualidad, así que he tenido que pedir una dispensa a Pikara. Y es que tengo mente, cuerpo, corazón y espíritu ocupados en la poesía escénica, el placer sensorial y, por supuesto, el amor. No tengo memoria para recordar la última vez que fui tan obstinada y permanentemente feliz. Canturreo y sonrío sola, mis mañanas son luminosas, mis dramas cotidianos más divertidos, y hasta he aprendido (malamente) cómo dar unos pasos de bachata sin parecer un tentetieso. Tengo a mis queridas poliamorosas con los pelos como escarpias, observando mi pertinaz monogamia, pero compartiendo mi júbilo romántico tiernamente. Mis viejas amigas me abrazan a risas porque adoran verme, tan radiante, después de muchas tormentas. Ah, y tengo el guapo subido, que hasta salgo bien en alguna foto. Me sienta estupendamente sentirme amada, amar y que sea todo tan fácil, fluido y precioso. Y a mí me divierte sobremanera sentirme tan cómoda y gozosa en mi papel natural: ser una señora rara con alma de caballero templario (en una mano la cítara, en la otra la espada), que disfruta ejerciendo de buena compañera de camino. Me desborda, ya os digo, una alegría contagiosa, a pesar de la precariedad, de las dificultades de una realidad difícil de gestionar, y de mi ceño fruncido ocasionalmente por algún temita, como el que me impulsa a escribir este texto.

Estas últimas semanas, muchas hemos podido observar un curioso apogeo de ciertos pecadillos capitales (ira, envidia, avaricia, soberbia) en nuestro entorno. Aunque nos tranquiliza saber que este era uno de los efectos de Mercurio retrógrado y de unas posiciones planetarias que están favoreciendo limpiezas y #mariekondos emocionales, me apetece desentrañar el tema. Así que vamos, como siempre, de lo personal a lo político y analicemos esta mala leche reinante. Recordemos también que estamos todas en obras con el tema de la sororidad y revisar actitudes es lo más. Ya sabéis, eso de que no es necesario ser amigas pero que es bien respetarse. O que no deberíamos competir, sino respetar espacios y enriquecernos mutuamente si es posible. Y es que, señoras, esto de la felicidad ajena es un trago amargo para seres de agreste corazón e intenciones aviesas. Porque como decía mi bienamado Wilde, “lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo”. Y en su sinsentido vital, esa gente necesita conspirar por la codicia de los entusiasmos ajenos para sentir un remedo de vida, o una chispa de pasión en su ordinaria vacuidad..

Pero ¿sabemos quiénes son esas sombras que nos rondan? Porque señalar está feo, pero la impunidad tampoco es factible. La justicia poética a menudo necesita un tanto de ayuda para desplegarse esplendorosamente.

Avancemos, pues, en el apasionante mundo de la envidiología y sus absurdas tramas. Hasta hoy, solo mi círculo íntimo estaba al corriente de una de mis más arraigadas aficiones. Hace más de 25 años que me dedico a indagar en las ciencias del comportamiento, la neurología y, en especial, la criminología. Soy autodidacta pero también he asistido a varios cursos especializados. No me interesan especialmente los aspectos morbosos, los relatos de crímenes, o sus características. Aquello que me tiene absolutamente atrapada es el estudio de los perfiles criminales. Cómo detectar al malhechor o qué pistas, en su modo de operar, le delatan. Los comportamientos sospechosamente hieráticos y calculados suelen conducirnos a aquellos que gustan de la depredación. Sus ojos cerriles, entrecerrados, aquellos que son pequeños como puñalitos, o desmesuradamente abiertos, significan mezquindad o estudiada pose social para no ser descubiertos. Amo, pues, las miradas directas, francas y claras, porque ahí está el ser humano con su nobleza animal. Pero cuidado, agente Starling, que no estamos hablando de malotes psychokillers, de fanáticos, de corderos que aún chillan. Aquí el protagonismo se lo llevan los conocidos, la amiguísima, el cuñado, tu mando intermedio, el vecino o tu progenitor.

