El teatro que nos tocó vivir

El teatro que nos tocó vivir

Las buenas cómicas no son las que siempre consiguen hacer reír. Las buenas cómicas son las que aceptan la respuesta del público, las que entienden que su obra no estará jamás acabada porque cada noche, con cada reacción, la obra se reescribe. Aunque esa reacción sea que te griten "guarra".

17/07/2019
    Las XL en una foto de archivo. Las XL. / Foto: Archivo

 

He llegado a un punto en mi carrera teatral en el que, cuando alguna compañera me pide trabajar con ella, me veo en la obligación moral de advertirla de las consecuencias negativas que eso tendrá en su vida profesional y personal. Nunca imaginé que esto pudiera llegar a ocurrir, pero es así y, si debo ser sincera, en parte me siento orgullosa.

Cuando aún era estudiante en el Conservatorio Rossini un amigo estrenó una obra para orquesta sinfónica. La oímos juntos entre bastidores. Él estaba allí, entre nervioso e intrigado por saber cuál sería la reacción del público. Para que nos entendamos, hablo de una de estas obras contemporáneas en las que una no sabe cuándo hay que aplaudir y en las que, a un cierto punto de su audición, la mente te manda la pregunta esa de: “¿Esto lo llevan escrito en las partituras esas de verdad o, en realidad, se lo están inventando sobre la marcha y el director mueve la batuta para disimular?”. Hablo de una composición contemporánea atonal y más arrítmica que el corazón de un testigo falso. Bien, pues al público, milagrosamente, le gustó y esto decepcionó muchísimo a mi amigo, que exclamaba, medio en broma medio en serio: “¿Qué es está mierda? ¿Me están aplaudiendo? ¿Pero qué clase de compositor contemporáneo soy que mi música no causa polémica?”.

“Guarra”, me llamaron el otro día a mí en un teatro. Es lo que hay. El espectáculo con el que estoy actualmente de gira, Una grieta en mi destino, es un monólogo de humor dedicado íntegramente al coño. Me paso una hora encima del escenario hablando de qué ha significado para mí estar en este mundo teniendo un cuerpo con coño. Como pueden ustedes imaginar, mi entrada en el Club de la Comedia está prácticamente dinamitada ya de antemano. Pero, ojalá todos los males fueran esos. El problema es que, a medida que voy desarrollando mi monólogo, la gente se levanta ofendidísima. No siempre ocurre, es cierto; cuando el espacio está lleno de feministas el espectáculo es toda una explosión de poder. El problema es ir a territorio enemigo. Y los políticos de izquierdas, que tienen mucha mala leche, me mandan muy a menudo a esos teatros para ir conquistando terrenos que, hasta ahora, estaban en manos de compañías del estilo, no ya de Arturo Fernández, sino del rollo de Eva Hache. (Aprovecho para declarar toda mi admiración por estos dos grandes de la escena, dicho sea de paso, y sin un mínimo de ironía en mis palabras).

Hace poco una compañera me propuso volver a trabajar en dúo con ella después de más de 10 años sin compartir escenario. El amor y la admiración que nos tenemos me llevaron a un sí rotundo y quedamos en una cafetería del centro para empezar a esbozar el proyecto. Pero ya no éramos las mismas de hacía una década, al menos yo ya no lo soy. Aún así, lo intenté y, a sus propuestas, le iba respondiendo: “Bueno, supongo que me va a venir bien subirme al escenario y poder disfrutar, estar tranquila de que no me van a insultar, de que nadie se va a ofender…”. Me fui a casa e intenté empezar a escribir el guion y a componer las músicas. No me salió nada. Hoy también lo intenté y aquí estoy, escribiendo este artículo.

No elegimos el arte que queremos hacer. Es el arte quien nos elige a nosotras. Yo sólo puedo aceptar el teatro que me tocó vivir y, de alguna manera, es una pena que haya sido este porque mi vida podría ser como la de Eva Hache (fama, dinero, televisión…).

Al principio creía que poder llevar a cabo una determinada trayectoria profesional se reducía a una cuestión de suerte, ahora sé que no es así. Tampoco a tener o no tener talento (de hecho creo que todo el mundo tiene algún talento). La cuestión es más bien qué tipo talento tienes. Yo nací con el talento de tocar las narices. Es un talento estúpido que no te hace ganar dinero, ofende a mucha gente y te complica la vida, pero también es un maravilloso talento porque es el que rompe cosas. Rompe las sillas de la platea a patadas y la puerta del teatro con el portazo que viene después del guarra, rompe los esquemas, rompe el silencio, la monotonía, la tranquilidad… Mi talento rompe con todo.

Al principio, cuando Carmena y su gobierno me empezaron a mandar a esos teatros de periferia que, valientemente, pretendían conquistar, después de cada función me deprimía y pensaba: “Si yo fuera una buena cómica habría sabido meterme a este y a cualquier público en el bolsillo”. Pero, ¿sabéis qué? En realidad creo que las buenas cómicas no son las que siempre consiguen hacer reír.  Las buenas cómicas son las que aceptan la respuesta del público, las que entienden que su obra no estará jamás acabada porque cada noche, con cada reacción, la obra se reescribe. Yo quiero que la gente ría, pero si deciden ofenderse cada vez que digo coño, asustarse con mis chistes sobre violaciones, indignarse con mis críticas al coito o cabrearse con mi oda al clítoris, ¿quién soy yo para impedírselo? Dejemos volar al público de arrebato, dejemos que lo consuma su propio resentimiento, dejemos que me llamen guarra.

Por otro lado, el humor feminista ya está llenando salas. No estamos hablando de un género minoritario, estamos hablando de un género que representa a esa minoría simbólica que somos las mujeres, el 50% de la población. Estoy convencida de que brillaríamos en Gran Vía. Los empresarios  de teatro y  televisión (todos varones blancos de mediana edad) no nos contratan porque nuestro mensaje es artística y socialmente desgarrador, no porque teman perder dinero con nosotras. Pero un día no tendrán más remedio que llamarnos y nuestros nombres brillarán en los teatros de postín con letras enormes en carteles intermitentes: PAMELA PALENCIANO, SILVIA ALBERT, LAS XL, CARMEN CABEZA… o quizás nosotras no lo consigamos y el teatro que nos tocó vivir es el que llena el Teatro del Barrio o los centros cívicos que nos ceden para el Coñumor. Lo que es seguro es que nuestras hijas sí lo vivirán. Y lo que yo me pregunto es, si para entonces, mi talento para tocar las narices seguirá intacto. Si soy sincera, así lo espero.

Si quieres reírte un rato:

 

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