Me fascina, por todo esto, la ponerología, el estudio del mal en todas sus formas. Desearía comprender por qué el ser humano pervierte voluntariamente sus magníficas cualidades inherentes hasta devenir una violenta aberración o, como en el caso que nos ocupa, un cotidiano, sutil y engreído #jodepolvos. Según el profesor Iñaki Piñuel, “en España hay más de un millón de psicópatas puros y entre cuatro y cinco millones de psicópatas normalizados o integrados, entre narcisistas, trepas, maquiavélicos o malvados.”1 Gente maja que saluda a los vecinos y que es tan educada. Personajes, incluso simpáticos, que pueblan nuestros grupos de WhatsApp, nuestras redes sociales y, lo que es peor, nuestros espacios afectivos o de seguridad.

Veamos cómo reconocerlos fácilmente. Como nos advierte el escritor Stewart Stafford: “Intente asegurarse de que sus actos de bondad no se conviertan en puertas abiertas de explotación para otros”. Por lo visto el trigger point2, o punto gatillo de su mala baba, es el éxito de su semejante; es entonces cuando su entraña real se manifiesta. Y cuando no son observados tuercen el gesto en una suerte de aojamiento cruelmente ridículo. Se retuercen en cavernarios deseos no satisfechos, y para que no percibamos la hiel que les empapa el cuerpo, recurren a su vestidito de organdí preferido: devienen, si no lo son ya, inquietantes mosquitas muertas, que nunca han roto un plato. Despliegan simpatía, bienquedismo, dulzura tontona. Se muestran inofensivas, participativas y desinteresadas. Organizan eventos, provocan encuentros casuales, se dejan ver. O se apuntan a un bombardeo para imponernos su presencia y regalarnos, locuaces, sus cánticos de sirena. Escribía el criminólogo Robert K. Ressler: “Manson es un gran orador y su tema favorito es él mismo”.3

Estas criaturas del averno son maestras en el uso del gaslighting, el yonohesidonomeentero y en el tan efectivo y doloroso “pellizco de monja” anímico. Se acercan al círculo personal de sus envidiadas felices personas, y arrojan sus almizcles con inquina. Aparentan poseer el control de la información y ofrecen una oscura complicidad. Mascullan maldiciones por lo bajini, pero adulan a la víctima públicamente. Son rematadamente pasivo-agresivas en sus modos de relacionarse. Lucen un precioso anillito con receptáculo para su veneno, que dejan caer en las bebidas ajenas al menor descuido. Nunca dejan entrever nada directamente: vierten informaciones malintencionadas para deslizarse por resquicios o posibles grietas en la dicha. Siembran dudas y aman los silencios dramáticos. Abren paréntesis (excusatio non petita, accusatio manifesta), o lanzan preguntas que pretenden incomodar o levantar sospechas: hay que borrar sonrisas, deshacer lazos, evitar lo bello. Son peor que el caballo de Atila, no dejan crecer la ternura por donde pasan. Pero shhh siempre en silencio, desde la penumbra y la majitud.

Detectadas, ¿no? Y si no, estáis a punto, seguro. Y que oye, tampoco es tan difícil: que si la vecina está contenta, déjala y ocupa tu tiempo en busca tu propio bienestar, leche. La clave está en escuchar más a nuestros instintos, a nuestro olfato químico y primario, que siempre nos previene al primer encuentro, y que no se equivoca. Son la mente, las convenciones sociales y el miedo, lo que nos impide salir corriendo. Deberíamos soltar un mordisco a nuestros siniestros y resentidos vampiros del amor en cuanto les notemos el tufo. Esto también es autodefensa y prodigarnos cuidados. Observemos, sintamos desde la piel animal, tanto para lo bueno como para lo malo, y sabremos salir airosas de tanta necedad y malicia. Recordemos que ser correctas socialmente, o por el simple hecho de parecer inocuas e integradas, no nos convierte en buenas personas. Eso requiere trabajo, madurez, revisión continua, escucha activa y dulzura. Como me advertía mi sabia madre “l’infern, de bones persones, n’és ple”4. Y también de psicópatas cuquis (cute but psycho but cute) que dan ganas de cantarles esto cuando se ponen pesadas.

 


2 “[Todos] nos preocupamos profundamente por cosas que parecen totalmente intrascendentes para las otras personas. Llevamos con nosotros restos y deshonras de las humillaciones recibidas queen la actualidad parecen no significar nada. Somos una masa de vulnerabilidades, y ¿quién sabe qué las desencadenará? ” Jon Ronson, So You’ve Been Publicly Shamed

3 Robert K. Ressler, Whoever Fights Monsters: My Twenty Years Tracking Serial Killers for the FBI

4 “De buenas personas, está el infierno lleno”

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